No podía creer lo que estaba pasando. ¿Qué habría hecho mal yo; un ser indefenso y sin enemigos, para merecer tanta desgracia?
La puerta de la casa se escuchó al abrir, así que, en estado de shock, guié a Sam y a Leo hacia mi habitación para esconderlos y evitar problemas. Ann se sentó en el sofá con el helado en sus manos y simulando reír. Mis padres entraron con sonrisas y montones de bolsas en sus manos. Al ver el helado por todas partes, y en nosotras también, sus sonrisas se esfumaron como por arte de magia.
— ¿¡Qué es todo este desorden!?— Mi madre gritó a todo pulmón, con sus ojos abiertos y con fuego saliente de ellos.
Ann dejó de simular su risa. Esbocé una pequeña sonrisa con nerviosismo. Mi madre descargó las bolsas en el suelo al igual que mi padre.
— ¡Troy!— Llamó mi padre.
En unos pocos segundos, Troy apareció en la sala igual de asombrado... O más bien preocupado.
— ¿Esto es... Helado?— Preguntó mi madre mientras agarraba y esparcía en sus delgados dedos un poco de aquella sustancia que había en el suelo.
— Sí— Respondí con timidez.—. Es el helado que nos compró Troy... Hace un rato.— Mentí.
Troy arrugó las cejas en un gesto de confusión. Abrí mis ojos y los moví de un lado a otro para indicarle a mi testarudo hermano que siguiera mi juego. Mis padres esperaban una respuesta.
— Ah, sí, el helado que les compré después de que ustedes salieron— dijo mi hermano, entendiendo perfectamente mi mensaje. Aún seguía confundido, lo notaba en su mirada y en sus gestos.—. Verán, ellas querían helado así que en medio de sus ruegos y suplicas por éste, decidí comprarlo.
Mis padres se miraban uno al otro, luego miraban el lugar y por último, me asesinaban con la mirada. Ahora sí, yo estaba condenada a muerte.
—No más castigos, no más prohibiciones, no más advertencias, no más regaños. Prepárate para la horca.— Era lo que lograba descifrar de sus miradas fugaces.
— El helado aquí es lo que menos importa— Habló mi madre con tono de voz elevado—. Aquí la gran incógnita es la casa y ustedes.— Señaló con su dedo índice a mi prima y a mí—. ¿Cómo es que comen acaso?, ¿por qué hay helado por todas partes?
Ann rio en el momento más inadecuado.
— Es que Ann empezó a lanzarme helado y pues, obviamente, tenía que defenderme así que... La casa ahora es un desastre.— Respondí falsamente.
Mi madre rio amargamente.
— Limpien este desorden y ustedes también... Límpiense.— Recogió las bolsas y pidió a Troy que le ayudase.
Ann y yo corrimos hasta mi habitación con una sonrisa vencedora. Allí Sam y Leo, sentados mirándose las caras, rezaban para que no los encontraran. Al vernos, se levantaron y sonrieron. Leo agarró a mi prima y la abrazó como si no la hubiera visto desde hace mucho.
Reí ante el acto.
— Leo, no venimos de una batalla.—Dije con jocosidad. Todos rieron suavemente. Sam agarró mi mano y la entrelazó con la suya.
En ese momento me sentí extraña, como si estuviera en otro mundo donde la paz reinaba y la oscuridad no existía. Estaba segura con Sam, todo a su lado era perfecto y mágico. Sonreí automáticamente y creí por un momento que el mundo que hace poco era imaginario, se convertía en realidad. Ahora entendía todo; mi felicidad estaba al lado de él, de Sam. Una venda llamada inseguridad era lo que me impedía ver la verdadera personalidad de aquel ser, que ahora más que nunca quisiera tener a mi lado. Su sonrisa... Era ese el motivo por el cual quería seguir viviendo. Lo tenía claro; Sam era la única esperanza y el único que podía encender esa pequeña chispa que daba por perdida.
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Simplemente me gustas.
Novela JuvenilMarie Johnson Smith es una chica que últimamente cree que no es capaz de dar amor, por experiencias anteriores que no fueron del todo buenas. Conocerá a un chico llamado Sam Smith que le hará saber que de nada sirve la vida si no aprendemos a amar...