Capítulo 14, parte dos.

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Cía

—¿Me has traído los papeles que te he pedido? —Me pregunta Max con sus amenazantes ojos grises.

«Mierda», pienso.


—Sí. —Digo, mientras me acerco a su lado—. Voy un momento al coche y te lo traigo —continúo diciendo mientras intento disimular mi mente tan olvidadiza y torpe.

—No tardes —añade.


«No tardes», repito haciéndole burla en mi mente.


—Es más, te acompaño, si no te importa —dice. Vale, sí me importa.

—Claro.


Esta vez, junto a Max, vuelvo a entrar en el ascensor y le doy al botón "P-1", que va directo al Párking.

Durante los casi dos minutos que estamos metidos en el mismo espacio cerrado, no hablamos: Como si le hubiese comido la lengua el gato que tiene en casa, igual.

Miro con el rabillo del ojo cómo mete ambas manos en los bolsillos de su pantalón. Da la impresión de que esos pantalones han sido confeccionados especialmente para él; no tienen ni una sola arruga, están perfectamente planchados. De repente se me pasa por la cabeza preguntarle si sabe planchar, si hay alguien en su casa que le plancha de normal o si todavía su madre sigue haciendo ese trabajo por él, pero me muerdo la lengua para evitar que llegue incluso a despedirme.


"DING", el pitido del ascensor que nos dice que hemos llegado a la planta solicitada me despierta de mi ensoñación y vergonzosa salgo del ascensor, dejando a mi jefe caminando detrás de mí.

Voy pensando en los papeles, en si estarán correctamente escritos, como los pide Max, más bien: inefables.

Llego a la plaza de mi coche y de repente un grito a mis espaldas hace que me gire de repente:


—¡JODER! —brama Max—. ¡¿Quién coño ha rayado mi coche?!


Y como si de una pesadilla se tratase, empiezo a sentir cómo mis manos van humedeciéndose con una fina capa de sudor.


—Esto solo puede pasarme a mí—, pienso en voz alta sin darme cuenta.

—¿Perdón? —se sorprende, Max.

—Esto... Max, lo siento, la raya de tu coche la he hecho yo... —Noto como la cara se le va encendiendo de la rabia y antes de que pueda decir nada, añado: —Descuéntame del salario lo que cueste el taller, si quieres...

Sin decir nada, se acerca a su coche para revisar los daños causados y cierra los ojos como si le acabasen de pegar una patada en la entrepierna en ese mismo momento.


—Te haré llegar la factura del taller —me dice amenazador.


Trago saliva como puedo y me acerco a la puerta del copiloto de mi coche para poder recuperar los papeles que me he dejado anteriormente.


—Son estos —le digo a Max, que sigue viendo el destrozo de la puerta de su coche, mientras le tiendo los papeles a un metro de distancia.


No se oye ni un alma en el párking salvo a mi jefe maldiciendo en voz baja. Realmente no sé si puedo sentirme más idiota. Quiero que la tierra me trague en estos momentos porque sinceramente no sé dónde meterme.

Inesperadamente siento cómo los papeles de mi mano desaparecen y Max los mira por encima.


—Aunque hayas rayado mi coche, he de decir que no está nada mal —dice al cabo de dos minutos cuando ha leído la mitad del informe, recalcando la palabra "rayado".

—Gracias —digo en voz baja.

—¿Subimos? —Me pregunta.

—Claro.


Volvemos a hacer el camino hacia el ascensor de nuevo, esta vez, él delante de mí. Voy cabizbaja, pensando que mínimo me van a desaparecer 500€ para la reparación de su puerta y será como si este mes Sophie no hubiese pagado alquiler. Maldigo en pensamientos mi mala suerte mientras entro en el ascensor junto a mi jefe.


—¿Estás bien, Cía? —Pregunta Max.

—No te preocupes, no es nada.


Inesperadamente, mi móvil empieza a sonar y veo la llamada entrante de Sophie.


—Sophie, dime, ¿qué pasa?

—Cía —dice entre llantos—, necesito ir a casa y no tengo llaves...

—¿Qué ha pasado?

—¿Podemos hablar después? —dice casi sin poder articular palabra.

—Sí, claro. Vente al Hotel Arts. Estoy aquí.


Antes de despedirme, veo que me ha colgado y empiezo a preocuparme.


—¿Algún problema? —Pregunta Max.

—No, tranquilo.


Llegamos a la recepción del hotel y saliendo del ascensor noto cómo la mano de mi jefe se posa sobre mi hombro.


—Olvídate de la raya del coche. Podré pagarlo solo.


Y sin decir nada más, veo cómo, junto con mis papeles, se va.

Noches entre foliosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora