El fuego detrás de él hacía su estampa aún más siniestra, lo rodeaba e iluminaba como si de un dios oscuro se tratase, el dolor en su pecho era tan grande que las ganas de gritar casi la asfixiaban, pero no podía, sus labios, resecos por la falta de agua, se mantenían sellados, estaba desconectada de todo lo que sucedía a su alrededor, no veía a los vampiros que la rodeaban, ni siquiera se había percatado que dos de ellos ya se encontraban franqueándole.
No, sus ojos se encontraban fijos en él, en su mejor amigo, en el chico que solo con su recuerdo la hacía sonreír, en el niño hosco y borde que odiaba al mundo. En aquel que también la miraba con una mueca de contrariedad, escuchaba latidos desenfrenados, tan potentes y dolorosos que le costaba creer que fuera su corazón quien los provocaba.
-Klaus... -sollozó.
Bastó ese casi inaudible susurro para que el aludido se acercara a ella, en su rostro no se vislumbraba ninguna emoción, como si de un muñeco vacío se tratase.
Las palabras quemaban por salir, pero no podía, el miedo a saber la verdad le controlaba. Todo estaba claro, sus ojos no la engañaban, era tan estúpida que aún se aferraba a la esperanza.
Klaus se detuvo a unos cuantos metros y fijó esas inquietantes orbes escarlata en su amiga de la infancia, apretó la mandíbula, como si no supiera qué decir. Tal vez el corazón acelerado de Yunuen lo frenaba un poco, después de todo los depredadores podían sentir el miedo de su presa.
-No... -soltó la Cazadora-. Tú no puedes ser un monstruo.
Ese comentario logró que todos los músculos de Klaus se tensaran, su semblante cambió drásticamente volviéndose más siniestro. Su atención se posó en las armas que llevaba Yunuen adheridas al cuerpo, la ira se alzó como una serpiente.
-Cazadora -escupió casi con asco-. Una más de esa plaga.
En ese instante la realidad de su situación se hizo evidente, estaba rodeada, sin refuerzos y por cómo los demás vampiros se movían, pronto le drenarían la sangre.
Un día antes...
-Pensé que tu experiencia con los vampiros te había cambiado, Blackford... - La detestable voz de Corth llegó hasta los oídos de Klaus-... Pero sigues siendo el mismo de siempre, sin fuerza, sin reconocimiento, un cáncer para tu familia.
Klaus, que leía un libro sobre tortura universal, marcó la página donde se había quedado, con la mirada cargada de aburrimiento le lanzó una sonrisa helada al Cazador.
-Me halagas, es exactamente lo que quiero ser- Arqueó una ceja- Gracias por el cumplido.
Sin más volvió su atención a la lectura y dejó de prestarle atención a Corth, quien apretaba los puños con fuerza.
-Vuelves a quedar en ridículo, Corth.
La voz de William hizo que Klaus lanzara un suspiro, el destino parecía tener otros planes con respecto a su tiempo libre, en lugar de nutrir su conocimiento acerca de cómo divertirse con los humanos tendría que escuchar a ésos dos y luchar contra las ganas de golpear sus cabezas hasta convertirlas en jalea.
Fue una sorpresa ver cómo Corth guardaba silencio y bajaba la mirada, eso no se lo esperaba.
No pudo seguir dándole vueltas al asunto ya que por la puerta entraron otras tres personas, un hombre y dos mujeres.
Klaus había buscado por todos lados, quería un lugar apartado de cualquier humano, con un poco de esfuerzo lo encontró, en el tercer piso del edificio halló una biblioteca algo antigua, era un espacio grande y acogedor con grandes sofás cafés, mesas individuales y una gran lámpara que colgaba del centro de la habitación, tenía sólo dos colores, rojo y azul, los colores de los Cazadores, era el lugar perfecto.