Cada vez que miraba el reloj una maldición se escapaba de su boca, llegaría tarde, demasiado tarde, las piernas le dolían de tanto correr, era la primera vez que la inscribían en una escuela y sus padres la habían dejado sola, de nuevo.
Las constantes y largas cacerías los mantenían lejos de casa la mayoría del año, Yunuen se había criado con profesores privados, algunos desagradables, otros distantes pero amables.
El colegio al que asistiría era para Cazadores, desde que había escuchado a su madre hablar de él sabía a qué se enfrentaría, niños con el ego por los cielos.
Ivan la había dejado en lo que se supone debía ser la puerta de la institución pero después de unos minutos se dio cuenta de que esa no era la entrada, no la verdadera.
Las tierras donde se encontraba el colegio eran extensas, su madre le había contado que tenía varias rutas de acceso, muchos senderos escondidos y por obvias razones cualquiera se podría perder allí, incluso un conductor tan experimentado como Ivan, entendía que el pobre hombre la hubiese dejado en ese gran camino de piedras talladas, parecía ser el lugar correcto.
Ahora, gracias a ello, su cabello, que tanto adoraba, se le pegaba al cuello por el sudor y los pulmones le ardían cada vez que respiraba.
La escuela tenía dos edificios, según le habían dicho, uno era para los Cazadores jóvenes, niños y adolescentes, el otro era para los que estaban próximos a realizar la última prueba, la que los convertiría en miembros activos, estos últimos pasaban gran parte del día en los bosques que rodeaban las aulas, allí los obligaban a desarrollar sus instintos y a moverse con rapidez.
Sintió alivio cuando divisó lo que parecían ser unas enormes columnas de concreto, detrás de ellas se alzaban dos estructuras impresionantes de aspecto moderno, todo era exagerado, a su parecer.
Al llegar se dio cuenta de que la verja estaba cerrada, pero al otro lado de ésta se encontraba un señor de avanzada edad.
—Disculpe ¿Puede abrir? —preguntó con amabilidad.
El señor la miró por unos instantes, con el ceño fruncido.
—¿Cómo te llamas? —cuestionó, en su mano derecha llevaba un comunicador negro.
—Yunuen Castle.
El hombre abrió los ojos asustado, los Castle eran Cazadores importantes, influyentes y peligrosos
—Oh... No lo sabía señorita, perdóneme.
—Sí, sí, como sea ¿Puede abrir?
El hombre se apresuró a abrir la reja de hierro, no sin antes volver a pedir disculpas.
Estaba harta, siempre era lo mismo, a veces odiaba tener ese apellido, todos le temían o estaban con ella sólo por conveniencia, le parecía ridículo que la trataran como a sus padres, ella era distinta, sus habilidades no lograban ser tan asombrosas como las de Andrew y Johana Castle, a veces creía que la habían adoptado porque alguno de ellos era estéril o algo por el estilo.
Aún con la respiración agitada caminó rápidamente hacia las puertas de cristal que daban la entrada al monstruoso edificio.
Apenas pisó el suelo de mármol se dio cuenta que una mujer la observaba detrás de un escritorio con indiferencia, Yunuen no era de las personas que juzgaba a los demás por su apariencia, pero en el instante en que vio a la secretaria supo que estaba amargada, tenía una expresión de perro, literalmente.
—Hola, soy nueva —le dijo lo más amable que pudo, hasta le sonrió.
—Sí... Este es tu horario, ahora vete —prácticamente la echó.