The demigoddess and the necromancer 5

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Mientras recorría las tierras yermas, lo único que le hacía compañía a Kai era el sonido del motor de su vehículo. Si bien la flora y la fauna no eran inexistentes, ya que parte de ésta había conseguido adaptarse a las consecuencias de la guerra, era común la escasa presencia de otros seres vivos. Por otro lado, aquella situación le proporcionaba cierta tranquilidad durante su viaje, evitándole enfrentamientos contra depredadores u otras preocupaciones similares.

Hacía tiempo desde que Kai abandonase Yohei Gakko emprendiendo su particular búsqueda, hospedándose en pueblos y villas que sobrevivían como mejor podían a las catástrofes de la guerra. Uno de ellos había sido el pueblo en el que había estado hacía varios días. Una experiencia inspiradora que le había motivado a continuar con su propósito: comprender lo que sucedió cinco años atrás y que le llevó al comienzo de su viaje.

Tras varias horas sin dar con signos de vida ni civilización, Kai logró divisar un lugar, no muy alejado de allí, donde poder hospedarse y pasar la noche.

Aparcando su moto en las afueras, y ocultándola en sitio seguro, se introdujo en lo que parecía las ruinas de una ciudad.

Aquella moto era diferente a los vehículos convencionales. Estaba diseñada para utilizarse por medio de la habilidad sobrenatural que proporcionaba el Radiar. No conocía del todo los detalles, pero al parecer, aprovechaba una energía residual que exteriorizaba el cuerpo humano con el uso del elemento. Por desgracia, aunque esto evitaba la necesidad de combustible, agotaba poco a poco las fuerzas del conductor.

Así pues, una vez se hubo ocupado de su medio de transporte, empezó a investigar más a fondo las ruinas. Por la cantidad de escombros, cabía la posibilidad de que tiempo atrás hubiese sido próspera, estando dotada de edificios altos y construcciones consistentes, puede que incluso no hiciese muchas décadas desde su completo abandono. Sin embargo, en la actualidad no había un alma.

-Servirá –confirmó el chico.

No era la primera vez que le tocaba dormir al raso, y dado el tiempo que llevaba viajando, tampoco sería la última. Así que estaba acostumbrado a ello.

Con ello en mente, se acercó a un cúmulo de escombros que formaban un círculo, un tanto deformado, y se situó en el centro. Si bien no disponía de techo, algunos de los escombros eran lo suficientemente grandes como para hacer de pared, lo que le sirvió de apoyo para sus pertenencias. Entre ellas, todavía había comida obtenida durante su estancia en el pueblo, gracias a la ayuda de los espíritus.

Y es que en eso se basaba su habilidad. El Radiar había desarrollado, en algunas personas, ciertas capacidades extrasensoriales, diferentes de las físicas. De esta manera, sus mentes podían conectarse con otras dimensiones, permitiéndoles hablar con los espíritus de los muertos o seres totalmente desconocidos. Dichas personas era llamadas nigromantes.

Su poder, podría decirse, era opuesto al de los guerreros armados, en quienes el Radiar había desarrollado sus habilidades físicas.

Una vez hubo colocado todo, se sentó a un lado, observando un cielo en el que no había estrellas mientras jugueteaba con una pequeña pelota vieja. Un recuerdo muy querido perteneciente a tiempos pasados que no deseaba olvidar.

Finalmente, terminó quedándose dormido.

A la mañana siguiente, el sonido de escombros chocando contra el suelo, seguido del grito de alguien, lo despertaron.

Alterado, abrió los ojos rápidamente y cogió la bolsa con sus provisiones. Tras esto, se acercó a la pared que había frente a él y levantó la cabeza hasta que pudo ver por encima de ésta. Pese a ello, la polvareda era tal, que no tuvo más remedio que acercarse al foco para descubrir lo ocurrido.

Yohei GakkoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora