Capítulo 34.

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—No preguntes... —dijo en voz baja Cía. 

David no podía preguntar aunque quisiese, seguía en shock.

"¿Ella?, ¿qué hace aquí...?", se repetía una y otra vez el chico de los ojos verdes azulados.»

—Vamos, levanta, tenemos que irnos.

  Cía cogió a David por debajo de los hombros y conforme pudo, lo levantó. Notaba más de lo normal su peso sobre ella, pero aún así, consiguió mantenerlo en pie. David estaba demacrado; el contorno de sus ojos había cogido un tono amoratado y sus labios no eran los de siempre, finos cortes rodeaban su boca a causa del frío, igual que sus manos. Apenas podía abrir los ojos, de haber estado días y días con esa mugrosa venda cubriéndoselos. Balbuceaba preguntas como "¿Dónde me llevas?" o "¿Qué haces aquí?" un tanto inentendibles, pero que después de repetidas veces, pudo llegar a descifrar.

  Estaban en el bosque, era casi media noche y el frió empezaba a actuar. David, que sólo llevaba una camiseta de manga corta y su famosa chaqueta con capucha, comenzó a tiritar. Iba cayéndose por cada tres pasos que daba, y de hecho, de haberse tratado de una carrera de caballos, siendo él uno de ellos, ni el más tonto hubiese apostado a su favor. Aun así, Cía continuó el camino sin importarle que se fuera cayendo sucesivamente, quería sacarle de allí cuanto antes, le dolía verle en aquel mal estado, tanto físico, como psicológico.

  Sacó su Iphone 5C de su bolsillo y vio las líneas que marcaban la cobertura. 

  "0, sin cobertura." Absolutamente nada.

"Mierda", pensó Cía, "¿y ahora qué...?"

—Siéntate ahí, David. Necesito descansar.

  David hizo caso omiso a lo que ella le había dicho, y dio dos pasos más.

—¿¡Pero qué te acabo de decir!?, ¡no puedes caminar sin mí, dios! —le chilló Cía— Pf... Lo siento, perdóname, no quería chillarte.

—No te... preocupes... Estoy... bien.

  David se fue deslizando por el tronco de un árbol hacia el suelo hasta conseguir sentarse, y acto seguido, Cía se colocó a su lado.

—Ven, acuéstate, anda —le dijo la chica indicándole que apoyase su cabeza en sus piernas.

  David, sin pensárselo dos veces, terminó de acostarse en el suelo y apoyando la cabeza en las piernas de ella, cerró los ojos.

  Pasados cinco minutos, su respiración le delataba; se había dormido.

  Cuántas veces le había visto dormir, y aún así nunca se cansaba...

—Ahora que apuesto que no me escuchas... Creo que debo decirte lo que ha ocurrido... —Comenzó a narrar Cía.

»Sé que te fuiste de mi casa cabreado y a la vez "triste" por la carta de Álex, que resultó ser de Laura, porque desconfiaste de mí y no tuviste razón... Pero también lo vi todo...

»Cuando saliste de mi casa, estaba mirándote por la ventana, queriendo chillar que volvieses... Te seguí casi hasta tu casa... Y entonces lo presencié todo... Observé cómo un hombre, o al menos eso aparentaba ser, vestido de negro, con un pasamontañas y ambos guantes del mismo color, te tapaba la boca con un pañuelo empapado de cloroformo, supongo, pues caíste rendido a la primera de cambio.

»Corrí a toda prisa, queriendo alcanzar el coche, pero llegué tarde... —suspiró y continuó...— Ay, pequeño... No lo sabías, porque no te lo había dicho, pero conduzco desde mayo. Así que sin pedirle permiso a mis padres, hice lo que cualquier adolescente de dieciocho años hubiese hecho de darse el caso de "secuestro a su novio", o no... Quién sabe. En fin, que salí en tu "búsqueda". No me fue difícil localizar el coche que te había secuestrado, pues por suerte o por desgracia, su tubo de escape soltaba una especie de líquido que me resultó más fácil el seguimiento.

»Al llegar al lugar donde te retuvieron dos días seguidos, bajé del coche, consiguiendo que no me viesen, y les seguí.

»La vi, David... Vi que había sido ella, y no pude reprimir mi ira. Allí estaba Laura con dos hombres, supongo que contratados, y Álex. Tú estabas enfrente de él, con los ojos cerrados. Ambos estabais igual, y ahí... Ahí no supe a quién de los dos necesitaba, no supe a quién quería, David.

  Al oír su nombre, el chico comenzó a abrir los ojos, pero antes de hacerlo murmuró:

—¿Y a quién quieres, Cía...?

Noches entre foliosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora