Capítulo 51.

298 17 0
                                    

Dos horas y media antes en la zona ajardinada de la Avenida de la Ilustración...

—¿A qué esperas?, habla —dijo Cía ya fuera de sus casillas.

—Bueno, bueno, no sabía que tenías tanto interés en mí, pequeña —continuaba hablando Diego vacilante. Soltándole la mejilla que previamente le había pellizcado, le dijo:— Llegué al barrio unas horas antes de que tú te fueras, vi cómo tus padres metían el equipaje en el coche y te vi a ti, hablando con ese conejito azul, en la ventana.

»He de admitir, que nunca antes había sentido algo tan intenso viendo a una persona solamente una vez. Pero lo hice...

Cía se paró a respirar.

—¿De dónde vienes, Diego, qué edad tienes?, no sé —preguntó Cía algo confusa—. ¿Entiendes que no sé nada de ti y tú te plantas en mi casa sabiendo mi nombre, cuándo volvía, y mi dirección?

Cada vez que Cía miraba a Diego, recordaba a David. Los ojos eran totalmente diferentes, pero tenían algo, algo mínimo, en común.

—Tengo 21, vengo de Barcelona y de momento voy a vivir aquí. No sé quiénes son mis padres; me dieron en adopción nada más nacer y bueno, desde entonces he vivido de familia en familia hasta que cumplí los 18, que fue cuando comencé a trabajar como modelo.

»La agencia "Elite Model Look" me contrató y cambió mi vida. Moda, fotografías, todo lo que siempre había querido tener.

—¿Eres modelo? —preguntó de nuevo Cía más sorprendida todavía.

Aunque no entendía su sorpresa, Diego era uno de los chicos más guapos que había conocido.

—Sí, Cía, lo soy. ¿Te sorprende? —sonrió el chico con su perfecta sonrisa.

—Hmm... En fin. ¿Por qué me buscabas? continuó preguntando Cía haciendo caso omiso a la pregunta retórica de Diego.

Silencio.

—Lo dicho, desde que te vi aquella vez, quise conocerte. Supuse que te irías por el equipaje y, por no haberme acercado en el momento, tuve que esperar, hasta hoy.

»Nuestra vecina, Carmen, estaba paseando a su perro cuando me vio mirándote, detrás de unos arbustos, cual niño pequeño mira las cometas.

"Es preciosa, ¿verdad?", me dijo. Yo sólo pude reírme y asentir, "sí, lo es".

»"¿Cómo se llama?", quise saber, y fue entonces cuando me dijo tu nombre y se fue.

—Entonces, ¿no sabías cuándo volvía?

—No, pequeña —rió Diego con la suficiente fuerza para contagiarle la risa a ella—. Paseaba adrede por aquí a diario para ver si habías vuelto, pero siempre se me hacía la misma rutina, no daba contigo.

—Hasta hoy... —dijo Cía en voz baja.

—Exacto, hasta hoy.

La manera en la que él la miraba, le transmitía cariño, confianza, desconociendo el porqué. Sus ojos sin duda eran otro mundo.


—¿Puedo replantearte la invitación para salir conmigo? —sonrió Diego mientras salían esas siete palabras de su boca.

—Quizá otro día, he vuelto cansada del viaje y aún no me he parado a descansar. Además, es tarde y debería volver ya a casa.

—Claro... —contestó él con un tono de decepción en la voz—, te acompaño.

15 minutos después...

Caminando bajo las estrellas del precioso cielo de Zaragoza, Cía y Diego caminaban ambos cabizbajos sin saber qué decir.

—Gracias, supongo —dijo Cía al llegar al portal de su casa.

—No ha sido nada. Lo hago encantado.

Cogiendo las llaves para abrir la puerta, Cía se percató de que la luz de la pantalla de su móvil parpadeaba y sin ver de quién se trataba, descolgó.

—¿Diga?

Al instante, después de colgar su teléfono, Cía se tiró al suelo.

—¡Cía! —chilló Diego, quién seguía estando allí con ella— ¿Qué ha pasado?, Dios.

Conforme la chica pudo, paralizada en el suelo y con la cara completamente pálida, contestó:

—Una de mis mejores amigas, ha muerto.

Noches entre foliosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora