Capítulo 45.

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—¿Perdón...? —la chica no dio crédito al vacile del supuesto "Pablo", pero no dijo nada al respecto, simplemente se presentó con un "Igualmente, soy Cía", y volvió a mirarle.

—Perdonada quedas, cielo, pero bueno, como me has caído bien, acabaré la bromita. Soy Diego y soy tu nuevo vecino.

»Vine hace unas dos semanas o así y la vecina de la otra calle, Carmen, creo que se llamaba, mencionó que volvíais esta semana. No conozco a nadie y puesto que la gente que he visto por aquí tampoco es que me haya llamado la atención —dijo sin apenas pararse a respirar—, me pregunté: "¿y por qué no buscar el destino yo mismo?", y aquí estoy...

—Per... 

—...plantado en la puerta de tu casa esperando una invitación a salir...

  Cía definitivamente se quedó sin habla.

"¿Pero cómo puede tener tanta cara sin apenas conocerme?", pensó la chica mirándole perpleja.

—¿Te apetece que pase esta noche a por ti cuando hayas acabado de instalarte? —preguntó Diego sin dejar de sonreír.

—Lo siento, pero si esto te funciona con otras chicas, no va a funcionarte conmigo, si es lo que crees.

—Entonces seguiré intentándolo —dijo el chico algo decepcionado—. Ah, por cierto, ten —y tendiéndole el brazo y depositando el objeto que llevaba en su mano, se despidió con una ligera sonrisa—, un pequeño detalle de bienvenida —dijo antes de irse.

  Al abrir su mano vio una pequeña cajita con su nombre. 

"¿De qué manera habrá averiguado cómo me llamo?", se preguntó a sí misma. Pero omitió la pregunta al recordar que la charlatana de su vecina le había dicho incluso cuándo volvían. "Luego hablaré con ella", se dijo.

  Deshizo el diminuto lazo que envolvía aquella pequeña caja azul —su color favorito— y la abrió. Dentro, envolviendo un anillo había una nota:

"Como supuse que no aceptarías mi invitación para salir, esperaba que aceptases este regalo al menos, aunque no tenía porqué hacerlo. Disfrútalo, Diego".

Y en la parte de detrás, su número.

"Por si cuela, claro", pensó Cía poniendo los ojos en blanco.

  Entrando de nuevo en su casa y cerrando la puerta tras suya, subió otra vez a su habitación. Dejó la cajita con el anillo encima de su mesita de noche y volvió a releer la nota que estaba escrita.

  "Para ser un chico tiene bonita letra", pensó. "Venga, Cía, déjate de tonterías, ve a visitar a Carmen porque tienes que dejarle claras un par de cosas". Y así lo hizo. Se cambió de zapatillas porque las que llevaba le estaban empezando a apretar y bajó a la calle.

  Justo tres calles paralelas a la suya, se encontraba la casa de la charlatana de su vecina Carmen. Se acercó, pisándole el césped, pensando que sería una mínima manera de vengarse y se rió para sus adentros. Llegó a la puerta y, después de pensárselo varias veces, llamó al timbre. 

  Viendo que no contestaban, Cía se giró de nuevo, haciendo ademán de irse, pero de repente alguien abrió la puerta.

  Antes de soltar todo lo que le iba a soltar, se dio media vuelta para decírselo a la cara, pero en lugar de ver a su vecina, vio a uno de sus hijos.

—Buenas tardes, Andrés... Perdona que te moleste, pero... ¿Podría hablar con tu madre un momento? —dijo Cía medio disculpándose por ir a la hora de la siesta.

—Supongo que tu familia y tú no lo sabréis porque habéis estado fuera..., pero mi madre falleció hace dos semanas, Cía...

  Sin tener palabra alguna, Cía se despidió dando el pésame y pensando cómo habría averiguado el chico aquel su nombre y el día en el que ella y su familia volvían...


Noches entre foliosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora