46. Bipolares

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Las indicaciones que el doctor había dado para Alexandra, Max las estaba acatando al pie de la letra y eso comenzaba a estresarla. Sólo tenía derecho a caminar poco una vez al día para que eso no provocara tanto movimiento en su cuerpo y sucediera una nueva alteración. Debía comer estrictamente cinco veces al día en pequeñas porciones y tomar sus vitaminas y unos medicamentos recetados, y aunque las náuseas ya hubieran pasado gracias a una de las medicinas que tomaba, no tenía ganas de comer más que dos o tres veces a lo mucho.

Max iba y venía a sus entrenamientos sin desviarse a otro lado para estar con ella a excepción del viernes que había tenido que viajar a Baviera para disputar un juego contra el Bayern Munich el sábado por la tarde. Tal vez no se dirigían la palabra más que tres o cuatro veces al día pero eso era suficiente para que ambos se sintieran incómodos pues era inevitable para ellos no pensar que habían hecho el amor y decirse te quiero en cada una de las partes de ese departamento que ahora compartían y generaban un pesado ambiente de recelo. Una guerra interna seguía en ambos y ninguno quería dejarse vencer por ella, luchaban contra lo que verdaderamente sentían pero no querían dar el primer paso sin que el otro lo hiciera.

Ilsa acababa de irse del departamento después de pasar casi toda la tarde con ella. La puso al corriente de todo lo que había ocurrido en la Universidad en sus días de ausencia, también le contó que ya había hablado con algunos maestros sobre su situación como se lo había pedido y sólo faltaba que ella misma terminara de corroborar la información, además de solicitar una baja temporal para no perder los semestres que ya llevaba cursados. En cuanto a la cafetería, Alexandra había hablado con Erika por teléfono, explicó lo que estaba pasándole y le dio las gracias por haberla aceptado en ese par de meses a pesar de que tal vez no se merecía el trabajo.

La enfermera de Alexandra se retiraba todos los días a las 9 pm, Max había ido a comprar la cena y ella lo esperaba pacientemente sentada en el sofá. Revisaba su teléfono así como lo hacía todos los días llenos de aburrimiento que pasaba ahí, estaba harta de no poder moverse a su gusto y si seguía allí juraba que iba a explotar de frustración.

La puerta del departamento se abrió y Max apareció con una bolsa en su mano. Colocó las llaves de su auto encima de la mesita de la sala y ahí mismo dejó la bolsa.

—¿Ya se fue Amanda? —preguntó refiriéndose a la enfermera.

—Sí.

—¿E Ilsa? —Max sacó dos cajas de la bolsa.

—También.

—Había comprado cena para ambas —se alzó de hombros—, más porción para mí.

Alexandra rio por su comentario.

—¿Y quién dice que yo no quiero más porción? —ella también bromeó.

Max sonrió de lado, era la primera vez en todos los días que llevaba en su departamento que ella reía.

—Con queso tipo americano y champiñones a la mantequilla —Max le pasó una caja a Alexandra.

Ella la recibió y sintió que su nariz hormigueaba. Era algo muy mínimo pero Max recordaba con qué ingredientes le gustaba su hamburguesa.

—Gracias —apenas y sonrió.

Los dos comenzaron a comer, sólo intercambiaron dos frases mientras lo hacían y después Max recogió lo que había quedado de la cena. Luego la llevó a la habitación en la silla de ruedas y la ayudó a subir a la cama, pues ella era quien la utilizaba y él dormía en un sofá que también se encontraba dentro del cuarto pues argumentaba que prefería estar cerca de ella en lugar de en la sala.

Pregúntame si te amo (Max Meyer)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora