The Legacy of Emil Greenard 4

76 4 0
                                    


Cuando Kai y Miruru entraron en la choza, se encontraron con una gran habitación que ocupaba la mayor parte de ella. No supieron bien si se trataba de un estudio o un comedor, pues, en lo que a muebles respectaba, había un poco de todo: un pequeño armario ropero en el lado derecho; una mesa en el centro, junto a un par de viejas sillas de madera; y un escritorio al final, donde había dispuestas varias cajitas de distintos colores y con una gran cantidad de plantas en su interior.

Justo arriba del escritorio, había otro armario más pequeño colgado de la pared, el cual podía usarse como despensa o para guardar platos, tazas u otros utensilios; y, a su lado, la única ventana de aquel cuarto que daba al exterior.

-Está bastante limpia –declaró Miruru mientras pasaba un dedo por encima de la mesa del centro.

-Igual que cuando vivía aquí. Ni siquiera ha cambiado los muebles de sitio.

-¿Y dónde está él? –preguntó la chica, abriendo el armario ropero.

-¡Oye, no cotillees sus cosas!

-Lo siento. Me ha podido la curiosidad –se disculpó la chica, sonriendo a la vez que cerraba la puerta.

En ese momento, sintiendo un peligro acercarse, Miruru saltó hacia el centro de la sala, justo a tiempo para evitar una onda de choque que alcanzó el escritorio, haciendo trizas parte de éste.

-¡¿Quién anda ahí?! –preguntó una voz, entrando por otra puerta que llevaba a una habitación contigua.

Era un hombre de entre cuarenta y cincuenta años; pelo largo, negro y desaliñado; barba de varios días, mal afeitada; y expresión cansada. Agarraba con una mano una muleta mientras que extendía la otra hacia los intrusos.

-¡¿Qué queréis de... mí...?! –inquirió de nuevo hasta detenerse frente a los dos jóvenes, a quienes observó entrecerrando sus pequeños ojos, cambiándole la expresión- ¡¿Kai?! ¡¿Eres tú, Kai?! –dijo, dubitativo, mientras el chico ayudaba a levantarse a Miruru.

-Hacía tiempo que no te veía, maestro.

Sorprendido, el hombre esbozó una gran sonrisa, dándole un aspecto más afable.

-¡Has vuelto! ¡Qué bien te veo! –exclamó, caminando, no sin esfuerzo, hacia él y poniendo una mano sobre su hombro- ¡¿Qué has estado haciendo todo este tiempo?! ¡¿Encontraste a quien buscabas?! –haciendo una pregunta tras otra, se fijó en Miruru- ¡¿Y quién es esta chica?!

-Tranquilo, todo a su debido tiempo. Si te contase todo por lo que ha pasado hasta hoy, estaría días hablando.

-¡Ja ja! Tienes razón. Poco a poco –dijo mientras daba media vuelta y volvía a la habitación de la que acababa de salir- ¡Pasad! ¡Pasad! ¡No os cortéis! ¡Estáis en vuestra casa!

-¿No va a hacer nada al respecto? –le susurró Miruru a Kai, señalando el escritorio roto.

-Ya nos ocuparemos más tarde –sentenció el joven.

-¡Ugh! –se quejó el hombre al sentarse de nuevo en su cama.

La habitación a la que habían entrado era su dormitorio. Bastante simple en diseño, más incluso que la primera habitación. Pues sólo había una cama y una pequeña mesita de noche, bastante rudimentaria.

Al igual que en la otra, también había una ventana. Aparentemente, las únicas fuentes de luz.

-¿Te encuentras bien, maestro? –preguntó Kai, preocupado por el quejido del hombre.

-Por desgracia, Kai, mi hora está cada vez más cerca. El Radiar ha hecho bastante mella en mí –contestó el hombre, mirando a su discípulo- No pongas esa cara. Ambos sabemos que este día llegaría. Mi cuerpo ya no me obedece como antes. ¡Pero bueno, no hablemos de cosas tristes! ¡Antes de nada, preséntame a la chica!

Yohei GakkoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora