Capítulo 3, parte dos.

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Cía

Veo cómo Sophie me mira extrañada y de repente levanta la mano llamando a Dani con gestos.


—Creo que tu novia te está llamando —le digo al chico señalando a Sophie con la cabeza.

—Contéstame y me iré —me exige haciendo caso omiso a lo que le acabo de decir.

—No lo sé, Dani, nunca antes te había visto —miento.

Sus ojos dicen que los míos mienten a kilómetros, que no me cree, pero él en cambio, se ríe y asiente con la cabeza.


—Disculpa, no debería haberte dicho nada. —Y sin darme tiempo a contestar, se despide con un simple—: Nos veremos pronto, Cía.

Sus últimas palabras han creado en mí un efecto extraño, pero agradable. Veo cómo se va acercando a ella y unos sentimientos de celos invaden mi estómago. Observo cómo la coge de la mano y cómo con la otra le acaricia la cara haciéndole creer que todo está bien, que no ha pasado nada.

«Si es que no ha pasado nada.»

Sigo delante de nuestra mesa del Starbucks cuando la camarera se vuelve a acercar a mí, con su cara de pocos amigos, y por obligación me pregunta si voy a querer algo más.

—No, gracias —digo—, me iba ya.

Me mira como diciendo "¿Por qué me haces perder el tiempo?" y se va. Con el paso firme comienzo a alejarme del local mientras me pongo a pensar en lo que acaba de suceder con Dani. No puede ser que ambos nos recordemos cuando no nos hemos visto nunca, al menos él a mí no, o eso creo.

Saco mi iPhone del bolsillo trasero de mi pantalón. Ninguna notificación, lo suponía.

Cojo los auriculares de mi otro bolsillo y los conecto. Busco alguna canción de Ed Sheeran esperando que me tranquilice. "Thinking out loud" suena en mis oídos mientras veo cómo el gentío en el Passeig de Gràcia va creciendo.

Es un jueves por la tarde y parece viernes. Siempre me ha gustado Barcelona por la multitud de gente, porque cada uno va como quiere vestido y a nadie parece importarle y sobre todo, porque Barcelona nunca duerme.

De repente veo el reloj.

«Mierda.» Son las seis y media de la tarde casi y tengo que presentar la carpeta con los papeles de recepción a mi jefe en una hora y media.

Acelero el paso esquivando, como puedo, a las personas que se interponen en mi camino mientras pongo a punto las llaves para abrir la puerta del piso. Cualquiera que me vea pensará que estoy loca, que se me va la vida y que en breves se me van a salir el corazón o los pulmones por la boca, pero no me importa, tengo prisa y es lo que me toca hacer: Correr como si quisiera reencontrarme con mi primer amor en la estación de tren.

Mientras pequeñas gotas se acristalan en mi frente vuelvo a pensar en él. En el chico de los ojos verdes azulados. No sale de mi mente ni un maldito segundo y joder, cómo escuece. Sin darme cuenta de a qué velocidad voy, tropiezo de frente con un chico trajeado. Su maletín lleno de papeles cae al suelo y me pregunto en voz baja por qué todo me pasa a mí.

—Perdón, lo siento mucho, iba sin mirar. Tenía prisa, y... —digo con la respiración agitada.

—¿No podrías mirar por dónde vas? —me dice elevando la voz más de lo normal. Me mira fijamente con sus ojos grises y un escalofrío recorre mi espalda. Por su apariencia diría que es mayor que yo, pero no mayor de 30 años.

—Lo siento, de verdad —titubeo y me agacho a recoger los papeles que yacen en el suelo.

—Déjalo, ya has hecho bastante —gruñe y acaba por recogerlos él.

«Será imbécil.» Sin decir nada, me levanto y me dispongo a caminar hacia mi loft.

Cuando llego al cruce, me giro hacia él por curiosidad y le encuentro mirándome con esos ojos tan intimidantes.

Al llegar al piso me cambio de nuevo a toda prisa, poniéndome otra vez la falda de tubo negra y la blusa blanca. Me echo por encima la americana y paso por última vez por el cuarto de baño para retocarme el maquillaje. Cojo el colorete de la bolsa de aseo para darme el último toque pero lo pienso mejor cuando veo que mis mejillas ya lucen un tono rosado bastante fuerte. Enseguida pienso en el chico trajeado y en sus ojos grises y sin darme cuenta sonrío.

Diez minutos más tarde estoy en la parada del metro esperando que llegue. Preferiría coger el coche, pero me queda apenas media hora para entregarle los papeles, no sé si habrá mucho tráfico y sobre todo si habrá sitio para aparcar.

«Urquinaona, Jaume I, Barceloneta...» A la cuarta parada bajo y camino durante casi ocho minutos hasta llegar al hotel.

Llevo trabajando aquí cinco meses aproximadamente y todavía no me acostumbro a lo intimidante que resulta ser.

Llego a la recepción y me encuentro a Ana atendiendo el teléfono. Me saluda con la cabeza y le enseño los papeles que tengo en la mano. Con un simple gesto me señala la mesa para que los deje encima, se aparta el teléfono de la oreja y me dice:

—Max está en una reunión ahora mismo, ya me encargo yo de dárselos.

En voz baja le doy las gracias y me despido de ella.

Salgo del hotel bastante más relajada que hace apenas media hora y de repente se me hiela la sangre.

Esos ojos grises se encuentran de repente con los míos y una ligera sonrisa aparece en su cara.

—Nos volvemos a encontrar, señorita.


Noches entre foliosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora