43. Destino

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Para tener 12 semanas de embarazo su vientre aún no se mostraba tan prominente como lo esperaba, parecía que ser muy delgada le daba esa ventaja, pero no podría ocultarlo por mucho tiempo, mientras tanto sus compañeros de clase ya lo sabían y se habían mostrado contentos por ella cuando sus expectativas eran todo lo contrario.

Según su ginecólogo todo marchaba al pie de la letra, el desarrollo del bebé se estaba dando en tiempo y forma; pero el único problema existente eran las terribles náuseas que parecían no cesar, ponía todo de su parte para poder comer como se debía pero no podía consumir una gran cantidad de alimentos sin que las ganas de regresarlos aparecieran.

Su doctor le había explicado que probablemente los nervios que sentía por todo lo que estaba ocurriéndole contribuían a que las náuseas no se fueran del todo ya que se enfrentaba a un panorama desconocido para ella, estudiaba, trabajaba y al mismo tiempo llevaba una criatura en su interior; todo eso era más que suficiente para que sus nervios se encontraran rebotando de arriba para abajo y debía controlarlos a como diera el lugar.

Después de su última visita, Max no la había vuelto a buscar, solo intercambiaban mensajes cada dos o tres días y ella se había dedicado a llevar su vida lo más en paz y estable posible. Su beca en la universidad había sido aprobada y sólo tendría que pagar un 50% de los gastos, el trabajo en la cafetería comenzó oficialmente luego de su semana de entrenamiento y ahora solo bastaba que los meses pasaran para tener a su bebé en los brazos.

Por alguna razón comenzó a imaginar a su pequeño o pequeña, sinceramente deseaba que sacara los ojos verdes y profundos de su padre, esos que siempre denotaban seguridad y determinación; si repensaba bien las cosas, quería que fuera como Max sin importar su género, aunque tuviera una larga lista de defectos, él era decidido y audaz; por su parte era algo cobarde, débil e ingenua. Hasta ese momento iba a comprender a su madre, ella no quería que su hijo fuera a cometer los mismos errores que ella de confiar ciegamente en las personas para que después él resultara el más afectado.

Con trabajos se paró de la cama y fue a ducharse, era domingo y tenía su día libre del trabajo pero no de la escuela, aún tenía que terminar unas tareas y tendría algunas horas para dedicar a su descanso. Luego de aproximadamente una hora, y antes de comenzar sus trabajos, recibió una llamada de Ilsa avisándole que iría a pasar la tarde con ella. Alexandra respondió de inmediato que estaba más que feliz porque así fuera y la esperaba con gusto.

Sin embargo, unos golpes en su puerta se escucharon antes de la hora acordaba entre ambas chicas; desconcertada se dirigió a abrirla y se sorprendió al ver quién se encontraba detrás de ella.

—¡Axel! —Alexandra casi gritó al ver a su amigo allí parado y lo abrazó de inmediato.

Él sonrió y frotó su espalda con la mano.

—Hola, Alexandra —la recibió entre sus brazos y besó su cabello.

—¿Qué haces aquí? —dijo aún sin poder creerlo.

—Vine a verte para cerciorarme de que estés bien.

Los dos entraron a la casa y tomaron asiento en el sofá, Axel comenzó a cuestionarla sobre cómo había estado en esos días pues a pesar de que hablaban seguido, no creía que ella le estuviese diciendo toda la verdad; y efectivamente, era como él lo suponía.

—¿Por qué me ocultaste que no has estado comiendo bien? —le preguntó sin querer regañarla pues había rechazado que él comprara comida.

Lanzó un suspiro despacio.

—No quiero que te agobies con mis problemas. Ya has de tener los tuyos y deben de ser suficientes —se justificó.

Axel negó moviendo su cabeza de un lado a otro.

—No digas eso, Alex. Me importas mucho y no quiero que le pase nada a mi "sobrino".

Ella no pudo ocultar su risa.

—¿Tu sobrino? —sonrió.

Él alzó los hombros y puso una mano sobre el vientre de Alexandra.

—Ya que no tienes hermanos, yo seré un tío para tu bebé.

—Me parece bien —Alexandra aprobó.

Los dos comenzaron a reír y por sus miradas parecía que estaban pensando lo mismo.

—¿Te puedo decir algo? —Axel trató de parar su risa.

—Dime —ella seguía sonriendo.

—Cuando estábamos juntos en la escuela siempre te miraba, me parecías demasiado guapa pero éramos muy contrarios y por eso jamás me acerqué a ti siquiera para tener una amistad como ahora.

—Me pasaba exactamente lo mismo.

—Y quién diría que ahora el destino nos juntó en estas circunstancias.

Alexandra suspiró con tristeza y asintió.

—No era mi intención involucrarte en esto, Axel —desvió su mirada de la de él.

—Alex, cree en el destino y que aquel encuentro inoportuno en el parque era necesario para que descubriéramos que seríamos buenos amigos en el futuro.

—Te daré la razón —concluyó con una sonrisa.

Unos golpes llamaron a su puerta nuevamente, ahora sí tenía la seguridad de que se trataba de Ilsa.

—¡Parece que mi auto se descompuso y tuve que venir caminando! —resopló Ilsa sin saludar a Alexandra y pasó adentro de su casa.

Alexandra comenzó a reír al verla empapada de sudor en la frente y con las mejillas rojas.

—Tranquila, siéntate y te traeré un vaso de agua —sugirió.

—De acuerdo.

Ilsa dio la vuelta y casi se va de espaldas al ver a Axel, quien había presenciado su dramática escena por caminar.

—Él es Axel —gritó Alexandra desde la cocina—, ya te he hablado de él.

—Hola —dijo Ilsa apenada.

—Hola —Axel le tendió la mano y ella la recibió.

A los dos no los conocía tan bien pero Alexandra aseguraba que ambos se encontraban sorprendidos y nerviosos, sobretodo Ilsa, quien solía ser desinhibida con los hombres.

—El destino —susurró Alexandra.

Ambos la escucharon y se separaron de inmediato.

—Me hubieras dicho que tenías visita —dijo Ilsa a Alexandra.

—Por mí no se detengan —sonrió Axel.

Los tres pasaron un buen rato entre bromas y anécdotas. Alexandra había logrado terminar su tarea en un momento que Ilsa y Axel comenzaron a platicar; no quería adelantarse pero percibía que entre los dos había una conexión interesante que podía llegar a algo más.

—Yo puedo llevarte a tu casa —Axel se ofreció en cuanto Ilsa dijo que debía irse.

—No quiero ser una molestia —se excusó Ilsa.

—Deja que te lleve, ya es tarde y vives algo lejos de aquí —agregó Alexandra.

Ilsa y Axel se sonrieron el uno al otro y se despidieron de Alexandra, quien solo ondeó su mano en el aire a modo de adiós cuando ya se encontraban en el auto. Extraño o no, sabía que los dos se habían gustado y pronto tendría noticias de lo que el destino tenía anticipado juntar.

Pregúntame si te amo (Max Meyer)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora