AGRIDULCE

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Se dice en muchas partes, en muchas bocas de diferentes personas y en muchos cuentos, que la felicidad es cualquier otra cosa, vana y efímera como el dinero, Pero para mi... es una gran mentira, No me malinterpreten sé que el dinero ayuda mucho por ejemplo, pero también sé que  colocar tu felicidad como si el causante de esta tan solo fueran cosas tan vanas como el dinero, la vida, la situación de muchas personas e incluso el final desolado de tantas vidas sería muy diferente: habría paz, más amor y menos hambre; aparecerían menos noticias amarillistas en las mañanas, las guerras, el fuego, la muerte y su hedor no contaminaría las calles y las sonrisas vislumbrarían el anochecer quitando la angustia de un mañana incierto.

En fin, Supongo que no se puede hacer nada para infiltrarse en la mente de alguien, cambiar sus ideologías, robarle sus recuerdos, cambiar su forma de actuar y de ver el mundo, por ende de esa forma cambiar el propio mundo. En vez de eso, me presentaré: mi nombre es Amelia. La mayoría de mis conocidos me dice Ami. Mi apellido, que normalmente es lo consecutivo a un nombre, no lo sé. Algunas veces me pregunto si mi propia madre o padre lo saben, Supongo que eso tampoco nunca lo sabré.

¡Ese él es precio de ser huérfana, de ser abandonada como si fuera un simple trapo, sin preocupación en la vida!

Tengo diecisiete, mi cabello cobrizo ondulado, cae por mi espalda hasta llegar a mi cintura, en una danza bastante particular como el propio color de mi cabello. Aun así me encanta. Mis ojos, son del color más común y universal: cafés. Mi estatura es promedio- 1.66 - nada que destaque entre el tumulto, las personas y las calles. No soy muy delgada y tampoco es algo que me preocupe.

Mi estilo de vida no es muy común para mi edad, es mi propio deber sustentarme a mí misma. Tres trabajos es lo suficiente para poder llamar a lo que llamo vida, No me quejo por eso, Meses atrás antes de que escapara del orfanato, la vida era más simple: no tenía que preocuparme de mi ropa, de estar fuera en el mundo, de las miradas y de las personas enmascaradas, cuyos pensamientos nunca llegan a ser legibles, o de preocuparme por un mañana, un nuevo amanecer o de la comida servida en la mesa. Solo tenía que preocuparme de cuidar mi propio cuerpo, de tenerlo dentro de un sarcófago, lejos de las manos humanas, En cambio el mundo viéndolo de ésta nueva manera, es mucho más agresivo.

Para fortuna mía y agregarle un poco de rosa a mí historia no vivo sola en mi departamento: vivo con dos amigos. Una de ellas es Salomé, mi amiga de toda la vida que salió al mismo Tiempo que yo. Su edad, tanto como su pasado- borroso y enigmático-, es la misma que la mía: diecisiete años.

Salomé llegó al orfanato desde que nació, y de ella tampoco se sabe nada: solo que la dejaron en la puerta tallada de madera, una noche de tormenta, con una nota que pedía que la cuidaran. Muchas personas lo verían como algo triste: no saber nada de tu pasado, de dónde vienes, quien te trajo al mundo y porque razón te abandonó, pero ella profiere diciendo que no le afecta, bueno cada proceso es diferente. Yo pasé por lo mismo que ella y sé que se siente por lo que ella pasa, y no se puede pasar de una manera impasible por esa transición.

Nuestro segundo, y último, compañero de apartamento, se llama Damián. Siempre que surgen temas femeninos me pregunto si no le incomoda vivir allí siendo el único chico, con dos mujeres. Pero por su comportamiento, esta forma de vivir entre los tres era algo a lo que ya estábamos acostumbrados, a los detalles de cada uno, a las torpezas de los tres, éramos una familia. El, a diferencia nuestra, tiene veinte años, por lo que me lleva mucha altura; sus ojos son de un color espectacular verde que me recuerdan a una de las esmeraldas que tantas veces he visto en las estanterías de las joyerías que solo se pueden mirar. el es de cabello liso y rubio Y es guapo: de ese tipo de chicos que varias chicas ven en las revistas, y quieren sacar de ellas para llevárselos a su casa.

Salomé y yo no nos preocupamos por eso. Para empezar, por que el ya vive en nuestra casa, y para terminar porque, el correr de los años y la fuerte confianza que nos vincula a los tres, ha creado que todos nos veamos de una simple manera: como simples amigos que comparten un pasado, un presente, y quieren su futuro cerca.

El entró al orfanato cuando tenía siete años, y cuando ambos tuvimos la capacidad de comunicarnos, me dijo porque estaba ahí: su papá era un alcohólico, y su madre deseaba una mejor vida para él. Así que lo dejó ahí, así de simple, como todos éramos dejados ahí, enfrente de la puerta, y nunca la ah vuelto a ver.

Debe de ser peor para el que para los tres: el tiene un pasado, tienes recuerdos, tiene imágenes, tiene cicatrices y sus labios, alguna veces, pronunciaron la palabra mamá y papá, solo para dejarlo todo abruptamente. No como nosotras, Salomé y yo, que no sabemos o recordamos nada.

Damián trabaja conmigo en el bar./restaurante y los dos ganamos una favorable y aceptable cantidad de dinero. La diferencia es que, el quiere encontrar a su propia madre que una vez lo abandonó, y yo quiero tener una carrera, una familia, un futuro; no una simple persona que va caminando, tropezando, levantándose, solo viviendo. No tengo un pasado, pero eso no significa que no pueda trazar mi propio camino y seguirlo.

En el orfanato tenía muchos amigos, y poco a poco, vi. Y me tuve que despedir de esos propios amigos, y verlos por última vez subiéndose a un carro, que tantas veces deseé, parada detrás del mismo ventanal de siempre. Sin embargo, nunca me adoptaron, No porque no me quisieran o me tomaran en cuenta, como alguien del montón, sino porque no hablaba, era taciturna. Gracias al psicólogo del orfanato, fui capaz de romper todo el hielo dentro de mí misma, y comenzar a hablar primero en bajos balbuceos, hasta que logré hablar y salir del shock.

Siempre me he preguntado cómo es que llegué al orfanato. Nunca he obtenido respuestas, más que simples historias, que parecen ser pesadillas contadas alrededor de una fogata: una niña en una casa abandonada, con la luz de la mañana y el lloriqueo guiando hacia mi dirección. Eso es todo lo que sé. Intento imaginar la propia casa algunas veces: si está calcinada, cubierta de flores, telarañas, si es un escenario tétrico O si vivía ahí con mi familia.

La historia siempre me ha sonado un poco rara y poco creíble. En fin, no es nada comparada a los recuerdos difusos que me acompañan: niños a mi alrededor y su bullicio, el aroma a miel, el perfume de un hombre y el rostro de una mujer, sus gestos y su manera de moverse, solo para terminar convirtiéndose en una silueta difusa en mi mente, cuyo rostro nunca llego a identificar. La directora me dijo que debe de ser producto de mi imaginación, No sé si creerle o no.

Mi historia es pasado, pero tengo cosas tangibles: un collar a mi alrededor con una R. No sé porque la tengo, y solo sé que la llevo porque es algo que llevo conmigo desde siempre.

Mi vida es monótona: trabajar en la mañana, en la tarde y en la noche. Luego llegar a mi apartamento, comer con mis amigos y dormir, sabiendo que la misma rutina me esperaba al siguiente despertar y abrir de ojos.

Eso está a punto de cambiar: el reloj que había estado corriendo desde un momento impreciso, se rompería al ver unos ojos cafés, y la cuenta volvería a comenzar... 

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