Capítulo 20: Final

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Suavemente abro los ojos, y la luz entra por mis pupilas haciéndome volver a cerrarlos. Me arden, parece que tuvieran arena dentro.

Siento un cuerpo caliente y  moviéndose detrás de mí. Giro la cabeza pensando en ver los hermosos ojos celeste, pero no es así; sin en cambio, veo unas largas y alaciadas pestañas, cubriendo aquellos enormes ojos color chocolate.
Tiene la boca un poco abierta y la barba que la rodea en forma de candado, es obscura al igual que su cabello y sus tupidas cejas. Es más guapo de día.
Empieza a roncar ligeramente y no puedo evitar sonreír.

Trato de moverme de su lado muy lentamente para no despertarlo, y encuanto lo logro, pone su mano en mi cadera y me atrae hacia él.
Siento su erección clavándose entre mis nalgas y su respiración sobre mi cuello. Chillo por la sorpresa.

—¿Adónde tan rápido, guapo? —susurra sobre mi oreja derecha y después siembra un beso en mi nuca.

Comienza a mover sus caderas, frotándose detrás de mí. ¿Qué diablos le pasa?

—Suéltame, ¿qué crees estás haciendo? —digo tratando de sonar ofendido—. Chris, déjame levantar. Necesito ir al baño.

—No quiero. Yo estoy bastante cómodo.

Suelto varios golpes sobre el brazo que rodea mi cintura, tratando de que me libere, pero sigue necio.

—Renata nos verá y me acusará con Orlando. ¿Quieres traerme problemas? No, ¿verdad? —niega con un sonido proviniente de su garganta—. Entonces suéltame.

—Está bien, guapote. Te salvaste esta vez. La próxima no será tan fácil.

Me libera, me levanto y corro hasta el baño, después de hacer mis necesidades, decido tomar una ducha matutina rápida.
Cuando termino de arreglarme y de ponerme un nuevo cambio de ropa, (adoro el aroma de la ropa limpiecita), camino de regreso hasta la sala.

Puedo escuchar murmullos proviniendo desde la cocina.
Renata y Chris están platicando allí, supongo.

Camino para encontrarme con ellos. Pero conforme me acerco, las palabras toman forma y escucho que es solo Renata hablando por su celular y la otra persona está en altavoz a través de éste.

—Ya te dije que se lo digas tú… Será menos doloroso para él si se lo dices tú... Yo no podría. Se ha portado tan buena persona conmigo que…, no lo sé.

—Tú tienes la maldita culpa de todo lo que ha ocurrido entre él y yo —responde una voz varonil y furiosa a través de la bocina—. ¿Está ahí...? ¿cómo está…? ¿Qué está haciendo?

—Sí, él está bien; está duchándose. Será mejor que hablemos después, no quiero que me escuche y que comience a sospechar algo —Renata baja el tono de su voz.

¿De quién habla…, y con quién?
Sé que es de mala educación escuchar conversaciones ajenas, pero ésto ya sobrepasó mis buenos modales.

—Cuídalo mucho ¿quieres…? cuando termine con todo esto, hablaré con él. Entonces, espero no haberlo perdido ya.

—Sí, cuenta con ello... Yo lo cuidaré, después de todo es mi mejor amigo. Bye.

Corro de camino a mi habitación y me tiro sobre la cama. Mi cabeza está hecha un lío.

¿Quién habrá sido el sujeto con quien Renata hablaba? La maldita pregunta no deja de dar vueltas en mi cabeza.

Mi verdadero cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora