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James respiraba agitadamente, mientras era amenazado con la pistola de aquél desconocido, directo a su frente. Jamás se había sentido tan asustado en toda su vida. Rosalyn sintió como el miedo se apoderaba de ella de pies a cabeza, se quedó inmóvil. El cuerpo le tembló.

—Rosalyn— Susurró James, casi inaudible. —Vete— Pidió. Ella no pudo efectuar movimiento alguno.

—Muévete y lo mato— Amenazó aquél hombre, que llevaba una máscara negra y un atuendo del mismo color. Rosalyn negó con la cabeza y sintió como sus latidos se incrementaban con fuerza.

—Porfavor... no...— Susurró ella, envuelta en terror. —¿Quién eres? ¿Por qué nos haces esto?— Preguntó temblorosa. El pareció sonreír bajo la máscara.

—Haré esto rápido, cielo. Hay un par de cuentas que necesito saldar con tu novio. Ambos vendrán conmigo— Hizo una pausa, Rosalyn no podía creer lo que escuchaba, cada vez tenía más y más miedo. —Toma las llaves del auto de tu hermano y vámonos— Rosalyn estaba a punto de llorar.

—No... por favor no nos haga daño, le daremos lo que sea, solo...—.

—¡CÁLLATE Y HAS LO QUE TE DIGO, PERRA!— Gritó con fuerza. Tanto James como Rosalyn se sobresaltaron. Ella empezó a derramar lágrimas sobre su rostro. James intentaba safarse pero no podía. —¡RÁPIDO O LE VUELO LA CABEZA A TU HERMANITO!— Ordenó. Con las manos y el cuerpo temblándole, Rosalyn corrió hasta la barra de la cocina y tomó las llaves del lamborghini de James. Llegó hasta aquél hombre y se las entregó. —Bien, ahora deja de lloriquear y síganme— Empujó a ambos hasta la puerta de la casa y los obligó a salir. No había nadie afuera por las calles. Los condujo hasta la puerta del garaje y los obligó a subir a la parte de atrás del auto. Los amarró a ambos de las manos con cuerdas y prosiguió a subirse al piloto. Encendió el motor y sacó el auto. —Observen bien esto— Dijo, volteándose ligeramente hacia ellos. Les mostró su arma. —Podría atravesarles la cabeza si intentan cualquier cosa. ¿Entendido?— Amenazó. Ambos se quedaron callados, llenos de terror. —¡¿ENTENDIDO?!— Gritó. Los dos asintieron con la cabeza, mientras Rosalyn no podía parar de llorar. En un dos por tres, pisó con fuerza el acelerador, giró en la primera carretera vacía y se marchó de ahí.

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—Ya puede pasar— Avisó Frank desde el interior de la oficina. Johán entró con rapidez.

—¿Qué pasa? ¿Aún no hay noticias?— Preguntó, desesperado. Frank se puso de pié y suspiró.

—Señor Mester, nada aún— Le informó, con rostro apenado. Johán cerró sus ojos y puso una mano en su frente. Se sentó en la silla frente al escritorio y se hundió en el asiento. Se sentía pésimo.

—No lo puedo creer...— Susurró. —Apenas ayer por la mañana desayunábamos los tres juntos— Frank lo miraba atento. —Llego a mi casa y... ellos se han ido...— Su voz se le entrecortó.

—Vamos a encontrarlos, ellos no se han ido. Los tiene Hookman, estamos un 90 por ciento seguros señor Mester. No se preocupe— Avisó. Johán alzó su mirada para verlo.

—¿Qué no me preocupe? Se trata de mis hijos, detective. ¡Mis hijos! Ellos son lo único que me queda desde que mi esposa murió. ¿Lo entiende? Si algo les pasa... yo...— Frank lo interrumpió.

—Sé lo difícil que és, señor. Pero estamos haciendo todo lo posible por encontrarlos— Pausó. —Hay algo que debo decirle—.

—¿Qué cosa?— Preguntó él.

—El detective Gates sacaría a Justin Bieber de la cárcel mañana. Irían a juicio para negociar su condena, pero los planes se cambiaron— Le informó. Johán frunció el ceño y se incorporó bien en su asiento.

El Paso Final. 2tempDonde viven las historias. Descúbrelo ahora