50. Cielo estrellado.

1.2K 75 37
                                    

El crujiente sonido de mi uña siendo mordisqueada alarmó a mi prima.

— Basta. Te comerás los dedos.

Quité rápidamente las manos de mi boca, y luego agarré el cepillo comenzando a peinar mi cabello como una forma de distracción.

— ¿Por qué estás temblando?— Su mirada se clavó en mí sin piedad, aprovechando mis nervios susceptibles.

La serena noche rebosaba de tranquilidad en su punto máximo, pero en mi cuerpo sucedía lo contrario; podía sentir en mi pecho esa emoción acumulada y esos latidos de un corazón intrigado, llenándome de duda.

Paso por ti a las doce.

No estaba segura de porqué me encontraba en la crisis nerviosa más fatal de la historia, aunque suponía que aquella cita de muerte sería realizada cuando aquel reloj anunciara la media noche.

— ¿Estás bien? — Ann volvió a preguntar, esta vez con un aire de preocupación perceptible.

— Sí.

Me acomodé a su lado e intenté cerrar los ojos.

— Sigo escuchando tus dientes asesinando tus uñas.

Y era verdad. No podía parar hasta sentir el líquido rojo manchándome los labios.   

— Me vas a contar qué te está pasando, ya.   

Ella se sentó en sus piernas y me atacó con su mirada. Hice lo mismo y me mostré fuerte.

Por un momento mis ojos se centraron en la ventana empañada, y miraron a través de ella, imaginando allí la motocicleta de Sam esperándome fuera.

— Sólo no puedo dormir. Esperaré en la sala si quieres.

Me levanté de la cama y di dos pasos hasta que su voz me detuvo.

— ¿Crees que soy estúpida? — arrugó su ceño y yo asentí. — Pues no. No lo soy. Dime qué te pasa, Marie, estás hecha un manojo de nervios.

Suspiré al instante, a punto de darme por vencida.

— Fue sólo un mal sueño que tuve anoche y que no me ha dejado dormir, eso es todo.

Ann me dedicó una incrédula mirada, para luego relajar su postura de madre y continuar con sus pensamientos.

— Está bien, no me digas.   

* * *

El reloj apuntó las doce. Corrí sigilosamente a la ventana, esperando encontrar a Sam allí, con los brazos cruzados y una sonrisa en sus labios rosados.

No. No había nadie allí y la calle daba un visto de terror que no se podía pasar por alto.

Cuando estuve más relajada, segura de que Sam no llegaría, me dispuse a dormir. Mis párpados cayeron cansados y mi cuerpo tenso comenzaba a relajarse hasta que el chirrido de unas llantas me hizo abrir los ojos de golpe.

Maldije un par de veces en susurros, mientras agarraba mi cabello y lo despeinaba con furia. Me asomé a la ventana, comprobando su presencia.

Salí de mi habitación en puntitas y agarré el abrigo de Troy que por suerte estaba en la mesa. Cuando abrí la puerta, sólo me quedó parpadear antes de que Sam entrara de prisa y se perdiera de mi vista.

— ¿Qué haces?— susurré fuerte.— ¡Sal!

Unas manos agarraron mi cintura y me giraron hasta toparme con un cuerpo compacto.

Simplemente me gustas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora