Capítulo 3

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La adrenalina recorría su cuerpo

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La adrenalina recorría su cuerpo. Sólo podía pensar en una cosa: Huir. Tenía que huir y tenía que ir lejos de su casa. Oía los pasos de Alexey detrás de ella y necesitaba pensar rápido para despistarle sin que pudiese localizar su casa.

Salió del parque donde había entrado antes, recorriendo las desiertas calles de Moscú a aquellas horas y con aquel frío. Nadie había por las calles, pero sabía a dónde dirigirse. Había una discoteca cerca de su casa y los porteros la conocían, de manera que podría entrar rápido allí sin que él la pillase y él tendría que soportar la cola si no quería llamar la atención. Sólo tenía la esperanza de que no quisiese llamar la atención, de que la dejase huir, aunque sabía que sería una corta tregua. Volvería a por ella, de eso no le cabía la menor duda.

Con él tras sus pasos, llegó a la puerta de la discoteca, donde, gracias a Dios, estaba Oleg. La cola era kilométrica, era un sitio de moda. Los ojos de la chica estaban dilatados por el temor de que la pillase una vez más. Oleg la miró sorprendido, era raro ver algún tipo de emoción en el semblante de la muchacha. El hombre era lo más parecido a un armario que Arisha había visto en su vida, era alto, muy musculoso, su piel morena, su pelo y sus ojos oscuros dejaban ver que tenía ascendencia mediterránea. Su madre era griega y su padre ruso.

—Arisha, qué raro verte por aquí —la voz de él sonaba sorprendida, pero la dejó pasar a su lado, a lo que la joven le lanzó una mirada agradecida.

—Gracias, Oleg —lo decía con frialdad, como era habitual, pero se podía leer en sus palabras un deje de agradecimiento que al muchacho no le pasó por alto.

Una vez en la puerta, ya habiendo pasado la entrada, se giró para comprobar donde estaba Alexey. Él estaba en la cola, la miraba frustrado, sabía que ahora ya no iba a poder cogerla. La chica lo miró con superioridad. Esta vez, se había librado. ¿Cuánto tendría que seguir huyendo?

El aire era recargado en aquella discoteca, donde cientos de jóvenes movían sus cuerpos al ritmo de la música electrónica que el DJ ponía en ese momento. La sala era grande, aunque parecía más pequeña de lo llena que estaba. Las luces de discoteca no dejaban mucha claridad en el ambiente y miles de colores brillaban alrededor de los cuerpos en movimiento. La joven se puso en una esquina, donde podía controlar la puerta, pero sería complicado verla allí. Así podría observar quién entraba allí. Su plan no era, ni mucho menos, un plan maestro. Pensaba esperar a que el chico entrase en la discoteca a buscarla y evitarle para salir mientras él la buscaba dentro. Había considerado salir por una de las puertas de incendios, pero le pareció una mala idea, ya que él podría imaginárselo y estar allí esperando su salida.

No supo cuánto tiempo había pasado, perdida en sus pensamientos como estaba, cuando vio entrar al hombre. Sus ojos azules registraban toda la sala en su busca. Supo que tenía que hacer algo para parecer una más de toda aquella gente, de manera que se acercó a un grupo de chicos jóvenes y comenzó a mover su cuerpo, sin perder de vista a Alexey que seguía buscándola. No la vio de entrada, de manera que se adentró en la discoteca, camino a la larga barra que había en uno de los laterales de aquel lugar. Esa fue la señal que la chica necesitaba, con pasos lentos y aún bailando para no llamar la atención, fue acercándose poco a poco a la puerta de incendios que tenía cerca. Supuso que Alexey estaba vigilando la principal, de manera que era su mejor vía de escape.

Antes de salir por la puerta, volvió la vista una última vez hacia él. Él no la veía, vigilaba, como había imaginado, la puerta principal. Sonrió triunfante sin que nadie la viese y una vez en la calle echó a correr con todas sus fuerzas hacia su casa. Más valía no tentar a la suerte.

Llegó a su piso, un ático decorado todo de blanco y negro, con grandes ventanales que cubrían toda una pared de la vivienda, dando vistas así a toda la ciudad.

Cuando cerró la puerta, se apoyó en ella, respirando profundamente. Le había despistado esta vez, pero él sabía dónde trabajaba y sabía la zona donde vivía, no iba a ser la última vez que le viese y no iba a tardar demasiado en ello. Suspiró y se acercó a un gran escritorio que estaba colocando cerca del ventanal, con la silla encarada hacia él. Se sentó y abrió su ordenador.

Sus manos temblaban ligeramente, su simple presencia le había hecho recordar todo su pasado, algo que tenía encerrado dentro de un rincón muy profundo de su mente. Se acarició el tatuaje de su muñeca pensativa, con un documento abierto delante de ella en el ordenador: el informe policial de la muerte de su abuela. Aquella V que tenía tatuada en su muñeca, esa V que parecía esa misma letra si lo miraba ella, pero que parecería una A si la miraban desde el otro lado, le recordaba la venganza que había jurado aquel día.

Cerró un segundo los ojos, tratando de relajarse y cuando los volvió a abrir sólo mostraban una cosa: determinación. Odiaba tener que hacer lo que iba a hacer, pero no le quedaba más remedio, necesitaba desesperadamente su ayuda.

Antes de coger el teléfono, la chica se dirigió a su habitación. Una cama de matrimonio dominaba la gran estancia y suponía uno de los pocos muebles que allí había, sólo la acompañaban dos mesitas, una a cada lado de la cama y un gran sillón situado en una esquina. Se dirigió a su vestidor, donde se desvistió y se miró en un espejo de cuerpo entero. Sus ojos se desviaron inmediatamente a la enorme cicatriz que cruzaba desde la mitad de su muslo hasta casi las costillas. La cicatriz era ya blanca, pero demostraba la gran herida que la había precedido, una herida que casi resulta mortal, una herida que había marcado toda su vida. Se veía que había llevado varios puntos y que había sido muy profunda, era ancha y también muy larga.

Negó con la cabeza tras observarla unos minutos y fue de nuevo al salón, sentándose de nuevo frente al ordenador y cogiendo, esta vez sí, el teléfono móvil que descansaba al lado del ordenador. Marcó un número, a lo que una grave voz masculina contestó al segundo tono de llamada.

—¿Sí?

—Devlin, necesito tu ayuda. Él ha vuelto a por mí.

Al otro lado de la línea sonó un profundo suspiro, fue lo último que ella oyó antes de que la llamada se cortase. Le esperaban unos largos días a continuación. Suspiró y se apoyó cómodamente en la silla, esperando pensativa.

 Suspiró y se apoyó cómodamente en la silla, esperando pensativa

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Aquí un nuevo capítulo. Sé que no es muy largo, pero espero que os guste. Poco a poco voy ganando lectores, espero que siga así. Muchas gracias a los que lo habéis leído :D.

La voz del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora