Capítulo 33 Comprendiendo al Demonio

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Julieta

Trataba de entender, trataba de entenderlo, algo me decía que tenía que alejarme, pero no quiero separarme de él y, sé que soy capaz de soportar todo esto.

Alguna vez me dijeron que era imposible que un ser despiadado, desagradable, "la escoria", como solían llamar a los demonios, era imposible que supieran siquiera el significado del amor.

Y también alguna vez los cuestioné, quise indagar, saber más, así que pregunté; aunque lo mejor hubiera sido jamás hacer pregunta alguna, pues esa duda que rondaba en mi gran curiosidad hizo que yo descubriera la verdad a esa cuestión.

La pregunta fue:

"Si ellos no saben amar, ¿por qué nos mandan a esas misiones peligrosas para enamorar a un demonio?"

Buena pregunta eh, aunque fue suficiente para ganarme un castigo encerrada una semana en los calabozos del internado. Las únicas palabras que me dijeron fueron que jamás debía cuestionar a mis seres amados, sólo debía hacer eso, amarlos.

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Nací una tarde soleada, era el mes de abril, mi madre me contó que dio a luz en casa, dijo que como nosotros pertenecíamos a la orden del Vaticano, era indispensable hacer un tipo de ritual en los nacimientos de los miembros protectores contra demonios.

Recuerdo que mi madre también me contó que el día de mi nacimiento extrañamente el cielo se obscureció, la brisa fría entraba corriendo entre nuestros cuerpos desnudos, así que mi padre se acercó a la ventana para cerrarla, entonces fue ahí cuando vio las nubes pasar rápidamente, como si compitieran por llegar a un punto exacto; mi padre creyó que había sido un cambio climático extraño, pero que suele pasar, pero lo que fue en verdad extraño y escalofriante fue lo que sucedió después. Una cosa que implicaba el ritual de mi nacimiento fue que me limpiaban de todo resto de sangre con agua bendita, sólo que a mí me empezó a causar unas ligeras quemaduras, en mis brazos, piernas, parte de mis glúteos y mejillas, empezaban a salir pequeñas ámpulas, más parecidas a cuando alguien tenía un contacto tan directo con el fuego, el agua bendita se tiñó de rojo por la sangre que me salió de mi piel ya lastimada. Creyeron que como era muy pequeña tal vez había sido una alergia, pero que con el paso del tiempo se me quitaría, así que no se preocuparon.

Aún recuerdo las pijamadas en las que me obligaba mi madre a asistir, ella decía que era para convivir más con las otras niñas que estaban en el instituto, ese instituto que nos preparara para ser monjas, pero, ¿quién rayos dijo que yo quería ser una monja? Nadie. Ellos decidieron por mí. Pero como niña buena obedecía, así que asistía a esas estupideces y, no es que fueran tan malas, pero la compañía si lo era, pues las demás niñas al llegar la noche se apartaban lo más lejos de mí para conciliar el sueño, ya que decían que al llegar la obscuridad siempre rondaba un monstruo cerca de donde me encontraba, que algunas veces se sentaba por un lado de donde estaba dormida y que otras veces sólo daba vueltas por la habitación como si estuviera cuidando algo.

Le había contado a mi madre de las cosas que decían las otras niñas, también le dije que dormía apartada de ellas porque no querían que ese ser se acercara a ellas cuando durmieran, así que dormía sola y con mucho frío. Mi madre dijo que eso era sólo una broma de parte de ellas, ya que ella me aseguraba que durante la noche nadie se acercaba a mí.

Conforme fui creciendo mi avance en categoría para ser una monja crecía también, ahora ya estaba cerca de terminar mis estudios, faltaban sólo dos años, fue en esa época cuando hice mi pregunta sobre los demonios y el amor, y fue también cuando recibí el castigo. Debo admitir que me ayudo el castigo, pues me hizo meditar, ya no los cuestioné, sólo me limité a obedecer, claro eso es lo que ellos querían.

La Confesión De Un Demonio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora