40. Segundas oportunidades

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Alexandra había comprado uno de los periódicos locales para comenzar a buscar un trabajo en los anuncios de clasificados. Encerró unos cuántos y llenó las solicitudes de trabajo que había comprado para repartir, ya contaba con dos requisitos para una pequeña clínica de salud, pues solicitaban una joven de 18 a 25 años para el puesto de secretaria de un doctor que no buscara un trabajo de verano; ella quería un turno normal y lo aceptaría pero aún no conocía los horarios.

Al siguiente día salió temprano de su casa a repartir su currículo en la clínica que le agradaba, también lo hizo en una cafetería, una pequeña tienda departamental y una zapatería. Esperaba que la llamaran pronto pues temía que el dinero que aún le quedaba se terminará rápido y después no supiera qué hacer. Estuvo pegada al teléfono por tres días hasta que se rindió y creyó que su actitud positiva no la ayudaría a pesar de confiar en lo que quería pero entonces cuando estaba a punto de tirarse al llanto, la cafetería la llamó y atendió a la cita.

Sinceramente se avergonzaba de pedir un trabajo, toda la vida había dependido de sus papás y nunca se había puesto a pensar en que más pronto de lo que imaginaba se desprendería de ellos y tendría que comenzar su vida de adulta. Cuando llegó, una mujer de más o menos 40 años de edad esperaba por ella y la recibió con gusto, lo cual hizo que Alexandra se relajara y considerara fríamente sus respuestas a la hora de la entrevista laboral.

—Toma asiento, debo revisar algo. No tardo —indicó la mujer.

Ella tiró de una silla frente a un escritorio y se sentó. Movía con impaciencia su pie pues a pesar de todo sentía cierta desesperación por todo aquello.

—Listo —la mujer entró a la oficina y tomó asiento frente a ella—. Alexandra Bleier, ¿cierto?

—Sí —dijo en voz baja.

—Mi nombre es Erika Falken y soy la dueña de esta cafetería —sonrió—, no tengas miedo de hablar, no pasa nada.

Alexandra asintió.

—Gracias.

Erika tomó la solicitud de Alexandra entre sus manos y comenzó a leerla, repitiendo algunos datos de ella.

—Offenbach —dijo con asombro—, yo también soy de ahí —Alexandra sonrió—. Hablas tres idiomas, eso es excelente —continuó leyendo un poco más—. Y estudias psicología... ¿vienes a quitarme mi puesto? —bromeó la mujer.

Alexandra rio.

—Claro que no —aseguró.

Erika bajó la solicitud de empleo y miró directamente a Alexandra.

—¿Por qué quieres el trabajo? No llenaste ese espacio en la hoja supongo que esperabas a que te lo preguntaran frente a frente.

Alexandra guardó silencio, realmente no sabía que escribir en ese apartado pues tenía más de un motivo para querer trabajar y lo que Erika estaba diciendo no le había pasado si quiera por la mente.

—Pues... —trastabilló con sus palabras y comenzó a ponerse nerviosa.

—Necesito la verdad —pidió la mujer incitándola a que fuera sincera y no se intimidara—, la mayoría de los chicos que trabajan aquí es por problemas económicos o situaciones de ese tipo.

—Debo pagar la renta de mi casa y los servicios que se ocupan —agachó su mirada.

—¿Ya eres independiente de tus padres?

—Uhm... —Alexandra se sentía tan vulnerable en esos momentos que ya no tenía ganas de mentir—. Estoy embarazada y en verdad necesito el dinero —dijo con sinceridad.

Erika solo la miró con sorpresa y después le dedicó una mirada de comprensión.

—¿Y tus papás?

—No me apoyan y no quiero perder mis estudios, mucho menos el lugar en donde vivo, además debo comenzar a ahorrar para la llegada de mi bebé —contuvo sus lágrimas para seguir hablando—. Ya sé que será demasiado difícil lograr lo que quiero pero al menos lo intentaré.

La dueña de la cafetería se encontraba conmovida con la trágica historia de la chica bonita que solicitaba trabajo. Podía asegurar que provenía de una buena familia pero que le daban la espalda por decepcionarlos y que por la ingenuidad que irradiaba se encontraba en esa situación.

—La paga no es mucha pero creo que podrás estudiar y trabajar al mismo tiempo —pronunció Erika con ternura y tomó la mano de Alexandra.

—Entonces... ¿me contratan? —dijo interpretando las palabras.

—Claro que sí —afirmó.

Ya tenía trabajo y se encontraba feliz por ello, tal vez no era lo que esperaba pero le permitirían estar estudiando y sobretodo la aceptarían con su bebé como se lo había dicho Erika. Tendría que cumplir como mesera, cajera y en algunas ocasiones prepararía los cafés o limpiaría los utensilios y aparatos usados como los demás empleados hacían pero también tenía como ventaja el agradable ambiente del lugar pues después de la entrevista, la habían presentado con los que serían sus compañeros de trabajo, quienes la recibieron cálidamente y se encargarían de su capacitación en la próxima semana.

Después de haber recibido la grata noticia de su nuevo empleo, se dirigió a la Universidad, en la que todavía estaba inscrita, a conversar con la directora Scheuer con quien había tenido que solicitar una cita para contarle sobre su situación. Al principio se mostró sumamente nerviosa y avergonzada de decirle lo que ocurría, cuando la escuchó, la directora reflexionó sus palabras y la reprendió por estar embarazada pero por ser una alumna que consideraban excelente debido a su promedio y comportamiento, le aseguró que intervendría con el patronato de beneficencia después de que realizará el papeleo de la beca.

Las cosas parecían ir bien a pesar de la tormenta por la que había pasado los días anteriores y agradecía a Dios por ello. Se encontraba mucho más tranquila después de llegar a su casa y tomar un baño, preparó té y salió a su pequeño patio a beberlo; se sentó sobre el pasto y dio un sorbo mientras observaba las estrellas. Recordó aquella noche que hizo lo mismo y leyó el tonto horóscopo que le indicaba un alboroto de emociones por culpa de un hombre, sonrió con nostalgia y llevó una mano a su vientre; definitivamente el destino trató de advertirle lo que iba a ocurrir pero hizo caso omiso.

Entró de nuevo a su casa y fue a acostarse a la cama para dormir luego del ajetreado día, sin embargo, alguien llamó a su puerta y de inmediato sintió temor ya que era casi medianoche y no eran horas de visita aunado a que nadie la frecuentaba; salió de su habitación y con cautela revisó el exterior a través de las cortinas de la ventana pero no logró ver nada. Sintió electricidad recorrer su columna vertebral cuando unos golpes volvieron a sonar, no sabía qué hacer y su miedo iba en aumento.

—Alexandra.

Ella cubrió su boca para no emitir algún sonido ante la sorpresa que estaba recibiendo. Cómo no iba a reconocer la voz de Max si él era lo único que rondaba en su cabeza desde la última vez que hablaron, pero lo no entendía era qué estaba haciendo ahí después de que él mismo había terminado todo... ¿Es que acaso estaba buscando regresar?

Pregúntame si te amo (Max Meyer)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora