26. Una muy buena razón

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—¡No puedo creer que me engañaras! Tengo un examen mañana y debo estudiar, Max —Alexandra cruzó los brazos disgustada e hizo un puchero.

—Valdrá la pena, preciosa —sonrió y puso la mano en su pierna mientras que la otra la tenía sobre el volante.

Después de regresar de París, ambos retomaron sus actividades normales; Alexandra había estado demasiado ocupada durante toda la semana y ni siquiera había tenido tiempo de ver a Max, el sábado había tenido que atender a la universidad por una clase especial y por la noche él la había tenido que "raptar" de su casa para que tomara un descanso e hicieran el amor, había prometido que la regresaría a su hogar el domingo por la mañana pero en lugar de eso le había propuesto ir a desayunar a un supuesto restaurante que acababan de abrir en Oberhausen y cuando Alexandra creía que se dirigían a la ciudad natal de Max, un cartel en el camino le indicó lo contrario.

—¿No se te pudo haber ocurrido preparar un par de huevos y no venir hasta Leverkusen?

—Sabes que no soy un buen cocinero —rio—. Vamos, no te enojes, mi amor. Sólo quería sorprenderte.

—Y ya lo hiciste pero en verdad debo ir a casa y estudiar —pidió.

—Ya llegamos, Alexandra. Al menos comamos algo rápido y regresamos a Gelsenkirchen —besó sus nudillos.

—De acuerdo —aceptó con un puchero—. Pediré postre —sonrió.

Max rio y bajó del auto para abrirle la puerta de este. Entraron tomados de la mano al restaurante y tomaron asiento en una mesa al lado de una ventana, Alexandra comenzó a sonreír sin fuerza y a admirar el lugar.

—Es lindo, ¿no?

—Sí —volvió a sonreír—, gracias.

Ordenaron sus pedidos y comieron entre una amena plática que continúo en el camino de regreso a casa, cantaban con entusiasmo las canciones que pasaba la radio y unos kilómetros antes de llegar a Gelsenkirchen, Max intercambió asientos con Alexandra para que ella condujera un poco pues afirmaba que sabía hacerlo pero sus padres jamás le habían dado la oportunidad de usar sus autos.

—Espera, debería cerciorarme que mi seguro de vida sigue vigente —dijo Max revisando su teléfono.

—¡Max! —le dio un pequeño golpe en el hombro—. Tú fuiste el de la idea.

—Es una broma, mi amor —sonrió—. Vamos, conduce. Confío en ti.

Alexandra tenía miedo de si quiera encender el auto pues sabía que cualquier incidente que ocurriera no sabría cómo repararlo, además, no tenía licencia de conducir y si algún policía la detenía tendría que pagar una multa de por lo menos unos cientos de euros. Piso el pedal del acelerador despacio y apretó ambas manos en el volante, miraba por el retrovisor para asegurarse de que ningún auto estaba cerca y entrar de nuevo al camino.

El trayecto hasta la casa de Alexandra fue callado, Max no quería ponerla nerviosa con sus comentarios graciosos de cómo ella se espantaba cuando demasiados autos estaban a su alrededor o cómo frenaba antes de que los semáforos se pusieran en rojo. La verdad se había sorprendido pues pensó que sería como las demás chicas de su edad que manejaban a altas velocidad y no se aseguraban ni siquiera de poner las direccionales. Alexandra se estacionó afuera de su casa y cuando apagó el auto se recargó en el asiento y soltó un enorme suspiro.

—Pensé que no podría hacerlo.

—Superaste mis expectativas, Alexandra —Max sonrió.

Ella comenzó a reír.

Pregúntame si te amo (Max Meyer)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora