Y ahí estaba yo, parada en seco, observando como el avión desaparecía entre la niebla y la lluvia.
Una mano tocó mi hombro.
—Vayámonos de aquí, ______— escuché la voz de Vanessa.
—Te llevaré a tu casa— se ofreció Phil.
—Gracias pero me iré por mi cuenta.
—¿Segura?— preguntó Vanessa.
—¡Que sí, estoy bien! ¡Me iré sola!
Ella se sobresalto, mirándome con los ojos muy abiertos.
La he asustado.
Miré a todos pos última vez y salí corriendo de ahí, sin mirar atrás.
Tomé un taxi. Necesitaba estar en casa.
Mi ropa ya estaba empapada. Ya no tenía el control sobre mis lágrimas.
Nunca lo tuve.
—______, hija...
—Quiero estar sola— y dicho esto, subí las escaleras a gran velocidad hasta mi habitación.
Pegué la cabeza en la almohada y suspiré.
—Ya no hay otra manera.
—¿Dejarás a tu familia?
—No. Aún no entiendes...
—¿De que hablas?
—No volveré.
—¡No puedes hacer eso!
—¡Ya estoy aquí! Ya estoy aquí—dijo mi madre, acercándose a mi, rodeándome con sus brazos, dándome consuelo y protección.
—El volverá, ¿verdad?
Ella sólo me miró con tristeza y me atrajo de nuevo hacia sus brazos.
(...)
—¿Irás a la universidad?— preguntó mi madre desde el umbral de la puerta.
Me encogí de hombros, con la cabeza enterrada en la almohada, sin decir ni una sola palabra.
—No dejes que esto te afecte, _____. Nos vemos— y dicho esto, se fue.
Luego de unos minutos me senté en la cama y cogí mi celular.
Debería llamar a Vanessa, he sido dura con ella, no debí de contestarle así.
A los tres timbres ella contestó.
—¿Hola?
—Hola, Van...
—Hola, _____...
Hubo un corto silencio hasta que me digne a hablar.
—Te debo una disculpa por haberte alzado la voz ayer. Sé que no debí. Lo siento mucho— dije apenada.
—Entiendo por lo que estás pasando. No hay problema.
—Gracias, Van. Enserio lo lamento.
—No te preocupes más. ¿Cómo estás?
Suspiré.
—Bien.
Hizo un silencio. No muy convencida por mi respuesta.
—Me alegro. ¿Vendrás a la universidad?