Capítulo 18, parte dos.

278 17 1
                                    


Dani


No tengo ni idea de qué estoy haciendo. Si buscar a Cía, a Sophie o a mí mismo. Desde hace una hora, me siento completamente vacío por la pelirroja de ojos verdes, pero a la vez siento un gran alivio por ser mínimamente "libre". Es extraño. Poca gente en este mundo sería capaz de entender mi mente incluso estando dentro.


—¿Dani? —dice una voz detrás de mí.

Me giro en busca de esa voz tan dulce y lo primero en lo que me fijo es en esa falda de tubo azul marino que le resalta las curvas de las caderas tan perfectas que tiene.


—Hola, Cía.

—¿Qué haces aquí? —Me pregunta sorprendida.

—Buscaba a Sophie. He supuesto que después de pedirte las llaves vendría aquí a por ellas.

—No. Y eso que hace más de una hora que ha llamado; pero no, no ha venido todavía —se observa el esmalte de las uñas y me mira—. Espera, ¿he de suponer que estaba contigo hace esa hora y varios minutos?

—Digamos que hemos tenido una breve discusión.

—No quiero entrometerme en algo que no me incumbe, pero, ¿puedo preguntar por qué?

—Me ha pillado besando a otra tía.

—¿¡Perdón!? —Literalmente ha abierto la boca de par en par.

—No es lo que parece, Cía. La otra chica me besó justo cuando entraba Sophie y ahora ella cree que la estaba engañando.


Cía se ha quedado sin habla. Si es que lo mío es sonar como un cabrón.


—A ver... Si tú fueras mi novio, y te viera besando a otra, también pensaría que es culpa tuya —añade.

—¿¡Y por qué no puede ser culpa de la chica!? Siempre culpando al género masculino —resoplo—. Luego queréis igualdad.

—Relájate, ¿vale? Sólo te he dado mi opinión. —Se para a respirar y continúa—: ¿La has llamado al móvil?

—Sí, unas cuatro veces y nada. Es normal que no quiera saber nada de mí.

—Yo también la he llamado cuando me ha colgado y después dos veces más, pero seguía sin contestar.


Intento hacerme el fuerte, pero estoy empezando a preocuparme de verdad. No es normal que no dé señales de vida.


—Vuélvela a llamar —le digo.


Me hace caso y va directa a recepción. Encima de la mesa, tiene su iPhone. Por suerte, el estúpido de su compañero Samuel ya no está. Me ponía de los nervios. Se pone el teléfono en la oreja y después de unos segundos, cuelga.


—Me salta el contestador —dice con la voz medio apagada.

—¿Qué hacemos?

—Vamos a mi apartamento, por si acaso estuviera allí —me contesta.

—Como quieras...


Veo cómo deja una nota escrita sobre la mesa de recepción, supongo que para su compañero el simpático Samuel, y me mira:


—Aunque sea la supervisora, tengo que avisar —dice sonriendo—. Vamos.


Me doy cuenta de que va directa al ascensor y la paro:


—¿Dónde vas?

—Tengo que ir al párking, tengo allí el coche —me dice como si fuese lo más normal del mundo.

—Vamos con el mío, lo tengo fuera en doble fila.


Sin decir ninguna palabra, aunque a regañadientes, asiente y me sigue.

Noches entre foliosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora