021. Los efectos tranqulizadores de Connor Evans.

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Después de un rato de haber estado tumbada sin hacer prácticamente nada, decidí levantarme de la cama, tambaleándome y teniendo que apoyarme en la mesilla de noche para no caerme. Connor dormía hace rato, puesto que hablar conmigo borracha no le parecía la mejor idea.

Observé la habitación durante un rato, vacilante sobre qué hacer a continuación. El cuarto tenía las paredes empapeladas de rosa y había muchos (pero realmente muchos) peluches y muñecas colocados a presión en una estantería. Sospechaba que era la habitación de la hermana pequeña de Jason.

Y entonces las arcadas, (las malditas, jodidas, debo decir, arcadas) acudieron a mi cuerpo tan rápido como se baja la cuesta de una montaña rusa; primero lento y luego de golpe.

Miré desesperada a mi alrededor buscando un baño. Connor seguía tumbado en la cama, ajeno a lo que ocurría en mi cuerpo y babeando la almohada. Me asomé rápidamente a una de las dos puertas que había en la habitación. Era un armario repleto de ropa de niña pequeña. Cerré la puerta y me abalancé a la otra puerta, que daba al pasillo.

Estaba borracha, sí, pero aún sabía abrir una puerta.

La abrí rápidamente y del impulso que había tomado, caí al suelo estrepitosamente, haciendo mi cara chocar contra el suelo.

Comprobado, mis reflejos podían ser más malos de lo que ya eran.

Como pude, me arrastré hasta la puerta que quedaba en frente de la habitación en la que había abandonado a Connor. Por suerte, era un baño y pude vomitar en el váter sin problemas. Prefiero no describir ese proceso.

Cuando terminé, limpié mi boca con papel higiénico y tiré de la cadena. Me levanté tambaleante, agarrándome del lavabo. Una vez recompuesta (todo lo que se puede estar después de haberte caído de morros al suelo y haber vomitado), reparé en algo.

Se oían gemidos. Y jadeos.

Y venían de detrás de la cortina de la ducha.

Si hubiera estado perfectamente consciente, habría tratado de ignorarlos, hubiera salido del baño como si no hubiese pasado nada. Pero claro, estando borracha, mi curiosidad (maldita curiosidad) se impacientaba por saber qué es lo que había detrás de esa cortina.

Ojalá nunca hubiera abierto la cortina. Ojalá nunca hubiera vomitado. Ojalá nunca hubiera salido de la habitación. Ojalá nunca hubiera bebido. Ojalá nunca hubiera hecho ese estúpido striptease. Ojalá nunca hubiera ido a la fiesta.

Porque detrás de la puerta estaba una chica morena. Debajo de Hunter.

Sí, habéis leído bien. DEBAJO DE HUNTER.

Al menos no lo estaban haciendo, porque si no hubiera sido demasiado para mí y hubiera llorado, pataleado y gritado, y le hubiera arrancado el pelo a esa zorra. Y luego lo hubiera donado a los niños que tienen cáncer, porque seguro que el pelo de esa chica era súper suave y sedoso y a los niños les encantaba.

Las manos de Hunter recorrían descaradamente el cuerpo de la chica; ahora sabía quién era. Era esa tal Claire a la que Hunter había invitado al baile y luego ella la había sustituido. Entonces, ¿no se suponía que zorra-Claire tendría que estar besuqueándose por ahí con su pareja del baile?

Bueno, Jason y yo no nos estábamos besuqueando por ahí.

Pero eso no es de lo que estaba hablando.

Mierda, veía como se besaban, como se tocaban, como reían y sonreían entre besos y solamente quería que zorra-Claire desapareciera de allí y que yo fuera ella. Porque, maldita sea, deseaba a Hunter. Y verle besándose con otra chica, riéndose con ella y gimiendo por lo que ella le causaba... me ponía tremendamente celosa. Y también triste. Y me daba ganas de llorar.

Viviendo con los Evans © [Evans 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora