El lunes comenzaba con nuevas actividades para ambos. Alexandra volvía a la universidad y comenzaba su segundo semestre de la carrera de psicología; por su lado, Max había disfrutado del fin de semana con ella y ahora regresaba a entrenar oficialmente con toda la plantilla del Schalke 04.
Los dos se encontraban tomando un pequeño desayuno en la barra de la cocina del departamento de Max mientras tenían una agradable conversación.
—¿Estás nerviosa? —cuestionó Max en vista de que se trataba de su primer día.
Alexandra apretó los labios y asintió.
—Un poco.
—No pasará nada —Max sonrió—. Termina tu cereal y nos vamos.
Max puso el plato en el fregadero y fue a lavarse los dientes, luego abrió su armario, descolgó la chaqueta de entrenamiento del equipo y se la colocó encima. Alexandra también se lavó los dientes y puso algo de perfume en su cuello y pecho, terminó de arreglarse el cabello con los dedos, tomó su teléfono, su mochila y se sentó en el sillón para esperar a Max.
—Listo —él salió de su habitación y la tomó de la mano.
De camino a la universidad, Max conectó su teléfono al estéreo del auto y ambos cantaban con entusiasmo las canciones que se reproducían. Los nervios de Alexandra habían disminuido pero aún así había algo que la mantenía inquieta, Max se estacionó algo lejos de la entrada para que ella no llamara tanto la atención pero Alexandra no quería despedirse de él.
—Muchas gracias por todo, Max —lo miró con nostalgia.
—De nada —tomó su mano y comenzó a jugar con ella.
Alexandra se quedó unos segundos más a su lado y luego se despidió con un beso en los labios de Max y bajó del auto. Colocó su mochila en los hombros y antes de entrar al edificio de la facultad de psicología, la aguda voz de Ilsa la detuvo.
—¿Y... ese auto?
Permaneció en silencio mientras pensaba en una respuesta no tan ridícula. Alexandra no era buena justificando cosas que la "inculpaban" y solía arruinar más las situaciones.
—¿Qué tiene?
Ilsa rio.
—Nada, es solo que... Pensé que podía ser de Max Meyer —recalcó el nombre.
—No es de él —afirmó su mentira.
—Entonces... no me queda más que decir que no eres tan tonta como lo pensaba —Alexandra no respondió—. ¿Qué fue de Max, Alex? Tal vez ya pueda preferirme a mí —dijo con un tono provocador.
—No lo sé, búscalo tú misma —respondió con un ligero recelo en su voz.
Alexandra reanudó su paso pero Ilsa la tomó del brazo.
—Eres una prostituta barata, Alexandra. Te buscan por idiota y porque tienes un buen trasero pero no porque te quieran —Ilsa la soltó bruscamente—. Si te lo preguntas, aún no te perdono que me lo hayas quitado.
Golpeó su hombro con el de ella y la dejó ahí parada en la puerta, Max la quería y él se lo había demostrado, la había preferido a ella y lo seguía haciendo y quien no lo creyera, podía tragarse sus palabras pues era ella con quien compartía la cama.
Entró con la mirada en alto y trató de que el episodio con Ilsa no le afectara. Se acercó a una de las pizarras del pasillo para revisar el nuevo horario de clases y resopló al ver que la jornada escolar se había extendido dos horas cada día, tomó una foto a la hoja de papel y buscó su nuevo salón. Vio un asiento vacío al fondo de la habitación y lo tomó para ella, esperó a que los profesores llegaran de uno por uno y se presentaran para dar indicaciones sobre las asignaturas.
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Pregúntame si te amo (Max Meyer)
Hayran KurguLa pregunta no era cuántas veces la había tenido en su cama, sino cuántas veces la había amado realmente.