1. Encuentro.

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Siete meses después...

Este es el primer día de un ciclo transformador, sobre todo en el amor.

Eso era lo que el horóscopo decía, con letras grandes y enorgullecedoras. Bien, podía ser verdad, quizá el periódico tenía razón.

—Oiga, ¿puede detenerse? — la gruesa voz de un hombre canoso y quejumbroso llamó mi atención, haciendo que mi vista se centrara en su ceño fruncido.

—Lo siento. — me disculpé.

Había estado chocando frenéticamente mi pie contra la silla delante de la mía; silla en la que dormía plácidamente el hombre viejo antes de haberle sacado de quicio.

Me detuve a observar la ciudad tras las ventanas empañadas del aparato. Las gotas de lluvia se deslizaban danzantes por el cristal hasta juntarse con otras y desaparecer. La imagen del montón de edificios y de la luz mañanera llegaban a mí, turbias; tanto que creí estar perdiendo la visión.

En cuestión de segundos llegué a mi destino.

—¡Gracias al cielo, creí que no vendrías por mí porque te habías muerto! — La voz de mi prima llenó mi pecho de tranquilidad. —. Me alegra tanto ver tu asquerosa cara de nuevo.

Sonreí. La había estado extrañando desde el momento en el que cruzó la puerta de mi habitación con lágrimas acariciando su rostro.

—También me alegra verte.

Me agarró por los hombros y me miró fijamente; sus ojos destilaban alegría y algo de preocupación.

—¿Cómo está Leo? — La ansiedad por saber sobre el tipo que se había adueñado de su corazón era notable.

Parpadeé un par de veces, curvando mis labios socarronamente.

—Está saliendo con una chica. — mentí.

El brillo en los ojos de Ann se esfumó en cuanto terminé la frase. Me sentí terrible.

—No es cierto eso, ¿o sí?

Negué con mi cabeza. Quizá había quebrado el momento en mil pedazos.

—Vete a la mierda. — concluyó.

* * *

La noche se asomó por la ciudad ruidosa. La luna lucía su traje blanco brillante y envidiable, llenando de luz las calles algo solitarias.

—Estoy teniendo un Déjà vu. — comentó mi prima, tomando su cabeza con las dos manos.

Probablemente muchas cosas habían pasado en ese lugar; cosas que podrían ser incómodas para mí, pero buenos recuerdos para Ann.

—Más rápido que llegaremos tarde.

Aceleramos el paso y nos fuimos centrando en la carretera sin darnos cuenta, hasta que el pitido de un auto nos sacó del silencio y nos paralizó del susto.

—¡Fíjense, tontas! — gritó el hombre del auto, sacando su mano y agitándola sin cesar.

—¡Hijo de puta! — gritó Ann, marcándosele las venas en la frente roja de furia.

Nos detuvimos un poco para tomar aire y disipar la nube de terror que apesadumbraba el momento. El aire delicioso jugueteaba con mi cabello y llenaba mi cuerpo de frescura.

Simplemente me gustas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora