25. ¡Un uno para todos!

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Estaba realmente asombrada de las atrocidades que son capaces de hacer los hombres. ¿Por qué tenía que aparecerse ahora cuando parecía estar todo perfecto para mí? Lo odiaba y lo odiaría hasta la muerte. Lo que me hizo, aunque doliera mucho, lo podía olvidar, pero tenía que largarse de mi vida de una vez por todas, no era un mago para desaparecer y reaparecer las veces que quisiera y cuando se le diera la gana.

— ¿Volver conmigo?— pregunté sarcástica, antes de soltar una risotada irónica.— Estás loco, ¿verdad?

Intenté cerrar la puerta pero su fuerte brazo me lo impidió.

— Perdóname, Marie— se disculpó mientras yo solo luchaba por cerrar la puerta. —. Sé que soy un idiota y no merezco que me des una segunda oportunidad, pero, créeme, estoy arrepentido.

— ¡No me jodas!— Exclamé dándome por vencida, él era muy fuerte.

La puerta de nuevo se abrió de par en par. Sabía perfectamente que a fuerza esto no iba a acabar. Debía hacer algo.

— Daemon, sabes lo que me hiciste, ¿verdad?— Agarré su camisa con fuerza mientras él asentía con su cabeza muy arrepentido.— Ahora— Acerqué su rostro al mío para asegurarme de que entendiera y quedara en claro cada palabra de lo que decía.—, debes entender que no te quiero más en mi vida.— Dije finalmente entre dientes y pausadamente.

Él me miró fijo para luego lanzarse y besarme. Quería pararlo, gritarlo e insultarlo pero... Me era imposible; había algo que me obligaba a seguir. Mis labios volvieron a sentir lo mismo de hace unos años; todo el amor que él me podía ofrecer, el problema era que ya no me interesaba, ya era un cuento viejo.

Después de unos pocos segundos terminó el beso del cual seguro me arrepentiría más tarde. Era un idiota, imbécil y cobarde.

— No vuelvas a hacer eso, o...

— ¿O qué?— Intervino descaradamente y con una sonrisa indignante.

Levanté mi dedo índice y apreté mis labios para lanzarle una bomba de amenazas, pero no hallaba qué decirle. Gruñí y apreté mis puños mientras golpeaba el piso con los pies.

— Te odio, maldito bastardo.— Y cerré la puerta de un solo golpe.

— Salúdame a tu hermano, amor.— Le escuché decir, después de una risa victoriosa por su parte.

Levanté mi dedo corazón y lo pegue a la puerta como si de alguna forma Daemon pudiera verlo.

***

Abrí mis ojos. Miré mi reloj de mesa y me di cuenta que había despertado antes de tiempo. Decidí no dormir más, en realidad, quería darme tiempo para caminar y reflexionar un rato antes de irme al instituto.

Divisaba el sol brillante en el cielo. Las calles estaban solitarias, y los pocos locales de servicio que habían por allí, empezaban a abrir sus puertas. El aire puro, el sonido melodioso de los pajaritos en los arboles y la brisa fría y mañanera, acompañaban mi camino.


Pasé por el lugar en donde Sam y yo resbalamos por la lluvia y además, donde perdí mi celular. Recordé el momento más hermoso en mi vida; esa mañana loca y perfecta. Con Sam todo era así; perfecto. La seguridad y el amor que él me brindaba siempre y que era mayor que cualquier cosa y, probablemente, lo más importante.

Mi reloj de mano empezó a emitir el sonido de alarma, indicando que ya era hora de volver a casa y alistarme para el instituto. Me sentía más relajada y más tranquila.

***

Carl soltó su risa de pato que llamó la atención de Will; el profesor de geometría.

— Señor Harrison, ¿nos podría compartir el chiste, por favor?— El profesor se cruzó de brazos.

Simplemente me gustas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora