Capítulo 2, parte dos.

344 16 5
                                    

Cía

Ahora mismo me encuentro en shock. No es posible que este chico de aquí delante se llame David. No es posible porque David no existe. Él únicamente estaba vivo en mi mente, él no puede estar de pie enfrente de mí.


—Encantada, Sophie —titubeo mientras le devuelvo el mismo gesto. —Un placer, David —digo a continuación antes de tenderle la mano también a él.


Ambos se quedan extrañados mirándome y de repente el chico me saca los colores como nadie.


—Me llamo Dani, Cía. No David.


«Uf. Menos mal. Demasiadas coincidencias.»

Más tranquila, me siento de nuevo en la silla y la pareja hace lo mismo. Después de apenas 5 minutos, la camarera de antes se acerca decidida a la mesa y pregunta si nos toma nota. Los tres asentimos prácticamente a la vez y cada uno pide el café a su gusto.

—Entonces será: un Caramel Macchiato, un Caffè Mocca y un Mocha Frappuccino, ¿verdad?

—El Mocha Frappuccino, light —rectifica Sophie.

La camarera, asimilando la información, acaba de apuntar los pedidos y se va.

—Como te decía antes, tu apartamento me parece precioso, Cía. Mi duda es, ¿por qué vives sola? —me pregunta un poco indiscreta la chica, pero al ver la cara de extrañeza que tengo antes de responderle, se adelanta a decirme—: Si no te molesta contestar, claro.

—No, tranquila —la calmo. No tengo nada que esconder—. Me mudé cuando, después de dos meses desperté del coma en el que estaba —se quedan ambos prácticamente con la boca abierta, pero me dejan continuar con mi relato—, estoy trabajando como supervisora de recepción en el hotel Arts y puesto que no tengo novio y básicamente estoy sola aquí en Barcelona, he decidido tener compañía.

Sophie se queda pensativa durante unos segundos pero continúa su entrevista como una periodista en prácticas.

—¿Y tus padres? —pregunta.

—En Zaragoza. Vivíamos allí los tres, y durante los 6 años que estuve en coma tuvieron que hacerse cargo de mí. No quería suponerles más problemas y les comenté que quería independizarme.

—¿Y sin más aceptaron?, ¿tan pronto encontraste trabajo? —sigue preguntando.

De repente otra voz femenina interrumpe la conversación:

—Aquí tenéis —dice la camarera con una sonrisa de pocos amigos. —Que os aproveche.

—Vaya cara traía —comenta en voz baja Dani cuando la chica se va. —Normal que no haya casi gente en la terraza —y ríe.

—¡Cállate!, aún terminará por escucharte, idiota —añade Sophie con una ligera mueca de enfado, pero segundos después ríe aún más fuerte que su pareja.

Me gusta cómo se miran. Se quieren. Al menos sí en mis ojos. Estos ojos que sólo hacen que pensar en el chico que tienen enfrente. Nunca he creído en las coincidencias o en la suerte, siempre he pensado que todo sucede por algo. ¿Por qué?, no lo sé, pero sí o sí, es por algo.

—Y bueno, ¿tú por qué quieres compartir piso? —le pregunto directamente a Sophie intentando hacer que se olvide del interrogante por contestar.

—Bueno... Estoy en el penúltimo año de carrera de Periodismo y Comunicación Corporativa en la universidad Blanquerna pero no me apetece quedarme en ninguna residencia o estancia parecida. Esta mañana mismo me he puesto a buscar anuncios de pisos que no estuvieran muy lejos y he encontrado el tuyo. Es de los que más han gustado, la verdad. Y he dicho "¿y por qué no?".

Me gusta su respuesta, es una chica decidida y sin miedo al compromiso, por lo visto.

—Tendríamos que hablar de precios, claro está —continúa diciendo—, aunque hay pocas cosas que no pueda permitirme..

—Hmm... Está bien —digo, sin saber muy bien qué responder. Su contestación ha sido un poco prepotente. —¿Qué te parecen 550€ al mes?

Se queda boquiabierta, pero no dice nada. Asiente, mira a su novio y se gira de nuevo hacia mí:

—Me parece perfecto.

Esta vez soy yo la que tiene la mandíbula en el suelo. Me limito a sonreír y miro al suelo.

Después de media hora, le doy la dirección exacta del piso y le digo que ya puede venir a instalarse cuando quiera, que no hay problema. Pedimos la cuenta y pagamos. Me despido de ellos mientras se van hacia su coche, nada menos que un Mercedes Clase A, conducido por ella, por supuesto.

De repente veo cómo Dani da media vuelta y se dirige con paso firme hacia mí. Juraría que se le ha olvidado algo.

—¿Se os ha olvidado algo? —pregunto extrañada.

—Haz como que sí —dice en voz baja mientras mira fijamente la mesa donde estábamos sentados. —Tenía que preguntarte algo que me ha estado rondando por la cabeza durante toda la tarde.

—Sí, claro, dime —respondo algo preocupada.

—¿De qué nos conocemos, Cía?


Noches entre foliosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora