Capítulo 37 Hablando con él.

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Amon

Ya sea en el cielo como en el infierno. Siempre es lo mismo, siempre tienes que rendir cuentas a alguien más, siempre tienes que estar atado a él, a ese ser que gobierna un plano.

Odio, es lo que puedo sentir en este momento, odio es una palabra tan corta que no da un poco de reflejo a todo lo que siento por él.
                  
Y aquí estoy, ya no hay marcha atrás, y tampoco quiero retractarme.

—¿Me volverás a encerrar en lo más profundo del infierno?— le digo con mi voz firme y retadora. Pero en cambio a otro ser que he conocido, él no se inmuta ni un poco, es todo lo contrario, su mirada la clava en la mía y empieza a carcomerme lentamente esa sensación que sólo él sabe producir.

Un murmuro empieza a retumbar en las paredes llenas de musgo, algunas serpientes se arrastran entre mis pies, otras se enrollan en mis tobillos, pero yo sólo mantengo mis ojos clavados en él... Mi padre.

—Quiero hacerte un trato, sé que lo aceptarás, porque a pesar de que tú gobiernas este plano...— y lo miro con una sonrisa que despide maldad, y que por supuesto heredé de él —yo puedo ser un dolor de cabeza en tu existencia.

Susurros llenan el ambiente de nuevo, sé que está contento por la clase de demonio que tiene por hijo, y aunque no lo acepte puedo ver que soy su orgullo.

Escucho el siseo de las serpientes, así cómo el exhalar del caliente suelo.

—No me interesa gobernar este plano, tengo que confesártelo, pero si me interesa una cosa, algo de lo que tú estarás ya enterado, pero que sobre todo, como sabrás,— esbozo una sonrisa que no se refleja en mi mirada, de hecho es como si no conociera lo que es la felicidad, <<los demonios sólo sonríen ante la maldad>> una frase muy común por estos rumbos, —yo consigo lo que quiero.

***

—Me gusta la manera en que la estás haciendo sufrir,— dice Astaroth frotándose el mentón como si estuviera pensando —aunque yo podría hacerlo mejor.

—Inténtalo— le suelto enseguida con un tono de voz sin importancia. El rostro de Astaroth es de sorpresa mezclado con gozo.

—Por supuesto que te tomare la palabra, hermanito.

Y aunque sé que él puede matar rápidamente a Julieta, permitiré que participe en la tortura.

Durante los primeros tres días sólo yo interfería en el ritual que llaman exorcismo, y que era aplicado por Hilario. Conforme pasaron los días, Astaroth tomó el control, yo no protesté, después de todo esa alma le pertenece a él.

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—Creo que me excedí, pero qué importa— dice Astaroth mientras relaja su cuello en un movimiento rápido de cabeza. —¡Ah, sí!— dice tomándome por sorpresa, —la humana ya está dando a luz, estoy pensando si matar a ese ser...

Pero enseguida lo interrumpo con mi tranquila y venenosa voz. —Entonces deberías despedirte de tu existencia...her-ma-ni-to— y le lanzo una mirada amenazante que lo hace tragar saliva y callarse definitivamente.

Me apresuro en llegar hasta el convento donde se encuentra Julieta, al llegar primero me dispongo a observar la escena que protagonizan ellos; una mujer ensangrentada por dar vida <<Julieta>>, un sacerdote preocupado y en brazos de Julieta veo que tiene a un ser pequeño, la piel es blanca, pero la cubre una capa muy fina que tiene unos destellos cobrizos y grisáceos, como la piel que mudan los reptiles, su escaso cabello tan negro como la mismísima noche, en la cabeza le sobresalen dos diminutos bultos <<cuernos>>, en la espalda casi como un tatuaje están sus alas, estas son similares a las de los murciélagos, sólo que de color blancas como su piel y con líneas doradas. A mi ver, es la niña perfecta, es mi hija.

La Confesión De Un Demonio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora