31. Te amo

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Italia había sido otro lugar que resguardaría memorias inolvidables para Max y Alexandra. Desde que habían salido del Aeropuerto Internacional de Düsseldorf las sorpresas para ella comenzaron pues él le había comprado un teléfono nuevo y se le había ocurrido dárselo en medio de la sala de abordaje con cientos de personas a su alrededor y su cara había permanecido roja durante mucho tiempo, además de que se había quedado sin palabras para agradecer lo suficiente por algo que no sabría cómo justificaría ante sus papás.

Su habitación en el hotel que Max reservó era más grande que la de aquel fin de semana en París, Alexandra se sentía en un sueño con las sábanas de seda y almohadas de plumas en la cama, no podía creer la cantidad de objetos lujosos que había y que era inevitable no disfrutar. Bebieron vino tinto y cenaron pasta en sus dos noches de estancia, hicieron el amor cuantas veces pudieron y se sacaron cientos de fotos en su visita al Coliseo Romano, La Fuente de Trevi y El Arco de Constantino.

Lamentablemente habían tenido que regresar el domingo por la tarde debido a que Alexandra tenía clases el lunes por la mañana al igual que Max entrenamiento con el Schalke sin embargo decidieron pasar la noche juntos en el departamento, se habían desnudado y tenido relaciones poco después de arribar a él y a pesar de que la habían pasado bien, estaban cansados y sólo querían dormir.

Alexandra estaba más somnolienta que Max, ella tenía la cabeza encima de su pecho y él la abrazaba por los hombros mientras acariciaba su cabello, luego besó su frente y ella sonrió.

Te amo —pronunció Alexandra antes de cerrar los ojos definitivamente.

Max se enderezó en la cama de golpe y la miró impresionado, la sangre se le había helado y sintió que su corazón comenzó a latir con palpitaciones fuertes. Soltó a Alexandra y ella se acomodó en la cama al sentirse libre, él notó como si la respiración le faltase y tambaleó al dar un paso hacia atrás. Había dicho que lo amaba y no podía dejar de escuchar las palabras en su mente, no quería ni podía permitir aquello. Alexandra lo amaba y la sola idea de que eso ocurriera lo enfermaba, pues no estaba en sus planes llegar a tanto con ella. Él no la amaba o al menos eso quería asegurar pues lo hacía sentir cosas que nunca antes había experimentado pero eso no era un sinónimo de amor.

Amar era una palabra que involucraba dedicar su vida para entregarse a otra y él sinceramente no estaba dispuesto a hacerlo. A excepción de su madre, Michelle había sido la única que había escuchado un "te amo" de su boca y que no había sido tan verdadero pues aún era demasiado tonto como para poder distinguir entre lo que era afecto y amor.

Pasó sus manos por el cabello y lo alborotó sin saber qué hacer, el sueño se había ahuyentado y la preocupación había aparecido. Que Alexandra lo amara era como una tragedia pues las cosas entre ellos iban en una buena dirección; se divertían como querían, había cariño de por medio que no se volvía caramelo pues tenía toques de lujuria que los llevaban generalmente al sexo y no siempre a hacer el amor como se supone debían.

Tal vez ella lo había dicho sin tomarle mucha importancia pues estaba a punto de quedarse completamente dormida y podía que hubiese estado comenzando a soñar, pero si sus palabras resultaban ser ciertas, prefería terminar todo con ella y que no sucedieran los típicos dramas por parte de la mujer al término de una relación en donde ellas por lo general lloraban y si no tenían dignidad rogaban regresar al hombre que acababa de romperles el corazón.

Tomó una sábana del armario de su habitación y se dirigió a la sala para tratar de dormir ahí. Se sentía sofocado estando en esa habitación con Alexandra después de haberla escuchado pronunciar la frase a la que más temía. Si le preguntasen, sus motivos del por qué no aceptaba el amor eran simples y concisos; no creía en él por ser una persona involucrada con la fama y el dinero. Era egoísta pensar de tal forma pero en verdad no creía que hubiera mujeres sinceras que desearan "amarlo" sin antes obtener cada capricho que buscasen y aunque, probablemente, Alexandra no fuera de ese tipo de chicas tampoco quería que sus sentimientos en verdad tuvieran la etiqueta de amor por todos lados; él sabía de lo que era capaz y la terminaría engañando con una mejor que ella.

Pero ahí había otra cuestión, le resultaba difícil serle infiel a Alexandra. Las oportunidades en el tiempo que llevaban juntos no se habían desaparecido, las chicas con las que antes había salido o tenido una buena noche lo buscaban de vez en cuando o simplemente algunas lo reconocían en los lugares a los que iba y más de una trataba de obtener algo más insinuándose descaradamente pero él se había negado a todas ellas.

Alexandra formaba parte de su pensamiento durante todo el día y la noche y cuando un día había sido demasiado agotador solo deseaba llegar al departamento o a su casa para abrazarla y no tener más que una charla reconfortante con ella que le levantara el ánimo. Ella se había convertido en su compañera de aventuras y complicidades, disfrutaba romper reglas a su lado y descubrir nuevas sensaciones que lo hicieran sentirse completo.

Max concilió el sueño muy entrada la madrugada y cuando su despertador sonó maldijo en voz alta pues sentía que no había dormido ni descansado lo suficiente. Con amargura entró al baño y se duchó, luego fue a su habitación para cambiarse de ropa y se encontró con Alexandra tendiendo la cama y lista para ir a la escuela.

—Buenos días —Alexandra sonrió.

Max la observó de arriba a abajo y respondió con una mezcla de sequedad en su voz.

—Buenos días.

Se quitó la toalla que lo cubría de la cintura para abajo y se colocó la ropa interior frente a Alexandra quien lo miraba con las mejillas ruborizadas.

—No dormiste en la cama, ¿cierto? —preguntó con vergüenza e intriga a la vez.

—Me paré para ir al baño y cuando regresé vi que ocupabas casi todo el colchón —mintió—. No quise moverte —sonrió a medias.

—Oh —dijo apenada—, lo siento.

—No te preocupes.

No pudo evitar acercarse a ella y besarla como regularmente lo hacía en las mañanas que despertaban juntos. Alexandra era un imán para todo su ser pues tanto sus labios como sus genitales la buscaban con urgencia.

—Ponte ropa, iré a servir cereal —Alexandra sonrió y salió del cuarto para dirigirse a la cocina.

Ella lucía igual que siempre, no parecía que hubiese habido algún cambio y probablemente sí había estado dormida cuando mencionó que lo amaba. Prefería que él hubiese estado sugestionando la situación en lugar de que Alexandra en verdad lo hubiera dicho. Desayunaron de la misma forma que siempre lo hacían, luego cepillaron sus dientes juntos y después salieron del departamento para dirigirse a la universidad de Alexandra.

Camino a la escuela, Alexandra pintaba sus labios y terminaba de arreglar su cabello, Max la observaba de reojo y nadaba en el profundo mar de sus pensamientos, de cierta forma era adicto a ella y a todas sus manías; necesitaba de sus pequeños detalles para sentirse mejor en un mal día y sabía que ella también dependía de él de alguna manera.

Max detuvo el auto en el mismo lugar que siempre lo hacía cerca de la universidad, casi siempre Alexandra era la que se acercaba a Max para despedirse de él con un abrazo y un beso en la mejilla o los labios pero ocurrió lo contrario y fue él quien lo hizo.

Alexandra sonrió y lo miró directamente a los ojos.

—Nos vemos, Max. Gracias por todo.

Él asintió y también sonrió.

—De nada, mi amor —dijo como lo hacía de costumbre.

Alexandra abrió la puerta del auto, salió de este y antes de cerrarla se regresó a él.

—Te amo —pronunció de la misma forma como lo había hecho en la noche.

El corazón de Max volvió a palpitar fuerte y rápido.

—Nos vemos.

Alexandra hizo un gesto extraño y luego rio. Max aceleró lo más que pudo y salió del campus para dirigirse al campo de entrenamiento. No se había equivocado, ella realmente había dicho que lo amaba, Alexandra había cruzado la línea de la diversión y el afecto para saltar al otro extremo en el que él no estaba dispuesto a caminar.

Pregúntame si te amo (Max Meyer)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora