02. "Nuevas amigas"

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La rutina mañanera de Alexandra era la misma desde que había ingresado a la licenciatura de Psicología en la Universidad de Ciencias Aplicadas de Gelsenkirchen.

Despertaba, tendía su cama, lavaba sus dientes, tomaba algo rápido como desayuno, volvía a lavar sus dientes y se arreglaba para salir corriendo a la universidad, sin embargo, ese día tomaría su tiempo para que su imagen luciera impecable. Después de haber hecho parte de su rutina, sacó de su armario unos jeans y una blusa café holgada que combinaría con unos flats color cabello. Se maquilló sin exagerar como siempre lo hacía y juntó su largo cabello castaño en una media coleta con trenzas.

Antes de marcharse, se dio un vistazo en el espejo de su cuarto y sonrió ante el resultado obtenido. Jamás se había considerado fea, incluso en eso sí tenía un alto autoestima; le gustaba su cuerpo en general, no tenía curvas tan prominentes pero adoraba sus ojos, la nariz y los labios que la genética le había heredado pero jamás le había agradado su altura. La mayoría de las chicas alemanas rondaban entre el metro y 70 o 75 cm mientras que ella apenas y alcanzaba el 1.59 m.

Tomó su mochila y guardó los cuadernos que había dejado regados la noche anterior y salió rumbo a la escuela. La brisa matutina acariciaba su fino rostro al mismo tiempo que su mente trabajaba a mil por hora imaginando cómo sería pasar un día al lado de Ilsa y sus amigas, ni siquiera reconocía quién era quién, solo escuchaba el montón de nombres que pertenecían al grupo de chicas.

Cuando llegó, saludó como de costumbre al portero que solía cuidar la entrada principal de la facultad de su carrera. Se dirigió a su salón y tomó el mismo asiento de siempre. Aún faltaban 15 minutos para que el timbre de la primera clase sonara. Sacó el teléfono de su mochila al escuchar que un mensaje había llegado. Su padrastro, Felix, le deseaba suerte en ese día y le recordaba que la quería mucho. Alexandra contestó a la brevedad, agradeciéndole la suerte y el cariño que le tenía.

Dos minutos antes de la entrada, Ilsa llegó y con ella cuatro chicas detrás. Alexandra aún permanecía con la vista en la pantalla del teléfono hasta que Ilsa llamó su atención.

—Alexandra, ¿cómo estás?

Ella alzó la mirada y sonrió cortésmente a la chica.

—Buenos días, Ilsa. Bien, ¿y ustedes?

—Estamos bien —Ilsa contestó por las demás y se encogió de hombros—. Siéntate con nosotras. Te he dicho que te queremos en nuestro grupo —dijo con algo de autoridad en su voz pero sin dejar de ser amable con Alexandra.

—Bien —respondió y se cambió a un asiento cerca al de ellas.

El timbre de la clase sonó y minutos después el profesor de historia de la psicología apareció. La clase se basó en teoría y más teoría. El maestro se la pasaba hablando de los grandes aportes que habían hecho los psicólogos del siglo XX. Alexandra anotaba datos que le fueran de ayuda para sus próximos exámenes mientras que el grupo de Ilsa simplemente no prestaba atención.

Cuando la clase llegó a su fin, un espacio de cinco minutos era otorgado para que los alumnos tuvieran un pequeño descanso en lo que el siguiente maestro llegaba al salón. Alexandra guardó el cuaderno de la materia pasada y sintió la mirada de las chicas sobre ella.

Alex —Ilsa acortó su nombre como lo había hecho el día anterior—. ¿Por qué eres tan seria?

Alexandra sintió sus mejillas arder. Toda la vida venía escuchando eso sobre ella. Seria, tímida, callada, invisible. Se divertía a su manera y eso no implicaba ninguno de los adjetivos con la que todos la calificaban, principalmente su madre.

—No lo sé —formó una media sonrisa.

—Tal vez debemos adaptarla a nosotras —sugirió una de las chicas del grupo.

—Veamos —Ilsa quedó pensativa unos segundos—. Vamos a hacer una introducción. Ya sabes que yo soy Ilsa Kranz.

—Julia Larenz —pronunció una de ellas.

—Laura Nuremberg —dijo la siguiente.

—Rebekka Zimmermann.

—Sophia Regenbogen.

Finalmente podía distinguirlas a cada una.

—¿Y qué te gusta hacer, Alex? —cuestionó Rebekka.

—Me gusta leer y cocinar —sonrió ampliamente.

Cuando hablaba de lo que verdaderamente amaba, un sentimiento de alegría la invadía.

—¡Qué flojera! —exclamaron Laura y Sophia al mismo tiempo.

Alexandra se sintió mal al escucharlas. Seguramente ellas eran del tipo de chicas que se divertían maquillándose y hablando de chismes todo el tiempo, algo que ella no consideraba tan bueno y que tampoco le gustaba.

—¿Y a ustedes? —preguntó temerosa.

—Hablar de chicos —Ilsa rio a carcajadas.

Había olvidado mencionar mentalmente que también eran del tipo que estaban obsesionadas con los hombres.

—¿Tienes novio? —cuestionó Julia.

—No —aseguró Alexandra.

Su plática se interrumpió cuando una maestra entró al salón de clases y les indicó que formaran equipos de tres para realizar una actividad.

El timbre del descanso sonó y Alexandra y las demás salieron del aula para dirigirse a la cafetería de la facultad. Cada una ordenó comida diferente y tomaron asiento en una de las mesas del lugar.

—¿En serio no tienes novio, Alex? —preguntó Ilsa aún incrédula.

—No —volvió a negar—. No tengo.

—¿Por qué si eres linda? —dijo Laura.

—Dejen de sofocarla con esas preguntas tontas —recriminó Ilsa.

Alexandra agradeció mentalmente su acto. Nunca había tenido la mejor suerte amorosa y era incómodo hablar de eso.

—Cuéntanos de ti, Alex —sugirió Ilsa.

—Bueno... pues, soy de Offenbach y vengo de allá para estudiar aquí en Gelsenkirchen.

—¿Vives sola? —preguntó Sophia con interés.

—Sí.

—¡Pijamada en casa de Alex! —dijo Rebekka.

Alexandra se removió en su asiento. Eran algo fastidiosas pero le estaban comenzando a caer bien, tal vez las había juzgado mal desde un principio y había decidido darles una oportunidad.

El día para Alexandra había terminado. Ilsa y las demás habían resultado ser chicas agradables y hasta la habían invitado al día siguiente para que fuera con ellas a casa de Ilsa, en donde normalmente se la pasaban. Cuando llegó a su casa, hizo café para tomar mientras hacía su tarea y por la noche llamó a su madre para ponerla al tanto de que su hija "ya tenía algo parecido a amigas". Poco antes de acostarse a dormir, las imágenes del día se presentaron en su mente. Después de todo la había pasado bien y esperaba que realmente surgiera una amistad entre ellas.

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¡Hola!

De verdad, agradezco de todo corazón a las lectoras que votaron por el primer capítulo aunque, comparado con otros resultados, el mío es mínimo pero en verdad es algo que significa mucho para mí.

Estaré actualizando lo más pronto posible ya que a pesar de que tengo escrita la historia, antes de publicarla la reviso de arriba para abajo detenidamente para ver si encuentro algo mal escrito y sé que aún así, se me escapan algunas palabras. Por otro lado, también estoy con mis clases en la universidad y mi horario está súper extraño, así que entre tareas y clases, trataré de publicar rápido.


Pregúntame si te amo (Max Meyer)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora