Capítulo 28.

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—¿Te han dicho alguna vez que tienes una boquita muy tentadora? —le preguntó descaradamente David a Cía.

—David, ¿qué quieres?

  Este, se situó delante de la chica y cogiéndola de la cintura se lanzó con ella encima de la cama, alargó el brazo para tocar el interruptor de luz y que de esta manera se apagase, y volvió a poner su brazo debajo de la cabeza de Cía.

  David cogió el mechón de pelo que le caía en la cara a ella, e instintivamente se lo apartó del rostro.

—Mírate, eres preciosa... —suspiró David—. Cualquiera en su sano juicio estaría loco por ti.

—¿Por qué haces esto tan difícil, David...?

—Si quieres que me vaya, sólo dímelo, dímelo, y... —silencio—. Dímelo y me volveré a ir, pero esta vez, juro que no volverás a saber de mí.

  Cía se separó de su lado y volvió a mirar a ese techo negro.

  Notaba cómo los músculos del brazo del chico se tensaban cada vez más, y sabía que era porque él esperaba una respuesta.

  Silencio de nuevo.

—Cía, di algo, por Dios.

—No...

—¿No qué...?

—No quiero... —dijo la chica sin poder terminar la frase.

  "No quiero verte más­­­", pensó David que ella diría... Y sin decir nada, hizo amago de levantarse, quitando el brazo de debajo de su cabeza.

  De repente, notó cómo le agarraba el brazo y se le acercaba a la oreja.

—No quiero que te vayas... No quiero que te vayas, ni ahora, ni nunca —le susurró en el oído, y abrazándole le echó hacia atrás, tumbándole entre sus brazos.

  Mirándole desde arriba le besó de nuevo y cerró los ojos.

—¿En qué piensas, pequeña?

—En nada —contestó Cía. —Ven anda. Le dijo haciéndole sitio en la cama para que se tumbase a su lado.

  Él ni se lo pensó dos veces, y a los cuatro segundos ya estaba a su lado, abrazándola de nuevo.

—Sólo espero que mis padres no te hayan oído entrar... —dijo en voz baja Cía.

—Me he arriesgado con tal de estar contigo y ser un poco más feliz —contestó él.

  Cía miraba esos ojos verdes azulados pensando que nunca más volvería a verlos y quiso que es imagen se quedase en su mente toda su vida.

  Dentro de las sábanas empezaba a hacer calor, y no sabía si era ella, él, o los dos. Nunca había experimentado aquella sensación. Nunca había estado con nadie en esa misma situación, ni siquiera con Álex.

Noches entre foliosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora