Capítulo 22, parte dos.

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Dani


—Ponme uno doble, con hielo —le pido al camarero de nuevo—. De lo mismo.


La botella que lleva mi nombre precedido de otro está a punto de llegar a la mitad y sólo la he tocado yo. El camarero coge mi vaso, le añade dos cubitos de hielo, levanta la botella de Jack Daniel's y llena el vaso hasta la mitad.


—Incluso el vaso lo veo medio vacío... —Murmuro mientras sujeto el objeto de cristal con la mano y hago tintinear el hielo.

—¿Decía algo, señor? —Me pregunta el camarero pensando que le hablo a él.


No contesto.

El camarero sigue con su faena y yo miro de qué manera el hielo se deshace en mi vaso. Este es el cuarto que me hago y la promesa que me ha hecho hacer Sophie sigue dando tumbos por mi mente. Doy un trago y noto cómo los 40º bajan por mi garganta directos al hígado. No me importaría desaparecer ahora.

Doy otro trago. El camarero ha desaparecido y yo en breves voy a necesitar otro vaso. Doy el tercero, bebiendo hasta la última gota de lo que queda. Los cubitos de hielo no han tenido tiempo de consumirse y los dejo "vivir", como no ha sido posible con Sophie. Doy un puñetazo a la barra.


"La imagen, Daniel, la imagen", me repito sucesivamente.


—¿Algún problema, señor? —Por fin, ya está aquí—. Sí, no está lleno —le digo señalando el vaso que tengo entre mis dedos—. Llénalo.


El camarero me mira perplejo —supongo que por la capacidad que tengo de aguantar sobrio— y me coge el vaso. No antes sin pedirme permiso: Permiso concedido.


—Doble pero sin hielo —digo esta vez.


El camarero deja sobre el recipiente plateado las pinzas que había cogido para el hielo y echa únicamente el whisky que le he pedido. Me da el vaso de nuevo, lleno y sin hielo, y va a atender a otros clientes.

Este vaso me lo bebo todavía más deprisa que los anteriores y maldigo a mi cuerpo por no dejarme emborracharme tranquilo.

Dejo el vaso completamente vacío sobre la barra, hago una seña al camarero para que se acerque y cuando lo hace, le doy cincuenta euros.


—Cóbrese los cinco y las molestias.


Me levanto del taburete seguro de mí mismo y voy directo a la máquina de tabaco. Introduzco cinco euros y le doy a la tecla que pone "Marlboro". Hacía casi dos años que no fumaba, desde que empecé con Sophie, pero al final, las malas rutinas vuelven y lo bueno se va.

Salgo a la puerta y abro el paquete. Ya estoy empezando a notar cómo me sube el alcohol, pero no me importa. Saco un cigarrilo y lo enciendo, dejando que el humo llegue hasta lo más profundo de mí. La primera calada hace que tosa pero la segunda ya la controlo. Noto cómo empiezo a marearme y no sé si es que los cinco vasos de Jack Daniel's están empezando a hacerme efecto o estar casi dos años sin fumar tiene consecuencias.

Empiezo a ver borroso y sé que no son las lentillas. Me siento en el bordillo de la acera por intentar recobrar un poco el sentido y sigo fumando.


—Perdona, ¿tienes fuego? —Me pregunta una chica morena con unos increíbles ojos azules.

—Sí, claro —contesto tendiéndole el mechero que saco de mi bolsillo derecho. No sabía ni que tuviese uno.


Está jodidamente buena. Es bastante alta, lleva un vestido negro por encima de las rodillas, una americana blanca y unos tacones de un palmo, mínimo. Las curvas se le marcan como si el vestido fuera de papel y las piernas me gritan que las abra.


—¿Qué haces a estas horas por aquí? —Le pregunto, curioso.

—Podría preguntar lo mismo —me dice, y no respondo.


Estoy empezando a notar cómo se me cierran los ojos y hago todo lo posible por mantenerlos abiertos.


—¿Estás bien? —Me pregunta.

—Sí, claro —me levanto del bordillo y le tiendo la mano—. Daniel, encantado.

—María, lo mismo digo —responde apretándome la mano.

—¿Quieres tomar algo? —Le pregunto—. Tranquila, yo invito —y cogiéndola de la cintura la llevo de nuevo adentro.


Seis horas después...


Abro los ojos como puedo y a través de la ventana veo cómo en el exterior ya es de noche.


"¿Dónde coño estoy y qué hora es?", pienso. Estoy totalmente desnudo y no veo nada.

Me incorporo de la cama en la que me encuentro y comienzo a palpar el colchón, no hay nadie.


—Joder, menos mal —digo en voz alta.


Me levanto y doy una patada sin querer a unos pantalones. A oscuras, descubro que son los míos y busco mi iPhone en el bolsillo.


"Sigue aquí".


Miro la hora en la pantalla: "20:30". Maldigo para mis adentros el haber bebido tanto y pongo el flash a modo de linterna para ver dónde me encuentro.

No es mi habitación y no es ninguna que conozca, ¿dónde coño me he metido?


—Por fin, buenos días —dice una voz que entra por la puerta. Es María.




Espero que os hayan gustado los capítulos y que tengáis ganas del siguiente. Ya sabéis, si queréis que el domingo que viene haya doble, dadle amor a los capítulos ¡y espero leer vuestros comentarios!

¡Mil saludos, familia!

Noches entre foliosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora