Capítulo 4: Del Real

9.2K 483 92
                                    

Ricardo ven, tienes que estar aquí, a mi lado —me grita Orlando.

Está arriba de una lancha que desborda sangre, sobre un largo río.
Miro hacia abajo, el río es de un agua cristalina, tal y como los ojos de él. Orlando me extiende su mano y por más que me esfuerzo por alcanzarla, no puedo hacerlo.

¡No puedo! —grito.

Miro hacia atrás y veo un hombre musculoso, de piel clara. No puedo verle el rostro. Camina hacia mí.

Vamos, cruza de una vez —Orlando sigue gritándome.

EL río se ha hecho más ancho y ha aumentado su velocidad, obligando a la barca alejarse de la orilla. Me echo hacia atrás tratando de alcanzar mayor distancia. Corro y salto.

Miro a Orlando y me estira sus brazos, de pronto una cuerda atada a mi pie me impide alcanzar el bote, jalándome hacia atrás y caigo sobre el río.

El río se convierte en lava ardiente. Hace demasiado calor y mi cuerpo comienza a cubrirse de llamas, el dolor es insoportable.

¡No, no puedo. No!

—¡Ricardo... Ricardo, despierta!

La luz entra en mis ojos cegándome. Miro a Beto con sus manos en mis hombros, mi respiración dificultada, estoy bañado en sudor.

—Tranquilo, todo fue sólo una pesadilla, estabas gritando. Perdón por despertarte —se sienta frente a mí, mirándome.

Me siento también y pongo mi cabeza entre mis manos, tratando de asimilar que todo fué un sueño. Alzo la mirada y me encuentro con un Beto sonriente.

—No te preocupes, perdóname tú a mí por asustarte... ¿Qué tal dormiste? —lo miro y aún sigue con la pijama puesta.

Tomo mi celular, tengo un mensaje.
Demonios... Son las siete más trece de la mañana. Tengo que ir a la escuela.

Me pongo de pie y siento dentro de mi cabeza una gran exploción, haciéndome quejar en voz alta.

—¿Estás bien? —pregunta. Asiento lentamente.

Siento el corazón latiéndome en el cerebro, creo que el cráneo me reventará en mil partes.

—No estás acostumbrado a beber ¿verdad? —le respondo que no y continúa—: Y dormí bien gracias, sólo que no recuerdo a qué hora me puse la pijama —sonríe y río.


—No, la verdad es que no tomo tan seguido —me encojo de hombros—. ¿Tienes hambre?, vamos a desayunar.

Camino hacia la cocina y abro el refrigerador. Saco la jarra con jugo de naranja, supongo que unos buenos chilaquiles nos caerán de maravilla.
Saco todo lo necesario y pongo manos a la obra.

—¿Chilaquiles? —grita Alberto desde la barra. Asiento y regreso a lo mío.

Cuando la salsa está hirviendo agrego los totopos y sirvo dos vasos con jugo.

Mi verdadero cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora