Ella había sido su diversión del momento, tontamente creyó que el también sentía lo mismo cuando al parecer nunca fue así. Todos esos momentos juntos habían sido una perfecta ilusión que terminó por romperse en el momento que él se atrevió a dudar de si el hijo que esperaba era suyo o no.
Sollozó contra la almohada y sintió que todo su interior se desmoronó cuando recordó las caricias de Max. Tenía 19 años y aunque la sociedad viera con malos ojos las relaciones íntimas entre los jóvenes, ella se había sentido querida a pesar de que todo había sido una mentira; se había sentido feliz con Max y que ella también lo hacía feliz a él. Había dicho que era suya y que nunca la iba a compartir con nadie y también lo creyó. La forma como le recorría la espalda con sus amplias manos, cómo envolvía su pequeña cintura entre sus magros brazos, cómo conectaban sus labios y la unión tan perfecta entre sus cuerpos que no dejaban lugar a un mínimo espacio. Max era un desgraciado que no tenía perdón.
Fue entonces cuando recordó aquella pesadilla que tuvo en repetidas ocasiones; el hecho de soñarse llorando y encontrarse sola en un lugar abandonado le causaba escalofríos pero así era como estaba en realidad. Lloraba por su abandono, por su trato; por eso percibía a una Alexandra deshecha. Aquella pesadilla no había sido más que un aviso que le estaba advirtiendo sobre su futuro y desafortunadamente no pudo percatarse de ello.
Todo había terminado y ella resultó la perdedora. Max la había manipulado a su gusto y ciegamente había obedecido a todo lo que él indicaba. Se entregó a su a brazos como una tonta enamorada, una de esas que con un sólo beso creen que los hombres permanecerán siempre a su lado. Se había equivocado con él y ya no había marcha atrás, Alexandra se encontraba en medio de su habitación llorando boca abajo contra una almohada. Estaba destrozada, quedó vacía después de haberse enfrentado a su todo. Max había escrito su destino y la mandó al infierno desde aquel momento que aceptó bailar con él en el club, Max había tomado sus sentimientos y había hecho malabares con ellos. No podía creer que alguien a quien le había entregado prácticamente su vida sin siquiera pensarlo la estaba enterrando viva.
Ahora que veía las cosas en claro no podía estar más segura de que era una estúpida y que su madre tenía razón. Se había terminado acostando con el primero que se le atravesó en el camino y ahora estaba embarazada de él. Tal vez no era un mediocre pues era un hombre con futuro en el deporte pero sí era un bastardo que tenía un pedazo de hielo en lugar de corazón. Había jugado con ella y tontamente había aceptado hacerlo hasta que la encasilló en el tablero y la sacó de la partida. Ella solo había sido una más y había creído que aquello era real debido a todas esas flores, las copas de vino, las noches de película, debido a todos los regalos que él le dio pero eso solo había sido algo sin importancia para él y nunca significaron nada, solamente se había dedicado a deslumbrarla para obtener lo que él quería y ahora estaba pagando las consecuencias de haberse entregado en los brazos de Max Meyer. Él nunca la había amado, ni lo haría y aunque ahora ella estuviera esperando un hijo suyo, no obtendría su cariño.
Quería que todo fuera un sueño, que todas aquellas fantasías que la llevaron al cielo se esfumaran al despertar pero sabía que nada era posible. Tenía los besos de Max marcados en la piel, sus huellas en lugares que no era correcto mencionar, ella era de él y sus sentimientos pertenecían a él. Le dolía hasta las entrañas que todo aquello estuviese pasando, jamás había tenido tanta experiencia en eso del amor, pensaba que los noviazgos no eran más que besos y abrazos que se entregaban con cariño pero Max la había hecho cambiar de opinión y había comprendido que se trataba de ser uno sólo.
Maldecía la hora en que había aceptado la primera invitación a salir, maldecía haber sido tonta e inexperimentada, en esos momentos deseaba haber sido como cualquier chica de su edad como su madre siempre lo había soñado, de esas que se divertían con los hombres y tenían amigos por montones, tal vez así se hubiese dado cuenta de que Max jamás la había buscado con buenas intenciones. Retuvo un grito contra la almohada al recordar los viajes a Italia y a París en donde él no había parado de mencionar lo hermosa que era y cuánto la quería, deseaba olvidar todo, quería que Max se convirtiese en un desconocido para ella o que jamás hubiese aparecido en su vida. Quería odiarlo pero simplemente, no podía.
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Pregúntame si te amo (Max Meyer)
FanfictionLa pregunta no era cuántas veces la había tenido en su cama, sino cuántas veces la había amado realmente.