The demigoddess and the necromancer 1

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Sue se dispuso a descansar tras un duro trabajo. Llevaba varios días sin parar, siguiendo las órdenes de ese estúpido hombre que se hacía llamar líder. Sedientos, hambrientos, cansados, mugrientos... todos ellos trabajando sin descanso para conseguirle todo lo que pidiese. Y al final, a ellos, a los que se esforzaban día a día, tan sólo les quedaban las migajas. Pero aquella era la única manera de sobrevivir que conocía, que había conocido desde pequeña.

Sucesivas batallas habían deteriorado el mundo en el que vivía, por lo que su pueblo no era una excepción a la pobreza y el sufrimiento a la que había llevado la guerra, quedando sometidos por aquellos con mayor poder, que se aprovechaban de las necesidades de la gente para crear su pequeño paraíso.

Era demencial. Estaba cansada de siempre lo mismo. Pero, por más que intentaba convencer a los suyos de rebelarse contra aquella opresión, ninguno tenía el valor suficiente para hacerla frente. Por otro lado, escapar sólo supondría un destino aún peor.

Con esto en mente, suspiró. No le quedaba mucho para terminar el descanso y coger de nuevo su herramienta para ponerse a cavar, buscando algún rastro de agua que aprovechar o algún terreno fértil en el que poder cultivar.

Al mirar a su alrededor, se fijó en él. Acababa de llegar al pueblo. Un personaje algo extraño que vestía una capa con la que ocultaba su rostro.

Nada más llegar, les enseñó una foto donde se podía ver la imagen de un hombre. Alguien a quien estaba buscando. Al no obtener respuesta por su parte, pidió quedarse allí un tiempo, antes de continuar su viaje.

-No perderé la esperanza de encontrarlo –dijo. Así que cogió una herramienta y se puso a trabajar al igual que todos.

Aunque no hablaba mucho, no parecía mala persona, pero, pora alguna razón, le rodeaba un halo de misterio.

Finalmente, se dio la señal del cambio de turno y de nuevo, tuvo que volver al trabajo. Le dolían las manos y las piernas se le encorvaban de vez en cuando, debido al peso del cansancio. Pero no podía permitirse parar.

-Ya estoy en casa –dijo Sue al entrar-. Si es que a esto se le puede llamar casa.

Su hogar, al igual que el del resto de pueblerinos, estaba hecho de escombros y otros materiales viejos que un día pertenecieron a una próspera ciudad. Por desgracia, aquello era lo único que pudieron construir sus abuelos. Y la única herencia que les quedó de ellos.

-¿Qué tal te ha ido? –preguntó una mujer de aspecto joven y muy parecida a ella.

-Igual que siempre mamá. Un asco –se quejó Sue, desviando la mirada. Había días en los que la sonrisa de su madre conseguía relajarla. Pero, en ese momento, no estaba de humor.

-No te preocupes. Creo que nos queda algo de las sobras de ayer –intentó animarla la mujer, pues sabía distinguir muy bien cuando su hija estaba contenta y cuando no. Incluso cuando trataba de ocultarlo.

-Mamá, eso debe de estar ya podrido. Será mejor que lo tires –respondió ella.

Las leyes de subsistencia del pueblo se regían de la siguiente manera: los pueblerinos trabajaban sin descanso con el fin de buscar alimentos u otras cosas de valor. La mayor parte de éstas eran entregadas al líder, y lo que sobraba se lo quedaban quienes lo habían encontrado. Si no encontrabas nada, muy probablemente terminarías muriendo de hambre y/o deshidratación. Todo dependía de tu buena racha, y últimamente, su familia no la tenía.

Sue era hija única. Vivía con su padre y su madre, sólo que esta última estaba demasiado débil como para dedicarse a la excavación. Había veces que ni siquiera podía encargarse de las tareas del hogar, necesitando de su ayuda o la de su padre. Algo que la hacía sentirse muy inútil pese a que intentase camuflarlo con aquella sonrisa que siempre les apoyaba. Uno de los motivos que hacía que Sue siguiese aguantando todo aquello.

Yohei GakkoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora