La regla número uno es que tienes que divertirte.

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ORLANDO

¿Por qué coño tardan tanto?, despediré a esos imbéciles buenos para nada.

Los he mandado para que tragieran a Ricardo desde hace ya una hora y no aparecen.

También Ricardo tendrá que oírme, ¿por qué mierdas no contesta el puto teléfono? Sólo espero que esté bien y a salvo.

Dijo que saldría con el chupapijas de Alberto.
Sé muy bien las intenciones de ese bastardo, sé acerca de sus gustos y sé que está tras Ricardo.
Pero si se atreve siquiera a tocarle un sólo cabello, le romperé hasta el último de sus huesos.

¡Carajo!, no puedo contenerme más y vuelvo a llamar esos estúpidos, que se hacen llamar guardaespaldas.

—¿Señor? —responde de inmediato.

—¿Dónde está? —sueno tan duro como puedo.

No quiero que se note que estoy tan afligido por su aucensia.

—Viene con nosotros, señor —la calma inunda mi cuerpo y alma.

Dejo salir un suspiro y me siento en el sofá. Ricardo está bien.

—Muy bien, traíganlo ya —chasqueo y cuelgo.

Bueno esos estúpidos conservarán sus empleos, por ahora.

Tuve que mentir acerca de Ricardo, les tuve que inventar que me debía dinero y era la hora de cobrarle.
Aún no estoy preparado para que se sepa mi orientación y además de eso, no confío ni en mi propia sombra.

Lo único en lo que pienso es en como desquitarme. Todo éste coraje me hará explotar.

«Tal vez sea el momento indicado para enseñarle de lo que eres capaz»
Una voz dentro de mí, sugiere.

¡No!, sé que huiría.
No puedo permitirme estar alejado de él de nuevo.

Camino hasta la cantina y me sirvo un trago de whiskey y al primer sorbo lo escupo.

«No vuelvas a beber,lo arruinarás todo»

Me siento en el sofá, la ansiendad me esta comiendo vivo. Sólo quiero sacarle la mierda, toda esta mierda que tengo.

Nesecito verlo atado, sufriendo por mi imponente miembro; verlo suplicar para detenerme. Darle tan duro hasta el punto de hacerlo llorar.
Ver sus dulces nalgas rojas por el azote de mi fusta y oírlo implorar clemencia.

Sí, eso quiero, lo nesesito.

Escucho las puertas abrirse y a Ricardo entrar por la puerta.
El imbécil de Jack lo trae sujeto por el antebrazo como si fuese un criminal.

Ricardo se ve incómodo, sus ojos se relajan al instante en que se encuentran con los míos.

—¡Suéltalo, Jack! —le ordeno y él obedece al instante.

Jack y James se retiran cuando asiento hacia ellos.

Al tenerlo al frente, siento una mezcla de alivio y coraje.

Mi verdadero cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora