41. Heridas y orgullo

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Respiró profundamente y exhaló el aire con brusquedad. Más que sorprendida, Alexandra se encontraba enojada por tenerlo de nueva cuenta frente a su puerta cuando él le había dejado en claro cómo estaban las cosas; ella no era una muñeca con la que podía jugar cuando se le viniera en gana, ya lo había hecho una vez y por nada del mundo permitiría que volviera a ocurrir.

Con poco valor, tomó la manija de la puerta y la giró para que esta se abriera en su dirección. Lo vio a punto de subir a su auto estacionado al otro lado de la calle y en medio de la penumbra de la noche sus miradas se conectaron, el seco aire comenzó a correr e hizo bailar el cabello castaño de Alexandra mientras divisó cómo él cerraba la puerta del coche e iba directo a ella.

Max sintió que sus manos sudaban y se encontró demasiado nervioso pero aún así las ganas de besarla y tomarla entre sus brazos eran del tamaño del Universo; sabía perfectamente que ella iba a aceptarlo de vuelta, que aceptaría su ayuda y tal vez en un futuro que él estuviera seguro de sus sentimientos, criarían a su hijo juntos, pues ella lo amaba y aunque a él no quisiera admitirlo, creía que él también podía llegar a hacerlo.

—Hola —pronunció Max con un hilo de aliento.

Alexandra sintió que su corazón comenzó a latir aceleradamente, no esperaba que él volviera o al menos no tan pronto.

—Hola —contestó temerosa.

Una distancia de tal vez un metro los separaba. Max podía percibir claramente cómo una atracción invisible quería llevarlo a ella e írsele encima, aprisionarla y nunca dejarla ir nuevamente.

—¿Puedo hablar contigo? —se acercó un poco a ella e intentó tomar su mano.

Alexandra dio unos cuantos pasos hacia atrás y negó moviendo la cabeza.

—Lo siento, pero no.

Max frunció los labios y apretó los puños por frustración.

—Alex, por favor. Es sobre... —la palabra nuestro se quedó enredada entre su lengua—. El bebé.

Una sensación de remordimiento y ternura asaltó el cuerpo de Alexandra, sinceramente estaba sorprendida de que él estuviese allí pero tampoco iba a ceder a sus peticiones tan fácil.

—Maximilian, en verdad, no quiero hablar.

Alexandra había tomado la decisión de no dejarse llevar por lo que su corazón le dictará y hasta el momento aún le estaba funcionando.

—¿Por qué me llamas Maximilian?

Preguntó con desconcierto y sintió un hueco en su pecho, así lo llamaba antes de que todo entre ellos comenzara.

—Al principio... dijiste que quienes te conocían te decían Max —ella alzó los hombros mientras veía el suelo—, y yo evidentemente no lo hago.

De pronto, él tuvo la sensación de que su corazón dolía aunque las personas dijeran que eso no era posible. Alexandra lo conocía más que ninguna otra aunque ella lo negara, sólo ella sabía cómo hacerlo sentir bien cuando nadie más podía, sólo ella comprendía sus excentricidades y locuras, sólo ella conocía al verdadero Max Meyer.

—Por favor, Alexandra. Sólo dame 10 minutos —ella suspiró y se hizo a un lado para que él pasara al interior de su casa—. Gracias.

Alexandra cerró la puerta y tomó asiento en una de las sillas del comedor, Max se quedó de pie y la miró a pesar de que ella no lo hacía. Deseaba arrancarle la pijama, tumbarla en el sofá y hacerle el amor durante toda la noche como normalmente pasaba, pero sinceramente dudaba que eso fuera a ser posible en esos instantes.

Pregúntame si te amo (Max Meyer)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora