2. Misterio.

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SAM.

Mi dedo recorrió su desnuda pierna, rozándola a penas, mientras ella sonreía con insinuación.

—Me encanta cómo eres. —dije y su sonrisa se intensificó.

Realmente me agradaban ese tipo de momentos junto a ella. Besé sus labios rápidamente y pegué mi boca a su cuello, haciéndole cosquillas con mi respiración lenta.

Pensé por un momento en lo que iba a hacer. Quizás sería una locura lo que diría, pero necesitaba que ella supiera mi perspectiva acerca de lo que sucedía con nosotros.

—Pero lo nuestro no es serio. — Finalmente dije, sintiendo el alivio refrescar mi cuerpo.

Deposité cortos besos en su cuello y ella se removió.

—¿Qué quieres decir?— masajeó con la yema de sus dedos mi cuero cabelludo.

Rasqué mi nuca y pedí ayuda celestial. Lisa me gustaba pero algo me impedía llegar a quererla realmente.

Me senté a un lado suyo, mirándola tendida sobre la cama, con el cabello alborotado y la sábana enrollada en su cuerpo.

Luego de admirarla, la tomé por los hombros y rocé su nariz con la mía.

—No puedo amarte— bajé mi mirada. —. No somos nada realmente.

Ella me observó fijamente, levantándose de golpe, y luego mi mejilla ardió cuando su palma chocó contra ella.

—¿Juegas conmigo, Sam Smith?— El rostro se le impregnaba de furia conforme pasaban los segundos.

Me sentí culpable cuando dijo eso, y quizá por ello no respondí nada. Lisa era una buena chica con quien pasaba momentos agradables, pero nunca llegué a sentirla mía, a pesar de haber estado con ella en varias ocasiones.

—¡Contesta!— pidió y pareció que una lágrima escurrió por su mejilla. —. Contéstame...

Nos observamos fijamente, como si estuviéramos en una batalla en la que el vencedor sería quien su mirada matara sentimientos y sembrara miedo en el rival.

Ella bajó su mirada. Había perdido la batalla que creyó ser suya.

—Lo lamento, Lisa.

No supe qué más decir.

—¿Qué lamentas?— volvió a mirarme, esta vez con el rostro humedecido.

—Lamento haberte ilusionado.

Su risa irónica tan repentina me hizo sentir extraño; las manos me temblaron y el corazón se me aceleró cuando escuché que susurró:

—Yo te amo.

Mis oídos comenzaron a pitar y mi cabeza dio millones de vueltas en un segundo. La palabra que no había escuchado desde el día en el que tomé mi peor decisión se repitió mil veces más pero con la voz de Lisa.

La observé de nuevo.

No necesitaba amarla cuando la culpabilidad me agobiaba al hacerla sentir miserable.

Me lancé entonces a besarla con pasión, hasta que de nuevo, sin darnos cuenta, nuestros cuerpos se juntaban danzantes en aquella cama desordenada.

MARIE.

Aguanta un poco, Marie.

La Señora Whitehouse vestía de nuevo sus pantalones terciopelo, los cuales cada bota llegaba hasta un poco más debajo de sus rodillas.

Simplemente me gustas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora