Capítulo 8 Confesando mis pecados

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Era muy temprano, Julieta estaba ya despierta y se oía demasiado movimiento en la cocina. Así que me levanté y me dirigí hasta allá, me recargué en el marco de la puerta, —amor— le dije y ella se sobresaltó, estaba sacando harina de la alacena, —¿qué haces levantada tan temprano y arreglada?— ella sonreía y yo estaba que me moría de sueño, frotaba mis ojos para despertar.

—Me han llamado para recibir las obras de Francia, según me dijeron que se han dañado unas muy importantes, tengo que llegar rápido y verificarlas— empezó a preparar hotcakes, batía todas las mezclas, —te dejare el desayuno, pero por favor no se te olvide llevar la ropa a la lavandería, ya casi no tenemos ropa limpia— término de preparar y me lo sirvió en un plato extendido, puso un poco de fruta en un tazón y jugo de naranja <<mi favorito>>.

—Gracias— le dije muy sonriente, me senté y empecé a probar bocado.

Julieta tomó su bolso, se acercó a mí, beso mi mejilla y revolvió mi cabello, —ya me voy, te amo— le sonríe, sólo asentí a lo que me dijo, pues tenía la boca llena de comida.

Salió cerrando la puerta detrás de ella, me quedé comiendo y Jessy estaba por un lado de mí, quería que le diera a probar un poco de mi desayuno. La tenía muy mal acostumbrada, pero así era una cerdita feliz, así que accedí y le di un poco.

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Se hicieron las nueve de la mañana, aproveché para llevar la ropa a la lavandería. Caminaba por la acera con la gran bolsa de ropa, pues en realidad no estaba muy lejos a donde me dirigía.

Entré y la dueña del negocio me vio sonriente, —hola, Jack. Que bueno tenerte por aquí, veo que ya se te ha juntado bastante ropa— yo sonreí acomodando la ropa en una mesa. La señora Rita me conocía de hace tiempo, pues yo seguido iba solo a lavar la ropa ahí, creo que soy una especie de cliente consentido. Y si, ya sé que dirán que soy un marica, pero ¿acaso un demonio no puede ir a una lavandería a lavar la ropa de su novia y de él?

—Hola, señora Rita— la saludé y ella empezó a entregarme los detergentes.

Me retiré y me fui a una de las máquinas de lavar, acomodaba las prendas, necesitaba saber en qué ciclo lo pondría y así, pues si me equivocaba podría arruinar la ropa de Julieta y probablemente se molestará o peor aún, tendría que reponerle la ropa arruinada, eso significaba largas horas en el centro comercial.

Escuchaba la música tenue que hacía que me durmiera, esa música que a la señora Rita le gustaba poner en su negocio.

Después escuché la campanilla de la puerta al abrirse, un hombre vestido de negro y con un peinado perfectamente acomodado por un lado entro, se acercó al mostrador y empezó a hablar con Rita.

—Disculpe, me podría decir cómo es que funcionan las máquinas, lo que pasa es que nunca he lavado en ellas— le dijo con su voz muy amable a Rita.

Rita le sonrió, después empezó a explicarle, —Sólo tiene que meter las monedas en la ranura, usted selecciona...— apenas terminaría de explicar cuando el sonido del teléfono la interrumpió. —Oh, discúlpeme— dijo Rita. Contestó el teléfono, después me habló, —Jack, Jack cariño, ¿serias tan amable de explicarle al padre sobre el funcionamiento de las máquinas?

Genial, ahora tenía que ayudarla en su negocio y lo peor es que es un padre. Suspiré resignado, —sí. Claro, Rita— dije de mala gana, ella me sonrió y el padre empezó a caminar hacia mí.

—Que amable eres, Jack— me dijo el estúpido padre.

—Si, lo que sea— le dije tomando su pequeña bolsa con ropa, después miré si Rita aún estaba ocupada y si, aún lo estaba. —Mira, debes separar la ropa, ten— le entregaba la ropa, —mete esta primero.

La Confesión De Un Demonio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora