35. Explosión

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Un eco con la voz de Alexandra retumbó dentro de la cabeza de Max y sus oídos pillaron prolongadamente como estática. Había escuchado a la perfección que ella estaba embarazada y eso era algo que definitivamente no había previsto o planeado jamás en toda su vida. Aunque era doloroso, comenzó a poner barreras de por medio entre ellos cuando Alexandra le dijo que lo amaba muy a pesar de que su presencia se hubiese vuelto una compañía agradable. Él estaba acostumbrado a manejar a las mujeres a su voluntad y con Alexandra lo había hecho como había querido pero justamente con ella había llegado más lejos que con ninguna otra.

—No —dijo Max como si se tratara de su último aliento.

Alexandra mordió su labio inferior para no sollozar.

—Yo...

Él la interrumpió antes de que pudiera hablar.

—No puedo ser papá —pronunció entre dientes y con voz baja—. ¡No puedo y no quiero, Alexandra! —gritó fuera de sus casillas—. ¡Tengo 20 años, no puedo tener un hijo a esta edad!

Ella dio un respingo a causa del miedo que le provocó escuchar su ronco grito y de pronto sintió como si el piso y las cosas a su alrededor se movieran de arriba para abajo pero se tomó de uno de los muebles cerca de ella para evitar caerse. Podía ver la furia de Max en sus ojos, el color rojo en su cara parecía tomar tonalidades más oscuras, en cambio la pigmentación de sus nudillos desaparecía debido a la presión que hacía con los puños cerrados; se encontraba furibundo y, nunca, ni si quiera en toda su vida había visto tanto coraje en una sola persona.

—Yo tengo 19, Max —dijo con la voz temblando—, ¡Soy menor que tú! —continuó hablando con miedo.

Él pasó una mano por su rostro y la restregó con desesperación, luego juntó las cejas a más no poder y su mirada la intimidó más de lo que ya estaba.

—¿Y no eras menor cuando te acostabas conmigo? —dijo con más furia que antes.

Alexandra sintió que su pecho dolía como si hubiese recibido un fuerte golpe. Sus ojos comenzaron a lagrimear y la garganta se le cerró. ¿Cómo podía Max ser tan cruel con ella? En esos momentos comenzaba a ver todo claro, cada una de las aventuras vividas con él habían sido un fantasía que solamente la ilusionaron y cometió el grave error de entregar todo a él sin pensarlo y ahora estaba afrontando las consecuencias de ello.

—Max... —pronunció a duras penas y cubrió su boca para no sollozar.

—¿Cómo sé que es mío? —la atacó con dureza.

¿En verdad se atrevía a dudar de ella cuando tenía la seguridad de que solamente había estado con él?

—Tú has sido el único —aseguró.

—No me importa y no te creo, así que te exijo una prueba de paternidad.

La propuesta extremista de Max hizo que las pupilas de Alexandra se dilataran y comenzara a sentirse más mareada de lo que ya estaba.

—Max, te juro que nunca he tenido relaciones con alguien más —su voz sonaba entrecortada y demasiado baja.

—¿Y quién me lo garantiza, Alexandra? Puedes estarme mintiendo.

—Por favor créeme, jamás lo haría —contestó herida hasta el alma.

Max comenzó a negar moviendo la cabeza de un lado a otro, puso las manos en su cintura y caminó de un lado a otro como león enjaulado.

—¡Todas las mujeres son capaces de hacer lo que sea con tal de conseguir lo que quieren! —la acusó de ser como todas las demás—, pero yo no voy a caer en esa clase de juegos, Alexandra. De mí no vas a obtener nada con esa tontería de que estás embarazada.

Simplemente no podía concebir la idea de que Max estaba reaccionando de esa forma, él se había alterado y estaba fuera de control diciendo cosas de las que ella no era capaz de hacer. Había creído que todo con él era dicha y felicidad, se suponía que había amor de por medio y ahora estaba creyendo todo lo contrario; pero tenía que saber si todas aquellas palabras que le había dicho alguna vez eran ciertas y estaba segura que lo eran pero la furia lo estaba cegando en esos momentos.

—Max, ¿tú no me a...?

Él la interrumpió y se acercó a ella como cazador a punto de capturar a su víctima.

—¿Qué Alexandra? ¿Me vas a preguntar si te amo?

Un silencio envolvió la sala y sus miradas se encontraron; había llegado el momento de dejar caer la bomba.

—Yo por ti no siento nada.

Parecía que el tiempo se había detenido por unos segundos y todo alrededor de ella se había congelado, claramente sintió como algo en su interior se desprendió de su cuerpo y se dejó resbalar por la pared para caer al suelo. Las palabras que Ilsa alguna vez le había dicho aparecieron en su mente como una estrella fugaz; "Ándate con cuidado, los futbolistas no son de fiar". No, no lo eran, podían tener una apariencia impecable y ser los más perfectos actores que fingen sentimientos que ni siquiera han experimentado alguna vez.

Un fuerte sollozo salió de su garganta y de pronto su llanto se tornó incontrolable. Era una estúpida y siempre lo había sido, nadie le había dicho que lo amara más que a su propia vida, nadie le había dicho que se pusiera a su disposición y, mucho menos, nadie le había dicho que perdiera la razón por un hombre.

Max se encontraba inmóvil mientras la observaba totalmente destrozada. Había aprendido a quererla y después se dio cuenta que no podía vivir sin ella pues el hecho de no tenerla a su lado en los días pasados lo lastimaba pero ella reclamaba un amor que él aún no estaba seguro de sentir y tener un hijo implicaba responsabilidades que desconocía totalmente. Arrastró los pies hasta el sofá y tomó asiento en él, esperó a que ella se tranquilizara por sí sola mientras la observaba también con deseos de llorar. Los minutos se hicieron lentos y pesados, la atmósfera enfermaba con el simple aire amargo que se respiraba; Alexandra se había envuelto a sí misma entre sus brazos, necesitada de protección. Max seguía sentado frente a ella y observaba a la nada con la boca fruncida. Ninguno decía nada pero tampoco querían hacerlo.

Ella se limpió las mejillas aún húmedas con el dorso de sus manos y se atrevió a mirar al hombre que le había roto el alma y el corazón. Había tomado una decisión y aunque todo su interior doliera iba dirigirle la palabra.

—Gracias —pronunció con una voz ronca que apenas y salió de su garganta.

La mirada de Max también denotaba dolor y verla así lo lastimaba hasta lo más profundo de su ser.

—Compartí buenos momentos contigo y... me retiro con un buen recuerdo de ello.

Se puso de pie y abrió la puerta, le dedicó una última mirada llena de dolor que reflejaba cuan destrozada se encontraba y salió del departamento, Max fue consciente de cada uno de sus movimientos y cuando ella se fue, de inmediato se derrumbó en el sofá; no pudo contener sus lágrimas y la rabia que lo invadía por haberla tratado como una cualquiera lo hizo comenzar a golpear la mesa que estaba frente a él.

Al no tenerla a su lado se sentía vacío, incompleto, a medias, Alexandra se había vuelto en el mejor complemento para dar sentido a su vida. Su cuerpo, su aroma, su piel, su presencia; la quería con él pero no involucrando sentimientos tan fuertes como los que ambos sentían, él no podía amarla como ella quería, no se sentía capaz de hacerlo. Pero la cuestión del corazón pasaba a segundo plano pues había un bebé de por medio que no tenía la culpa de nada de lo que ocurriera a su exterior.

Se había portado como un imbécil al negar a esa criatura que era de él pues a pesar de que la negatividad lo invadió en aquellos momentos, sabía que Alexandra no era capaz de haberlo engañado ni una sola ocasión, solamente había querido ofenderla y descargar todo lo que lo había aquejado las semanas pasadas. Sin embargo no podía aceptar ser papá tan joven, no conocía a ninguno de sus amigos que lo fuera y él era el único tonto que había retado a la naturaleza al no tener relaciones con protección cuando Alexandra se lo pedía.

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¡Hola, chicas!

Estoy en la escuela pero aproveché un pequeño espacio para actualizar capítulo de hoy. Espero que les guste y mil gracias por sus votos y comentarios :)

Pregúntame si te amo (Max Meyer)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora