27. Necesidades y amenazas

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Las manos de Max recorrían las curvas de Alexandra con suavidad, ella suspiraba cada que la tocaba en el lugar correcto y soltaba ligeros gemidos cuando pasaba su lengua por ellos. Era la tercera vez en esa noche que hacían el amor y Max parecía aún no tener suficiente pero debía sacar provecho lo más que pudiera pues Alexandra se iría a Offenbach por dos semanas debido a las vacaciones de la Pascua.

El cuerpo de Alexandra se tensó y tomó con fuerza las sábanas de la cama hasta que sus nudillos cambiaron a un color blanco, se desplomó encima del abdomen de Max y él colocó las manos sobre su trasero para acariciarlo.

—No quiero que te vayas —pronunció Max agitado.

—Yo tampoco pero debo ver a mis papás —dijo de la misma forma que él.

—¿Por qué no me dejas llevarte a Offenbach? —buscó su mirada.

Alexandra negó moviendo su cabeza.

—Me iré temprano y aún tienes entrenamiento, además recuerda que le dije a Felix que jamás le volví a hablar al "chico del club"; y si te voy a presentar con ellos debo inventar que te conocí en otro lugar o algo así.

—Diles que soy el mejor reemplazo para el chico del club—la besó en la mejilla y acarició nuevamente su trasero.

Ella comenzó a reír pues sentía cosquillas en los glúteos y su piel se erizaba.

—Max, ya —pidió—. Tengo sueño, déjame dormir un poco.

Él besó sus labios y la acomodó a su lado para que durmiera como ella se lo había pedido. No quería que se separaran nuevamente, pensarla y no tenerla iba a ser un calvario en esas dos semanas y lo sabía a la perfección debido a que durante las vacaciones de invierno había intentado acostarse con otra chica pero Alexandra no había podido salir de su mente y sentía que traicionaba lo que había entre ambos.

Por la mañana, tomaron una ducha juntos y desayunaron cereal como casi siempre lo hacían, Max la ayudó a subir sus maletas al auto y emprendieron su camino rumbo a la estación de trenes. Alexandra callaba mientras sus lágrimas querían salir, él era una parte fundamental en su vida y por obviedad sus padres también lo eran, pero Max significaba algo que ella nunca había tenido y era el amor por parte de un hombre ajeno a su familia; sí, era joven y tal vez no tenía la edad ni la madurez suficiente para atreverse a decir que él era todo eso que alguna vez había soñado, sin embargo, lo hacía.

Max se detuvo frente a la entrada de la estación de trenes y la miró para dedicarle una sonrisa.

—Buen viaje.

Alexandra asintió.

—Gracias.

Max notó la fina capa transparente en los ojos de Alexandra.

—Hey, no llores. Esto es difícil porque son dos semanas sin vernos pero también es extraño porque se supone que ya debimos habernos acostumbrado después de que viajo a otros lugares constantemente —rio entre dientes como solía hacerlo.

—Pero sólo son dos o tres días a lo mucho.

Max tomó sus manos y besó cada una de ellas, luego acarició su mejilla.

—Te prometo que para tu próxima visita a Offenbach tus padres ya me habrán conocido e iremos juntos.

Se acercó a sus labios y la besó como pocas veces lo hacía, con suavidad, delicadeza y cariño en lugar de impulsos y lujuria.

Bajaron del auto y Max sacó sus maletas de la cajuela.

—Te quiero —besó su frente.

Alexandra no pudo responder y sólo lo abrazó, odiaba ser sentimental pero si no liberaba lo que sentía después sería peor. Entró a la estación y mostró su boleto en el andén correspondiente para que guardaran sus maletas con el demás equipaje, subió al tren y se sentó en uno de las cabinas correspondientes a su sección. Estaría sentada por más de tres horas en las que probablemente pensaría en Max y nadie más.

Pregúntame si te amo (Max Meyer)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora