Capítulo 9, parte dos.

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Dani

Sophie se ha dormido encima de mí, los cristales del coche están empañados y en el derecho de la parte trasera, los tres dedos de su mano izquierda han quedado marcados. Me recuerda a la película "Titanic", cuando Rose y Jack lo hacen por primera vez en el coche de la bodega. Cualquiera que haya visto esa película conoce esa escena, incluso quien no la haya visto. Es la película favorita de Sophie y está a punto de ser la mía también porque es de las pocas que he visto tantas veces seguidas. No soy un obseso del cine ni soy el típico que prefiere quedarse en casa viendo una película antes que salir de fiesta, pero desde que esta chica pelirroja entró en mi vida, ese es mi plan casi todos los sábados. Y debo añadir, que aunque suene a queja, no lo es para nada.

Antes de ella todo era diferente, yo estaba cada fin de semana con una, por no decir con varias. Mis hobbies eran ir al gimnasio, salir a presumir mi Porsche Cayman S blanco: que pasaba de 0 a 100 km en apenas cinco segundos, que podía llegar a los 283 km/h sin problemas, aunque yo nunca había sobrepasado los 230, y que tenía 325 CV; que era sin duda lo que más me gustaba. Nada mal para ser un Porsche. Lo de emborracharme y fumar ya ni os cuento porque me tomaréis como alguien que necesita rehabilitación.

Miro el techo de su Mercedes Clase A y sonrío al recordar todo lo que ha pasado entre estas "paredes" —si se le pueden llamar así— hace apenas unas horas.

Su piel desnuda está tremendamente suave y si no fuera porque ha conseguido que me corra dos veces, volvería a ponerme duro únicamente mirándola. No sé qué tiene esta chica que hace que me vuelva loco.

No me canso de observarla mientras duerme, cómo inconscientemente se mueve por los breves espasmos que tiene y cómo dice mi nombre entre susurros.

Es casi la una de la madrugada y ya va siendo hora de volver. Sophie mencionó que no tenía llaves del loft todavía y que tenía que avisar a su compañera para que ésta le abriese.

Recuerdo a la chica de pelo negro y los ojos miel: Cía. El problema es que no la recuerdo de antes, sino de hace bastante tiempo. Como si nos conociésemos, como si la hubiese visto en otro momento.

Qu'est-ce que tu penses? —me dice Sophie con la voz un tanto ronca pero con el mismo acento adorable de siempre.

—Nada, tranquila. No pensaba en nada.

—¿Seguro?

—Únicamente había visto la hora y estaba pensando en que ya es hora de irnos, más que nada por tu compañera. Me sabe mal que se tenga que quedar despierta por nosotros —trago saliva—, ¿no crees? —Digo, intentando que no suene a que estoy más preocupado por su compañera de lo que debería estarlo.

—¡Dios!, ¿qué hora es? —chilla sobresaltada mientras se levanta de encima de mí de golpe.

—Casi la una...

Sophie comienza a vestirse a la velocidad de la luz maldiciendo en voz baja el haberse quedado dormida. Coge su iPhone y observa los mensajes de WhatsApp:

—Por suerte no hay ninguno de Cía —dice casi en voz baja.

Hago lo mismo que ella, en cuanto a vestirme, y paso al asiento del conductor.

—Si no te importa... —le digo. Sabe que no me gusta que conduzca por la noche si lo puede evitar, y ahora sí, lo puede evitar.

—Claro —asiente poniendo los ojos en blanco y acabando de ponerse sus medias transparentes.

Pasa al asiento del copiloto y cuando ya tiene el cinturón puesto, me pregunta:

—¿Te ha gustado la sorpresa?

Irónicamente, contesto:

—Para nada —mientras pillo al vuelo su mano en dirección a mi cara. La beso y le susurro al oído: —Qué no me va a gustar de ti.

Sonríe y se acomoda de nuevo el vestido, preparada para irnos.

Es tan fácil picarla y hacerla sonreír, que no me canso de hacerlo una y otra vez.

Quito el freno de mano y cambio las marchas para salir de allí. La mano de Sophie se posa sobre mi pierna mientras mi brazo derecho la coge mientras ella se apoya en mi hombro.

Una calle antes de llegar al loft, después de casi 20 minutos, noto que ha vuelto a quedarse dormida, esta vez apoyada en su puerta. Cojo su móvil para llamar a Cía, ya que donde viven no se puede aparcar, y de repente veo cómo dos figuras pasan por delante del coche.

Me fijo en él. Es un chico no muy alto, con el flequillo bastante largo cayéndole por encima de los ojos. A su lado, la chica sonríe, tiene el pelo tan oscuro que apenas se diferencia en la oscuridad, me fijo mejor y consigo caer en la cuenta de que es ella. Cía saca las llaves de su bolso y ambos se dirigen hacia su finca. Quisiera pensar que no lo lleva a su loft y que va a tirárselo, aunque, joder, es su vida y puede hacer lo que quiera, digo yo.

De repente, bajo del coche como si mi instinto me hubiese obligado a hacerlo y chillo su nombre. Ambos se giran y ella me reconoce. La sonrisa del chico desaparece enseguida y la cara de ella parece un cuadro sacado del Louvre.

Me acerco hasta ellos y después de saludarlos, añado:

—Sophie está dormida en el coche, no pretendíamos molestarte.

El chico, que al parecer se llama Jota —¿y qué clase de nombre es ese?—, sonríe con cara de pocos amigos. Por lo visto le he aguado la fiesta.

«Te jodes», río en pensamientos, inconsciente de por qué lo he hecho. Pero me alegra saber que esta noche, al menos uno de los dos no folla.


Noches entre foliosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora