Capítulo 13 Entre la espada y la pared.

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Julieta

Pasan más de tres horas en las que me encuentro atada, ya no soporto mi espalda, me duele demasiado, es incómodo tener esta posición durante tanto tiempo en mi estado.
He tratado de dormir un poco, pero me es imposible, tengo tantas cosas en la cabeza, tantas culpas y miedos, que no puedo descansar.

Pasan unos minutos más y escucho la puerta abrirse. Mi padre entra y se posa por un lado de la cama. Me observa con melancolía.

—Hija, he venido a hablar contigo, necesito hacerte recapacitar, después de todo eres una guerrera del Vaticano, tenemos... tengo que salvarte de la obscuridad— habla orgulloso el hombre, como si me fuera a convencer con lo que quieren hacer con la vida de mi familia.

Ni siquiera me atrevo a míralo a los ojos, estoy tan dolida, —padre, no permitiré que toques a mi hija, primero prefiero... — y me interrumpe, toca mi frente y me ve de esa manera como me veía cuando era una pequeña niña. Incredulidad.

—Julieta, hija mía, no le haré daño a tu hija, mi nieta— me sorprendo al escuchar esas palabras, no sé, no me tengo que confiar, es demasiado raro en su actitud, —con una condición.

—¡Jah!, ya decía yo, algo tenía que ver detrás de esta actitud tuya— me expreso molesta. —Pero haber, habla.

Mi padre suspira y se aclara la garganta antes de hablar, —tendrás que asesinar tú misma a Jack, como su captora es tu deber hacerlo, así el ritual para exterminarlo podrá tomar efecto en él.

—Padre, no puedo hacer eso— lo miro ahora con furia, aunque trato de expresar tranquila mis palabras, —no quiero— le hablo con mi boca entrecerrada.

—Es tu decisión Julieta, es él o tu hija— y sin decir más, sale rápidamente de la alcoba, cierra la puerta y me quedo hundida en las penumbras.

¿Qué haré?, no puedo hacerle eso a mi familia, amo a Jack, mi hija es la prueba, no quiero hacerlo, siento que moriré de tristeza, nervios e incertidumbre.

***

Pasan unas horas más y mi bebé empieza a moverse demasiado, creo que esta incómoda, quiero levantarme, pero aún tengo estas malditas cadenas.

Abren la puerta de golpe y entran dos de los tres hombres que me encadenaron acompañados por una mujer muy furiosa al verme, —Sofía— digo en un tono muy bajo, como diciéndolo más para mí que para ella. Trae cubierta la nariz con una pequeña venda y con un algodón dentro de la fosa nasal izquierda, ya veo que si le he dado un buen golpe.

Uno de los hombres me suelta, quita primero las cadenas de mis muñecas, después las de mis tobillos y me indica que me levanté.

Me levanto lentamente de la cama, pues siento todo mi cuerpo entumido, después froto mis muñecas que duelen demasiado por la presión y brusquedad en que me han atado.

—Julieta, te llevare a la sala principal, ahí tendrás que darnos tu respuesta— me dice Sofía con su aire de superioridad y con un gesto de desprecio.

Sé a lo que se refiere Sofía con lo de dar mi respuesta, seguramente querrán que les diga que si matare a Jack, pero están idiotas si creen que lo haré, aunque eso me deja entre la espada y la pared, porque lógicamente tampoco dañare a mi hija y ni siquiera tengo un plan para salvarme de eso.

Vamos caminando por los pasillos de esta gran casa, no recuerdo haber venido a un lugar así cuando estudie en el convento. Los dos hombres van a mis lados, como si estuvieran custodiando, Sofía por su parte va en frente de mí, maldita, pienso para mis adentros mientras la observo como camina, sus pasos son tan seguros y la forma de mover su cuerpo es de una total engreída.

La Confesión De Un Demonio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora