Capítulo 17.

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  David miró a Cía sin articular palabra. 

  No se podía creer lo que le estaba diciendo. 

  Se levantó de golpe para ir a avisar a Irene, que acababa de salir para dejarles solos, a algún médico que le explicase qué estaba ocurriendo, si aquello era normal... Pero de repente Cía comenzó a reírse a carcajadas.

—Tendrías que haberte visto la cara, David... —Siguió diciendo Cía entre lágrimas de risa— Estabas para grabarte.

—No vuelvas a hacerme eso, Cía, nunca.

  Cía puso pucheritos y le pidió perdón, le abrazó y volvió a sonreír.

—¿Sabes...?, te echaba de menos... —dijo David— Pensaba que iba a perderte...

—David... Escuché lo que me dijiste en la ambulancia... O lo escuché o lo soñé... Pero yo también quiero estar contigo, porque... porque sí, porque me haces feliz.

—¿Me lo estás diciendo en serio...?, ¿y Álex?

—Me he dado cuenta de que Álex únicamente es alguien del pasado, alguien que me hizo feliz, pero que a la vez también me hizo daño, alguien que formó parte de mi vida, y alguien que tiene que entender que yo tengo que hacer ahora la mía, sin él...

  David no dijo nada, le cogió la mano, en la que aún llevaba el gotero, se la acarició y le beso la frente.

— Alguien un día me dijo que un beso en la frente significaba protección; quiero protegerte, pequeña. No quiero que te pase nada malo, quiero ser tu pequeño ángel.

—Y yo quiero que lo seas.

—Voy a avisar a tu madre y a los demás de que ya has despertado, ahora vuelvo —añadió David.

  Y antes de irse volvió a besarla, pero esta vez en los labios.

—Y come algo...

Diez minutos después en la habitación 121 del Hospital del Mar...

  Allí entraban ellas, sus dos mejores amigas, corriendo cómo si huyesen de algo, o al contrario, cómo si allí mismo fuesen a encontrar lo que llevaban ansiando toda su vida. Marta, la chica pelirroja, la de la sonrisa perfecta, la que siempre le sacaba una sonrisa estuviese en la situación que estuviese, a la que necesitaba en su vida para seguir... Y a su lado, Laura. Tan guapa como siempre, con su precioso pelo castaño y sus ojos verdes que volvían loco a cualquiera.

  Tenía las mejores amigas que nadie pudiese tener, y por nada del mundo estaba dispuesta a perderlas...

  Ambas corrieron a abrazarla, y las tres se fundieron en el mismo abrazo, entre lágrimas, entre sentimientos.

—No vuelvas a darnos otro susto así, por dios, Cía —dijo Marta.

—Lo siento... —contestó Cía.

—No tienes nada que sentir, pequeña... Simplemente lo hemos pasado mal por ti... —respondió Laura— Te queremos mucho.

Noches entre foliosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora