Capítulo 16.

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  De repente todo se volvió completamente negro. 

  Empezó a transcurrir todo muy lentamente —como cuando das tu primer beso de amor y te sientes nervioso, como cuando esperas sentado frente al reloj de la cocina a que llegue la hora para salir y verle de nuevo, pero la manecilla de los minutos tarda cada vez más—, y David únicamente quería retroceder hacia atrás en el tiempo.

  La gente empezaba a acumularse alrededor. Alguna persona que otra sacaba su teléfono móvil torpemente de sus bolsillos intentando llamar a cualquier ambulancia. David simplemente podía observar el ambiente sosteniendo la cabeza de ella.

  En cuestión de minutos vio cómo dos chicos vestidos de enfermeros la subían a la ambulancia, a su pequeña, a su Cía, a quién varias horas atrás había visto besando a otro, y a quién más horas atrás había visto dormir.

  Corrió como pudo hasta llegar a su lado, cada vez con menos oxígeno. Y al llegar; pidió, suplicó, que le dejasen subir junto a ella. 

  El interior de la ambulancia era estrecho, pero pensaba que así sería mejor, que así ella sentiría su calor y oiría sus latidos aumentando cada vez más. Aún con la mascarilla del oxígeno, el cabestrillo en su precioso cuello, y pequeños cortes en su cara, podía decir que Cía era la chica más guapa del mundo, y que ninguna otra se le parecería ni de lejos.

  No quería que ninguna otra se le pareciera, solo la quería a ella, y se había dado cuenta.

—Hola pequeña. Mírame, aquí sigo, ¿ves?, te dije que nunca me iría y aquí estoy —decía David intentando que no se le quebrase aún más la voz de lo que ya la tenía—. No ha pasado nada, tú ahora simplemente duermes, y yo te veo dormir, como hace unos días...

  Y rompió a llorar. No estaba dispuesto a perderla, no podía perderla, la necesitaba.

  La ambulancia paró en seco y de repente abrieron la puerta, David bajó enseguida dejando a los camilleros cogerla, mirándola por última vez antes de que la entrasen en el Hospital.

Media hora después en el Hospital del Mar...

  Allí estaba él. Sentado en la sala de espera. Mirándose los pies y echándoles la culpa por no haber corrido más, mirándose las manos llenas de gotitas de sangre de ella, y pensando que por qué no pudo haber sido él...

"David..."

  Se giró. Irene ya había llegado. Se acercó a él y aunque apenas le conociese le abrazó, sin importarle nada. Necesitaba apoyo en esos momentos, y David lo sabía mejor que nadie.

—¿Qué ha pasado, David?, dímelo por Dios —sollozó Irene.

  Y así hizo. Le contó todo lo que había pasado conforme pudo, porque a la mínima se le rompía la voz. 

  Al cabo de varias horas, Marta y Laura llegaron seguidas de Sergio y Míriam, quiénes también sabían lo que había ocurrido. Lo que le extrañó a David fue que no estuviese por allí Álex, ¿tan poco le importaba?

—¿Sabéis algo de ella? —preguntó Marta medio llorando.

—No, aún nada, estamos esperando a que salgan los médicos, pero de momento nada —contestó David mientras volvía a abrazar de nuevo a Irene.

  Pasaron quince minutos aproximadamente y salió un médico. Era un chico, aparentemente de unos treinta y poco, moreno y con los ojos azules, "Dr. H. Hernández" se podía leer en su chapa de identificación.

—¿Familiares de Cía Beltrán?

—Sí, soy su madre —respondió Irene.

—Pueden pasar, pero solo ambos de ustedes —dijo el Dr. H. Hernández, y se fue.

—Pasa conmigo, David, necesitas verla —le susurró Irene al chico.

Gracias...

  Habitación 121. Paredes impecables, bastante modernizada y con dos camas: la del paciente y una plegable para el familiar que se queda a pasar la noche en vela.

  Preciosa, cómo no, ahí estaba Cía, con los ojos cerrados y dos tubos que llegaban hasta su nariz conduciendo oxígeno, un brazo escayolado y una parte mayoritaria de su cabeza vendada.

  David, sentado en la cama, viéndola dormir, le cogió la mano y la volvió a mirar; no se cansaba nunca de hacerlo y lo peor es que no había tenido tiempo de decírselo. Notó que sus dedos empezaron a moverse y al cabo de cinco minutos abrió los ojos.

—Mi pequeña Cía... —susurró David.

—¿David?, ¿David, por qué no puedo verte?

Noches entre foliosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora