Capítulo 8.

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  David le pegó un puñetazo en el hombro a Sergio y éste último hizo amago de devolverle el golpe, pero ambos se miraron y rompieron a reír. Cía se les quedó mirando extrañada; no entendía nada.

 —No le hagas caso, Cía —añadió de repente David—. Es idiota.

  Dicho esto, después de unas cuantas risas, Sergio preguntó:

—¿Y ahora qué?

—¿Os apetece ir al cine? —dijo Marta—, allí no hará tanto calor como aquí.

—¿Tú qué?, ¿estás forrada? —contestó Sergio con tono burlón. La miró, le sonrió con esos dientes tan perfectos, y le guiñó el ojo— Que es broma, tonta.

  Y le apretó la mejilla mientras reía. 

—Mucha confianza has cogido tú, ¿no, Sergio?, pero bueno, soy Marta, encantada —dijo tendiéndole la mano.

—En mi casa no hay nadie —dijo de repente David—, ¿por qué no vamos allí a ver unas cuantas películas y hacemos palomitas?, el cine está muy caro.

—También es otro plan —respondió Miri.

—Entonces no hay más que hablar, ¡todos a mi casa!


  Mientras todos caminaban en dirección a la casa de David, Cía se iba quedando atrás, no paraba de pensar en esa última semana, en cuántas veces había visto a ese chico de ojos verdes azulados sonreír, más bien sonreírle, cómo estaba haciendo en ese mismo momento.

  Como si le hubiese leído la mente, David aminorizó el paso hasta llegar a su lado, y le preguntó:

—¿Pasa algo, chica sin habla?

—Hm... No, no te preocupes, David, simplemente estoy cansada, creo que voy a irme a casa en nada...

—Sinceramente... Quería estar más tiempo contigo, pero si estás cansada...

—Yo esta noche no querría estar sola...

—¿Y tus padres?

—Hasta mañana por la tarde no vienen...

  De repente Cía notó cómo el nudo del estómago se le iba subiendo a la garganta, cómo se le empañaban los ojos, y de qué manera le resbalaban las lágrimas por las mejillas.

—Eh... —dijo David al darse cuenta de la situación—, no me llores, por favor... Ven, anda.

  Y la abrazó.

  Notó su pulso acelerándose al acercarse a su cuerpo, cómo una pequeña fuente de adrenalina le recorría por las venas, y en lugar de asustarle, le iba gustando cada vez más.

  Ella por otra parte se sentía bien, cómo hacía mucho tiempo que no se sentía, se sentía protegida entre sus brazos, y el mundo exterior desaparecía durante esos instantes.

  Era la primera vez que alguien, le abrazaba después de Álex, ni siquiera sus amigas lo habían hecho en todos esos meses.

—Gracias... —dijo entre sollozos Cía— De verdad.

—Sé que lo necesitabas, y quizá casi tanto cómo yo... —contestó David. Y de nuevo la volvió a abrazar.

—¿Podéis ir más rápido, tortolitos? —chilló Sergio desde lo lejos.

  Marta al ver a Cía con los ojos más rojos de lo normal, no dudo en acercarse para ver qué ocurría.

—¿Qué le has hecho ahora? —dijo dirigiéndose a David con un tono amenazador.

—Hacer lo que ella necesitaba que hiciese; abrazarla.

—Marta, estoy bien, tranquila, pero voy a irme a casa, estoy muy cansada y quiero dormir...

—¿De verdad estás bien, nena?, ¿quieres que te acompañe?, no tengo ningún problema, eh.

— Tranquila, ya me encargo yo de acompañarla —le dijo con un tono suave David a Marta.

—¿Estarás bien...?, cualquier cosa que necesites, avísame cariño, por favor —repitió Marta.

—Lo haré, no te preocupes —contestó Cía, y dicho esto se fue con David hacia su casa.

Noches entre foliosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora