48. Encuentro.

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Una lágrima escurrió por mi mejilla, pero no supe exactamente a qué se debía. Quizás me estaba hartando de que todo — absolutamente todo— en mi vida, tuviese que llevarme al mismo punto; Sam.

Crucé los dedos para que aquel auto amarillo en el que me encontraba atrapada no me llevara, como todas las cosas que me suceden, a tal pillo que atormentaba mis días. Y no exageraba.

— Señorita.— Una voz ronca hizo que quitara bruscamente mi mirada de la ventanilla.— ¿A dónde la llevo?

Tardé un segundo en responder, porque exactamente nada estaba claro en mi mente. 

— ¿Acaso sabe usted a dónde debe ir una chica completamente decepcionada de sí misma?

Clavé mi mirada en el retrovisor interior del auto. El hombre frunció ligeramente su ceño y luego rió.

— Señorita, usted es muy joven para decir eso. — ladeó su cabeza.— No me corresponde decirlo, pero debería disfrutar su juventud de una manera en la que... No sé, tal vez se le olvide todo eso que la hace sentir tan... ¿agobiada?

Suspiré y me crucé de brazos. Quizás sí estaba siendo una estúpida exagerada.

— Tengo una idea.— Chasqueé mis dedos.— Lléveme a la discoteca más cercana, por favor.

El hombre se aclaró la garganta y se tornó un poco inquieto.

— Bueno, no me refería exactamente a eso, yo...

— ¡Sólo hágalo, por favor!

* * * 

  — Déjeme entrar, gorila.— grité al hombre robusto que se interpuso en la entrada. — ¡Quítese!

  — Oiga, usted está loca.  — gruñó y luego negó con su cabeza.

Abrí la boca por un instante, impactada de su horrible actitud. Reí, pero no fue una risa normal ni decente, fue una risa psicópata que llamó la atención de unas cuantas personas en la fila.

— ¡Soy una loca!— grité y seguí riendo.

Lágrimas de tristeza mezcladas con muchos más sentimientos se teñían de negro; de negro rimel.

— ¡Estoy loca!— volví a gritar y unas manos fuertes me agarraron por los hombros.

Sentí el corazón en la garganta.

— Marie. — Abrí los ojos. 

Un Franco angustiado se encontraba mirándome con cara de pasmo. Agarró un mechón de mi pelo y rápidamente lo puso detrás de mi oreja. Sus manos acunaron levemente mi rostro.

Tragué saliva y luego tosí con fuerza, pero él no se apartó. Limpió el rastro de las lágrimas con sus pulgares.

— La locura no se manifiesta a los cuatro vientos. — dijo y luego rió.

Sonreí con nerviosismo.

— ¿Qué hacías gritándole a ese hombre? — frunció su ceño y después parpadeó un par de veces.— ¿Qué haces aquí?

Aparté sus manos de mi rostro y entrelacé las mías.

— ¿No puedo acaso divertirme? — alcé mi vista, escuchando risas de su parte.

Simplemente me gustas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora