Capítulo 26.

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—Ey, David, ¿estás bien?, te has quedado blanco, tío —dijo su hermano.

  David tardó en reaccionar pero finalmente de su boca salió un: —Sí...

  Nunca le había hablado de ella a Fran, hacía años que no se veían y tampoco había tenido la ocasión de decirle nada, pero debería haberlo hecho; ahora no estaría en aquella situación.

00:30 en el "Port Olímpic"...

—¿Por qué me has traído aquí? —quiso saber ella.

—Supuse que, de todos los sitios de La Barceloneta, este sería el último en el que nos buscarían.

—¿Qué quieres, Álex?

—Qué queremos. Queremos que esos dos no estén juntos; yo quiero que Cía vuelva a ser mía, y tú..., bueno, tú supongo que quieres que David vuelva a ser tuyo, ¿o me equivoco?

—No, no lo haces. Pero no sé qué quieres que haga, si Cía va a irse mañana a Zaragoza —contestó la chica algo confusa.

  Álex se acercó a su oído y le susurró qué iba a hacer.

00:40 dentro del coche de la familia Beltrán...

—¿Por qué vas tan callada, hija?

  Cía miraba por la ventanilla del coche, tenía en sus oídos la canción "Aunque tú no lo sepas" de "El canto del Loco" y observaba cómo las gotas de lluvia que hacía poco habían empezado a caer, nacían en el cristal; su madre le tocó la pierna y le hizo el gesto de quitarse un auricular invisible para que la escuchase.

—Perdona mamá, no te estaba oyendo, ¿decías?

—Nada, cariño, simplemente me extraña que no hayas dicho nada desde que hemos salido del restaurante.

—No pasa nada, solo es que estoy cansada —suspiró y añadió:—. Cuando lleguemos avísame, voy a seguir escuchando música.

"He blindado mi puerta

y al llegar la mañana

no me di ni cuenta

de que ya nunca estabas..."

  Y cerró los ojos con la voz de Dani Martín, acariciando sus tímpanos.

00:52 llegando a un apartamento cualquiera en la playa de La Barceloneta...

  Irene acarició la pierna de Cía, quién se había quedado dormida, y le dijo:

—Cariño, ya hemos llegado.

  Los tres bajaron del coche, y la chica subió rápidamente a su habitación pues la lluvia había empezado a cogerse y caía con fuerza.

  Entró en su dormitorio y comenzó a quitarse la ropa: primero los tacones, luego el vestido de encaje negro y finalmente el sujetador. Se introdujo la camiseta de los Simpsons por la cabeza, se metió en la cama, apagó la luz de su lamparita de noche y se quedó mirando a la nada. Al techo, negro, cómo si en esos momentos tuviese los ojos cerrados.

  De repente, le llegó un WhatsApp y revisó por última vez sus mensajes.

  Tenía 33, pero todos eran de grupos, exceptuando el último, que era el que acababa de recibir:

"David: Cía, abre la ventana... Estoy fuera."

Noches entre foliosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora