Capítulo 46.

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  «Salgo hecho una furia después de escuchar las palabras del inspector Valls. ¿Que mi hermano es un año mayor que yo y vive en Zaragoza?, y qué más. Imposible. De ser así sería consciente de ello. 

  Manel Valls sale detrás de mí. Grita; pero me niego a escucharle. Me coloco de nuevo la capucha sobre la cabeza, los auriculares en mis oídos y pongo la primera canción, que hay en la lista de reproducción de música, en mi móvil. Enciendo de nuevo los datos. Nada. Ningún WhatsApp. Ni un mensaje de ella. Absolutamente nada.

  Dala por perdida, David, le digo a mi propio pensamiento. 

  No, nunca, me contesto.

  Pienso ir a por ella, no voy a perderla de nuevo. No otra vez.

  Me voy directo a casa. Abro la cerradura. Sólo está rodada una vez. No hay nadie. Obviamente no hay nadie, claro; vivo solo. 

  Dejo las llaves sobre la mesita del recibidor. Madera de roble blanco. Me recuerda a mi madre, siempre me decía que tuviese cuidado con lo que dejase sobre ella, se rayaba con facilidad. 

  Oigo la televisión a lo lejos. Me la he dejado encendida al salir con prisas. Camino despacio hasta llegar al comedor y encuentro el mando a distancia a la primera. Está sobre el sofá en forma de L. Siempre me ha gustado ese sofá, no sé por qué. Apago la televisión y me subo a mi habitación.

  Cojo la primera maleta que encuentro. Una no muy grande, pero tampoco muy pequeña. Empiezo a meter antes que nada las cosas vitales como mi cepillo de dientes, mis calzoncillos y algún que otro paquete de tabaco. Marlboro, por supuesto. No fumo otra marca. 

  Algunos dicen que es caro, que es para ricos, que no vale la pena gastarse cinco euros por un capricho de nada cada vez. Yo simplemente callo y asiento. Sé que me lo puedo permitir; de sobra, así que no tengo por qué dar explicaciones ni argumentos sobre lo que pienso, aunque podría.

  Me quedo mirando unos instantes el paquete que tengo sujeto en mi mano. Ese paquete blanco y rojo y lo meto en la maleta. No estoy enganchado al tabaco, pero prefiero pegar unas caladas al cigarro y tranquilizarme, que estar pensando todo el día en las mil movidas que tengo.

  Me acerco al armario y abro ambas puertas. Visualizo antes que nada mis bermudas, selecciono un par y las meto dentro de la maleta. Cojo también varias camisetas de manga corta, alguna que otra chaqueta y sobre todo mis Air Max 90.

  Lo coloco todo en la pequeña maleta que está situada encima de mi cama y me siento en el borde de ésta última. 

  Voy únicamente por un fin de semana, sé que Cía no va a perdonarme, y si lo hace, será un milagro. No quiero estar allí mucho tiempo si ella no va a estar a gusto.

  Din. Dong.

  Llaman a la puerta. 

  No tengo ni idea de quién puede ser. Únicamente mi hermano Fran y mis primos conocen dónde vivo. A no ser qué...

  Justo.

  Abro la puerta y ahí está ella.

  Con unos pantalones cortos que realzan sus impresionantes piernas largas, una blusa azulada de media manga y sus ojos verde esmeralda mezclado con gotas de Coca-Cola; pero esta vez con varios arañazos en la cara, un corte en el labio, y varias magulladuras cerca de los ojos. 

  Me preocupo.

—¿Qué ha pasado, Laura? —pregunto sin dar crédito a lo que veo.

  No abre la boca. Parece estar en otro mundo. Cada vez empalidece más.

—¿Laura?

  De repente cae sobre mí. No tiene pulso.››

Noches entre foliosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora