Capítulo 19, parte dos.

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Cía


No me hace mucha gracia ir en el coche de Dani teniendo el mío en el párking. Siempre me ha gustado hacer las cosas por mi cuenta y no depender de los demás, no me gusta estar a la merced de cualquiera y ahora mismo en el coche de Dani, lo estoy: puede hacer lo que le plazca conmigo y no estoy cómoda.


—¿Puedes ir más despacio? —le pregunto. Desde que hemos subido al coche se ha saltado dos semáforos en rojo y va a casi 80 km/h dentro de la ciudad.

—Lo siento, Cía. Realmente estoy preocupado.


Dudo si creerle o no, realmente parece nervioso pero no acabo de confiar plenamente en él. No ha dejado de dar golpecitos con los dedos en el volante desde que lo ha cogido por primera vez y ni siquiera suena la radio, la ha apagado en cuanto han puesto publicidad. Leves gotas de sudor empiezan a aparecer por su frente. No sé por quién preocuparme más, si por Sophie, o por él.

Miro por la ventana, algunas gotas, aunque escasas, de lluvia, comienzan a empapar el cristal.


—Lo que faltaba —dice dando un golpe seco al volante.

—Tranquilízate, Dani, ¡por Dios!


Al cabo de cinco minutos, frena en doble fila delante del apartamento y baja corriendo hacia mi puerta. Se quita el abrigo negro y me lo pone encima para que no me moje; la lluvia se ha convertido en el diluvio universal. Observo cómo deja al descubierto un impecable traje gris y le doy las gracias: no tiene pinta de ser barato y por mi culpa se lo está mojando.

Llegamos al portal y abro la puerta derecha. Entramos, él detrás de mí, y subimos al ascensor. Le devuelvo su abrigo dándole de nuevo las gracias y le doy al botón número 9 haciendo que el aparato elevador comience a subir.


—Solo deseo que esté esperándonos en la puerta. O al menos, esperándote —dice.


Sexto piso. Séptimo piso. Octavo piso...


Pero como dicta la ley de Murphy: "Si algo puede salir mal, saldrá mal", y antes de llegar al noveno piso, el ascensor se detiene.


—¡Joder! —grita Dani—, dime si algo puede salir peor.


Y conforme suenan esas seis últimas palabras de su boca, la luz se apaga.


—¿Algo más que añadir? —critico.

—Creo que mejor me voy a callar —dice.


Miro mi iPhone, ¡maldita sea!, sin cobertura. Si yo no tengo cobertura, dudo que él tenga...


—¿Tú tienes cobertura? —le pregunto.

—Nada...


Genial. A ver qué hacemos ahora.

Enciendo el flash de mi móvil a modo linterna y él hace lo mismo.


—Por lo menos, algo nos podemos ver —comenta. Gracias, no me había dado cuenta—. Ten, anda, póntelo —me dice tendiéndome de nuevo su abrigo.

—Gracias...


Me mira a los ojos y me duele ver cómo se le acristalan.


—¿Crees que estará bien?

—Espero que sí —le contesto mientras acabo de ponerme su abrigo.


Se acerca a mí y antes de poder reaccionar, encuentro sus brazos rodeando mi cuello convirtiéndolo en un extraño abrazo. Paso los míos por su cintura y, dejando de lado mi desconfianza, le devuelvo el abrazo.


—Estará bien, ya lo verás...


Como por arte de magia, el ascensor empieza a moverse, haciendo su recorrido programado y en menos de cinco segundos hemos llegado al noveno piso.

Abro la única puerta que hay en el piso, porque mi ático es el único de la finca y me sorprende que esté abierta. Nadie, aparte de mí, tiene copia de llaves.


—¿Qué ocurre? —pregunta Dani detrás de mí.

—Sh —siseo.


Entro en silencio con Dani a mis espaldas y oigo como un grifo está abierto.


—Ve al cuarto de baño y asegúrate de que el grifo esté cerrado.


Yo voy a la cocina por si acaso fuese la fuente del ruido y me cercioro de que el de allí también lo esté.


—¡Cía, por Dios, corre! —oigo que chilla Dani desde el cuarto de baño.


En cuanto entro, lo primero que veo son unas muñecas llenas de sangre y una cuchilla en el suelo. Sophie está sentada en el plato de ducha y Dani, empapado por el agua que sigue cayendo del grifo, sujeta su cabeza.

Apago el telefonillo para que deje de caer el agua y marco enseguida el 112.


—Una ambulancia, por favor. Sí. Paseo de Gracia número 20. Intento de suicidio. Dense prisa, por favor. Gracias —y cuelgo—. ¿¡Me dices cómo ha podido entrar si no tenía llaves!?

—Su padre... —susurra Dani entre sollozos.

—Su padre, ¿qué?

—...su padre —continúa—, era policía. Aprendió a abrir puertas hace tiempo...

—¿Era?

—Sí, Cía... Ambos murieron en un accidente de coche hace un par de semanas.

Noches entre foliosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora